Nace una nueva era en Zimbabue
El nuevo líder promete sacar al país de la grave crisis económica
El primer día de la nueva era en Zimbabue huele al intenso tráfico de media tarde, a militares en las esquinas y a un nuevo presidente llegando desde el exterior. Las calles hormiguean al caer el sol con los quehaceres de siempre pero con más banderas de lo habitual. Y en la sede del ZANU-PF, el único partido que ha gobernado Zimbabue desde la independencia, una multitud vitorea a un nuevo líder, Emmerson Mnangagwa, alias El Cocodrilo. ¿Y dónde está Mugabe? “En su casa. No hay nadie que no celebre su retirada, nadie”, dice Simba sonriendo sobre la dimisión del mandatario que dirigió hasta el martes el país africano desde su independencia hace 37 años. Su esposa, la primera dama Grace Mugabe, “está traumatizada”, añade con una carcajada.
Las pancartas de acogida al nuevo líder aclaman ahora a los “veteranos de guerra”, los “verdaderos héroes”, recordando quién ha ganado, por ahora, la batalla: la facción de los veteranos de la lucha por la independencia en 1980. Emmerson Mnangagwa, el ex vicepresidente cuya destitución desencadenó hace dos semanas la crisis política que ha acabado tumbando a Robert Mugabe, aterriza en el aeropuerto militar de la capital, Harare, procedente de Sudáfrica. Y saboreando la recepción ciudadana, se desquita con un recorrido por la ciudad. El exilio fue amargo y forzado, pero ha vuelto para ser presidente. Mañana jurará el cargo de un Gobierno interino que debe nadar las primeras brazadas de la etapa post Mugabe.
Al llegar a la catedral política del país, la sede del ZANU-PF, sus pacientes seguidores —han esperado todo el día— le reciben con cantos y aplausos. Entre la muchedumbre, como un mantra, se repite que se abre “una nueva era”. Las esperanzas de cambio se depositan ahora en este político, pese a que ha sido la mano derecha de Mugabe durante décadas y una pieza clave del régimen que ha tenido encorsetado el país. Pero para muchos de los presentes, como Jelous, “no hay nadie más cruel que Mugabe”. Siendo del mismo color político y del mismo estilo, ¿no hay miedo a que el Cocodrilo pueda morder? “Ah, no. Él solo muerde a los enemigos, no muerde a los ciudadanos”, titubea Jelous un poco confuso.
En el escenario, ya caída la noche, Mnangagwa habla por fin a la multitud. “Hoy [por ayer] somos testigos del principio de una nueva democracia”, dice solemne. Y acude a una fórmula básica que reúne las preocupaciones de los zimbabuenses, azotados por la crisis económica en el país. “Queremos hacer crecer la economía. Queremos paz. Y queremos empleo, empleo, empleo”.
A pesar de que ese cambio brusco de poder empezó con una intervención militar, Mnangagwa habla como si fuera una revolución: “La gente ha hablado. Y la voz de la gente es la voz de Dios”. Una referencia, quizás, a uno de los desafíos de Mugabe, que llegó a decir que solo Dios le podía sacar de la presidencia.
En la calle, el ajetreo sigue con un nuevo aire. Hace una semana que Zimbabue se despertaba con una asonada militar que los golpistas no querían llamar por su nombre. El Ejército, muy próximo a Mnangagwa, tomó el control y retuvo a Robert Mugabe, de 93 años, en su casa. Desde entonces, la presión política no dejó de acorralar al expresidente, sobre todo después de que su propio partido, el ZANU-PF, le suspendiera de sus funciones en la dirección e inició, el martes, el proceso de destitución en la Asamblea Nacional. Mugabe, el presidente más anciano del mundo, resistió durante una semana y el domingo por la noche incluso anunció por televisión que pretendía mantenerse en el cargo hasta diciembre. Pero acabó cediendo y dimitió el martes en una carta enviada al Parlamento, sellando así una retirada histórica.
La capital, Harare, digiere aún incrédula que Mugabe ya no gobierne, y espera atenta a los primeros pasos de una desconocida transición.
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