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Rusia une a los nórdicos; la cuestión migratoria los divide

Islandia, Noruega, Dinamarca, Suecia y Finlandia ofrecen una imagen de unidad incondicional en el exterior mientras sufren profundas diferencias en temas clave como la inmigración

Belén Domínguez Cebrián
 Representantes y primeros ministros de los cinco países nórdicos en el marco de la cumbre regional de 2017 en Helsinki (Finlandia).
Representantes y primeros ministros de los cinco países nórdicos en el marco de la cumbre regional de 2017 en Helsinki (Finlandia). Martti Kainulainen (AFP)

La palabra más repetida durante el Consejo Nórdico —la cumbre de los cinco países de la región que ha tenido lugar esta semana en Helsinki (Finlandia)— es “confianza". Esa fidelidad mutua es la bandera que Islandia, Noruega, Dinamarca, Suecia y Finlandia enarbolan al hablar de las virtudes de vivir bajo el Estado de bienestar más potente de Europa y, probablemente, del mundo entero. Es una realidad cuando toca afrontar amenazas comunes como la temida Rusia. Pero esa idea de la unidad se tambalea ante uno de los desafíos más profundos de los últimos años: la inmigración.

La llegada masiva de migrantes que huían de los horrores de la guerra en Irak y Siria en 2015 puso a prueba al sistema nórdico. Suecia, con tradición de acogida por la experiencia de Yugoslavia en los años 90, lideró el proceso frente a sus vecinos que, con Gobiernos de signo más conservador, se mostraron menos abiertos. El debate migratorio es apasionado y no es extraño escuchar en boca de los más extremistas el profundo deseo de que los refugiados no se integren en sus sociedades. “Están aquí de manera temporal y volverán a sus casas. Esperemos que lo hagan más pronto que tarde”, afirma Mikkel Denker, del ultraderechista Partido Popular Danés. Ante esto, la Izquierda verde Nórdica defiende que Suecia es "un ejemplo" para el resto.

Mientras el grupo más reaccionario en esta cumbre, a la que EL PAÍS ha sido invitado, defiende los valores nórdicos llevados al extremo —Estado de bienestar solo para sus nacionales; mercado laboral para sus ciudadanos; eliminación de fronteras para los ciudadanos con pasaporte nórdico— los partidos del sistema, como Socialdemócratas, Conservadores y Verdes, insisten en liderar políticas de asilo que sirvan de faro para la Unión Europea (UE). La brecha entre unos y otros es evidente, pues los xenófobos, que en algunos casos ocupan importantes carteras como la de Exteriores (Finlandia) e Inmigración (Dinamarca), exigen y promueven un altísimo nivel de proteccionsimo.

Suecia es el segundo país de la UE con mayor presión migratoria después de Alemania. Solía ser uno de los destinos más sonados a lo largo de la ya casi inaccesible ruta de los Balcanes. Estocolmo ha otorgado el asilo a 22.146 personas en lo que va de año. Pero, arrastrado por sus vecinos y por las presiones populistas, su política ha dado un vuelco: 21.921 solicitudes han sido denegadas en 2017, según datos de la Oficina de Inmigración sueca. Casi la mitad de ellas son de Afganistán, adonde los solicitantes tendrán que regresar en un clima de alto riesgo por la cada vez más fuerte presencia de los talibanes.

Los países nórdicos (excepto Islandia) se propusieron en 2016 expulsar a miles de personas en situación irregular. Políticas del gusto de los grupos xenófobos, considerablemente fuertes en la región, y cuyo discurso se basa en repetir que por culpa de los migrantes su Estado de bienestar se agota; que la brecha social es cada vez mayor por el nivel educativo de unos y otros; y que las ayudas económicas deben darse en el país de origen porque resulta “mucho más barato”, asegura Juho Eerola, del xenófobo Libertad Nórdica (Nordic Freedom) y vicepresidente del Consejo Nórdico. Milita también en los Verdaderos Finlandeses.

