El melómano de la foto viral de la guerra siria esconde un fascista
Amís, protagonista con su antiguo gramófono de una imagen que simbolizó a los civiles en la contienda, admira a Hitler y a Franco
“Me quedé por mantener viva la memoria, la casa de mis padres y evitar que me robaran mi fábrica”, dice en un correcto español, el quinto de los idiomas que habla este erudito junto al inglés, italiano, francés y árabe. Junto con otros 100.000 sirios permaneció cuatro años de combates en el puñado de barrios dominados por rebeldes e islamistas, y bajo la constante lluvia de bombardeos de los Ejércitos de Rusia y de Siria. En el sótano de su casa acumula estantes con miles de productos cosméticos de la empresa que lideraba antes del inicio de la guerra, en 2011, y que asegura volverá a reabrir. Aunque seguramente algunos de esos pintalabios a día de hoy deben estar ya caducos. Desde la desvencijada ventada de su dormitorio llegan las risas de un puñado de niños que juegan entre columpios calcinados y torcidos toboganes. Estos se quedaron porque simplemente no tenían a dónde ir.
Anís tiene poco en común con el alepino medio. Más bien reúne todas las cualidades para protagonizar una película de Pedro Almodóvar. Aristócrata, coleccionista de coches, comerciante, hispanófilo, mujeriego, fascista, poliglota y polígamo. Así se define este extravagante septuagenario, que pregunta coqueto si podría aparentar 50. Viste de traje y sobre su corbata cuelgan unos viejos monóculos. Sus elegantes andares desafían al caos y la destrucción sobre la que camina en el barrio de Shaar, uno de los más devastados de Alepo –la antaño capital económica de Siria-- cuando el pasado diciembre cruentos combates se saldaron con la expulsión de los últimos miliacianos insurrectos.
Profuso en palabras, Anís cuenta que aprendió la lengua de Cervantes en Zaragoza, donde estudió medicina entre 1970 y 1975. Asegura que siente a España como su segundo país y que Andalucía es su región preferida por la cercanía a su pueblo. Cuando hay internet, Anís cambia los viejos discos de las cantantes libanesas Fairuz o Sabah de su gramófono por las canciones del español Rafael, uno de sus cantantes predilectos. Pero las verdaderas pasiones de este sirio son los coches y las mujeres. Los 20 primeros están aparcados a las puertas de su señorial villa venida a menos. Las dos segundas se han ido, una a Beirut y otra a Damasco.
“El Cadillac del cincuenta es mi preferido”, dice el coleccionista al tiempo que inserta el dedo índice en los agujeros de bala que el cascado auto ha recibido en el capó. Fue su padre, de una familia pudiente, quien de niño le inculcó el amor por los autos cuando solía simular conducir el Pontiac de 1950 que aún conserva aparcado frente a su villa. De los 30 automóviles que componían su colección, solo quedan 20. Algunos se los llevó el Ejército sirio, otros los rebeldes y algún otro lo vendió. En cuanto a las esposas, no le importaría tener una tercera para colmar la soledad, cuenta risueño. Su prole de ocho hijos vive desperdigada entre Siria, Turquía y Europa.
No ha perdido el romanticismo ni la esperanza, convencido de que Siria saldrá de ésta porque “somos un pueblo vivo y fuerte”. Alaba los principios de los rebeldes, quienes asegura le trataron bien, pero critica el uso de las armas. Conoce muy bien los efectos de éstas. Ha sido testigo de dos guerras civiles. Tras vivir en España durante los últimos años de la dictadura, aterrizó en Líbano en 1975, cuando estalló una cruenta Guerra Civil que habría de durar 15 años. En este siglo le ha tocado testimoniar de la suya propia. No se considera un símbolo en Siria, pero sí un dialogador enconado con las armas.
Se buscan héroes de guerra en Siria
Como en toda guerra, la siria ha fabricado sus héroes. A diferencias de previas guerras, lo han hecho los activistas a través de las redes sociales. Ha sido el caso de Bana Al Alabed, una niña de siete años cuya madre le abrió una cuenta en Twitter para relatar las dificultades que cerca de 100.000 civiles vivieron bajo el cerco y avance final de las tropas sirias en Alepo. Esta pequeña, hoy refugiada en Turquía se convirtió en un icono con 360.000 seguidores. Más tarde fue el niño de la ambulancia, Omran Daqneesh, quien, atemorizado, cubierto en polvo y restregándose la sangre de la cara personificó a ese extracto de más de 18.000 menores sirios muertos durante una contienda que cierra su séptimo año.
Anís ha sido el último héroe que las redes sociales han creado. En busca de iconos, muchos han quedado en la sombra, mientras que éstos tres han resultado tener otro pasado del que se les adjudicó. El padre de Bana resultó ser miembro de una milicia avalada por Turquía y el pequeño Omran reapareció en la televisión siria una vez curado junto a sus padres sosteniendo la bandera del Gobierno de Damasco que casi le arranca la vida y mató a su hermano. Hoy, Anís se clama seguidor de dos de los mayores dictadores de la historia que ejecutaron a millones de personas.
En los habitáculos de su hogar se apilan corroídos periódicos, una guitarra haitiana, una antigua “estufa de madera que le dejó el último soldado francés al abandonar Siria [en 1946] ” y otras tantas perlas de la historia como sus dos centenarios gramófonos. Pero tal vez lo que más sorprende es la pintura que, enmarcada por trazos de mortero, domina uno de los salones atiborrados de polvorientas cajas.
“Si dicen que he muerto desconfía”, se lee en español y árabe pintado en la pared y acompañado por una esvástica plantada sobre una bandera roja y un desafiante Hitler, pies cuadrados, mano izquierda sobre el cinto, brazo derecho estirado haciendo el saludo nazi. “Soy un fascista y un franquista”, admite entre carcajadas. “España: una, grande y libre”, grita el lema franquista Anís, que expresa un gran respeto por Franco, que, dice el sirio, “logró destruir el anarquismo y devolver la democracia a España con el rey Juan Carlos”. Alaba también el lugar que el dictador concedió en la historia al influjo islámico en España. Incluso en su día se peleó con un funcionario del Gobierno de Damasco que se negaba a registrar Hitler como segundo nombre de uno de sus tres hijos varones. Tal vez la guerra le haya tocado con una chispa de locura a este excéntrico Anís, cuando decide plantarse delante del mural e imitar el saludo fascista.
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