Sin alternativa a la mano dura de Al Sisi ante la amenaza terrorista
El presidente de Egipto espera ser reelegido en 2018 pese a la crisis económica y la represión política
Egipto ha sufrido el atentado más sangriento de su historia moderna en medio de una grave coyuntura económica y bajo un Gobierno autoritario. Seis años después de la revolución de Tahrir, en plena primavera árabe, y cuatro del golpe militar que derrocó al mandatario islamista Mohamed Morsi, sus ciudadanos tratan de sobrevivir a una inflación récord del 33%. A pesar de la creciente política de mano dura impuesta por el actual presidente, Abdelfatá al Sisi, los egipcios carecen de una alternativa efectiva a la reelección del antiguo mariscal del Ejército en los comicios previstos para el año que viene.
“En Egipto no hay sondeos de opinión fiables, y los institutos que antes los elaboraban se han visto obligados a cerrar sus puertas”, advierte de entrada el analista político Wael Eskandar en un café del centro de El Cairo. “Pero existe unanimidad a la hora de calificar de baja la popularidad del presidente”, explica. Recuerda además que en las legislativas de 2015 —en las que Al Sisi esperaba ver refrendada su victoria electoral del año anterior—, más de dos terceras partes de los votantes dieron la espalda a las urnas.
A pesar de que el Gobierno de El Cairo confía en poder cerrar 2017 con una tasa de crecimiento del Producto Interior Bruto del 3,5%, la libre flotación de la libra egipcia impuesta hace un año por el Fondo Monetario Internacional (FMI) ha precipitado la caída en la cotización de la divisa, que ha perdido desde entonces la mitad de su valor frente al dólar y el euro. Con salarios medios de entre 200 y 300 euros mensuales, muchos egipcios ya no pueden afrontar los rampantes precios de alimentos y medicinas mientras se recortan los subsidios públicos en productos básicos.
“Se trata de la tasa de inflación más alta registrada en los últimos 30 años”, puntualiza el economista Amro Aldy. “El Estado sufre un gran déficit de financiación desde 2012, cuando las reservas de divisas se redujeron a la mitad. El Gobierno recurrió a la ayuda de las monarquías del Golfo para salir a flote, pero en 2016 la única opción fue adoptar el programa de austeridad del FMI”, subraya este experto formado en la Universidad Americana de El Cairo. “A menos que sectores generadores de divisas como el turismo se recuperen pronto, Egipto estará en una situación muy problemática en los próximos cuatro o cinco años”, advierte.
En este marco de turbulencias económicas, la cúpula militar egipcia sigue manteniendo el control directo de hasta un 8% de la riqueza nacional y una creciente influencia sobre las grandes empresas mediante la adjudicación de privatizaciones. Las capas más desfavorecidas, en torno a un tercio de la población, ven mientras tanto cómo se reducen las subvenciones en un país donde apenas existe una mínima red de seguridad de un Estado de bienestar.
Al Sisi se comprometió en 2014 a ofrecer estabilidad y seguridad tras la revolución de 2011. “Nos habló de sacrificios a cambio de futuras mejoras, pero ha ocurrido todo lo contrario”, asegura el analista Eskandar. “La gente está viviendo peor y toda expresión de disidencia está restringida”, agrega. “Mire cómo está la seguridad en el Sinaí tras el peor ataque terrorista conocido en Egipto. Los pequeños grupos de oposición están siendo aplastados mientras la amenaza del terrorismo se ha disparado”.
¿Alguien osa desafiar la hegemonía del exmariscal en Egipto en este contexto? Los analistas y expertos políticos observan los pasos de dos posibles candidatos alternativos a Al Sisi. Desde la sociedad civil y la izquierda ha cobrado fuerza la figura del abogado laboralista Jalid Alí, que se hizo célebre al retar al presidente ante los tribunales en el caso de las islas del mar Rojo entregadas a Arabia Saudí.
Nostálgicos de Mubarak
Desde el antiguo régimen de Hosni Mubarak gana también peso Ahmed Shafik, exjefe de la Fuerza Aérea y último primer ministro del derrocado dictador antes de la revuelta de Tahrir. No solo le apoyan los nostálgicos de Mubarak, sino que cuenta con un amplio respaldo en el mundo de los grandes negocios, que no parece ver con muy buenos ojos los intentos de la cúpula castrense de sacar mayor tajada del mercado.
Shafik, que se enfrentó al islamista Morsi en las presidenciales de 2012, vive en el exterior en un autoimpuesto exilio. Los partidarios del abogado Jalid Alí, que ya están empezando a sufrir el acoso de los servicios de seguridad, apenas tienen fuerza relativa en las grandes ciudades.
“La gente prefiere expresar su opinión ahora en las redes sociales”, argumenta el bloguero Eskandar. Más de 400 páginas web críticas con el Gobierno tienen el acceso restringido desde el interior de Egipto, y los contenidos en Facebook y Twitter son vigilados de cerca por los servicios de seguridad, pero no están bloqueados. Sistemas de mensajería encriptados como WhatsApp o Signal gozan de gran predicamento entre los jóvenes egipcios. “Hay muchos dirigentes que podrían hacer mejor su trabajo”, concluye el analista, “pero Al Sisi no admite competencia: a cualquiera que discrepe se le hace callar”.
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