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¿Venecia a flote?

La ciudad italiana ha optado por restringir el acceso de los grandes cruceros para proteger la urbe

Daniel Verdú
Crucero entrando en la ciudad de Venecia.
Crucero entrando en la ciudad de Venecia.Marco Di Lauro (Getty)

Venecia es un parque temático de lujo en el que uno paga, mira y calla. Ese es más o menos el resumen que hizo la semana pasada su alcalde, Luigi Brugnaro, para justificar que un restaurante cercano a la plaza de San Marcos le cobrase a una familia de tres miembros que no hablaba italiano 526,50 euros. Los turistas, indignados porque les habían traído platos que no habían pedido, pagaron la cuenta y escribieron una carta al regidor porque esas cosas “pueden arruinar la reputación de Venecia”. No querían un reembolso, dijeron. Solo lamentar lo sucedido. La respuesta de Brugnaro en una entrevista con Sky 24 fue todavía más sorprendente: “Uno come y bebe, y luego no sabe italiano. Si vienes a Italia, aprende la lengua, incluso un poco de veneciano. Han comido langosta y ni siquiera han dejado propina”. Una explicación, en suma, que habla de todo un modelo.

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La sobreexplotación turística de Venecia, la ciudad del mundo más afectada por esta industria (55.000 habitantes frente a 24 millones de visitantes al año), ha tocado fondo con la llegada de cruceros. Este año han desembarcado 2,5 millones de pasajeros y el encanto de su laguna ha vuelto a convertirse en una grotesca postal con barcos gigantes a pocos metros del Palacio Ducal. De modo que el Gobierno ha aprobado que, desde enero de 2018, se reduzca de forma gradual el tráfico de estos megabarcos. El acceso quedará por el momento abierto a los de menos de 55.000 toneladas; los que superen este peso serán desviados al paso de Malamocco y atracarán en el puerto de Marghera, en Mestre.

¿Será esto suficiente? La medida responde a una de las condiciones que había impuesto la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) para evitar que Venecia fuese eliminada de la lista de ciudades patrimonio de la humanidad. Un plan para que el frágil ecosistema urbano de 455 puentes que unen entre sí las 118 islas de la ciudad no se vaya al garete. Pero el proyecto anunciado por el Ministerio de Infraestructuras y Transportes italiano no ha convencido a las organizaciones, que en junio recogieron 18.000 firmas para que desapareciesen completamente los cruceros de la Laguna y fuesen desviados hasta Trieste. De momento, cada día siguen atracando hasta seis cruceros con 4.000 personas a bordo.

Lo cierto es que Venecia se convierte a marchas forzadas en un precioso decorado cada vez más vacío. Su población ha caído dos tercios desde mediados del siglo pasado, también por los estragos generados por el aqua alta —las mareas que anegan los puntos más bajos de la ciudad—. Hoy sigue cayendo a un ritmo de 1.000 al año, mientras en el mismo periodo llegan más turistas que destruyen el tejido comercial y vecinal. El 12 de julio, el jefe de la policía restringió el aforo de personas y barcos a la fiesta del Redentore. Se habló luego de frenar la afluencia en toda la ciudad colocando tornos o cobrando entradas: la caja de pandora definitiva para la picaresca. Pero no sería sería extraño teniendo en cuenta que los italianos tienen que pagar para acceder a una gran proporción de sus playas.

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona pero aprendió el oficio en la sección de Madrid de EL PAÍS. Pasó por Cultura y Reportajes, cubrió atentados islamistas en Francia y la catástrofe de Fukushima. Fue corresponsal siete años en Italia y el Vaticano, donde vio caer cinco gobiernos y convivir a dos papas. Corresponsal en París. Los martes firma una columna en Deportes

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