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Eliminar fronteras

Eerola defiende la eliminación de fronteras, pero sólo para aquellos que tengan pasaporte nórdico. “La libertad de movimiento entre nosotros nos une más como región”, secunda el primer ministro finlandés, el conservador Juha Sipilä. Noruega y Dinamarca, con mayorías también conservadoras, insisten en la necesidad de liberar a los ciudadanos —nórdicos— de sus fronteras. No hay más que darse una vuelta por el centro de Helsinki para darse cuenta de que la población es tremendamente homogénea. Pero Suecia, una vez más, discrepa: “Aquí [en esta cumbre] se decide lo que queremos que sea nuestra sociedad”, define en la Cámara su primer ministro, Stefan Löfven. Los socialdemócratas intentan frenar la idea que sobrevuela este Consejo de crear dos sistemas paralelos: uno para ciudadanos de sangre nórdica y otro para los de fuera.

Para quitar las fronteras es necesario que haya confianza, explica Britt Lundberg, presidenta del Consejo Nórdico. Quizás aún esta región, ejemplo de unión contra las amenazas extranjeras, adolezca de ella cuando es observada algo más de cerca. Dinamarca mantiene el control de fronteras con Alemania, Suecia con Dinamarca, y Noruega con Dinamarca y Suecia. Asimismo, Finlandia mantenía cerradas sus fronteras con noruegos y suecos hasta 2016. “Es algo que nunca creí que fuera a ver aquí. ¿Es esto cooperación nórdica?”, se lamentaba Martin Kolberg, laborista noruego.

Más unión en Defensa

A pesar de algunas diferencias, todos los nórdicos coinciden en que la Seguridad y la Defensa deben ser un asunto común. Especialmente en el mar Báltico y en el Ártico, donde sobrevuela la amenaza histórica de una intervención rusa. “Es algo que cada vez ocupa más espacio en nuestra agenda”, dice Lundberg.

El 90% de la población de la región considera “importante” la cooperación y sitúa la Defensa y la Seguridad mutua en el número uno de las preocupaciones, según una encuesta publicada el martes. “Somos una región que se compenetra, pero que atraviesa turbulencias”, reconoce el ministro noruego de cooperación nórdica, Frank Bakke-Jensen, en referencia al aumento de la tensión militar en el Báltico.

Primeros Ministros y representantes de los cinco países nórdicos y los tres bálticos en el marco de la cumbre regional de 2017 en Helsinki (Finlandia).
Primeros Ministros y representantes de los cinco países nórdicos y los tres bálticos en el marco de la cumbre regional de 2017 en Helsinki (Finlandia).Martti Kainulainen (AP)

El sueco Hans Wallmark, líder del grupo conservador nórdico, alerta de que la bahía de Helsinki, a 200 kilómetros de Rusia, es la más grande del Báltico y que la capacidad de respuesta a una invasión debe ser prioritaria. “La amenaza es real y debemos expandir la perspectiva nórdica hacia los bálticos”. El liberal Anders Samuelsen, ministro de Exteriores danés, apunta el mismo argumento al asegurar —y él sí señala a Rusia— que la situación es "preocupante".

Con el apoyo de Bruselas, las regiones nórdica y báltica cierran filas frente a Moscú a través de un centro contra las amenazas cibernéticas en Tallin (Estonia), otro contra las energéticas en Vilna (Lituania) y otro más contra las híbridas en Helsinki (Finlandia), inaugurado el pasado septiembre.

Hay, sin embargo, un elefante en la habitación: la OTAN. Seis países de la región forman parte de la Alianza Atlántica (Islandia, Noruega, Dinamarca, Estonia, Letonia y Lituania). El debate de adhesión es recurrente en Suecia y Finlandia, con una frontera de 1.300 kilómetros con Rusia. La unión a la OTAN “se resolverá con un referéndum”, declaró el pasado lunes el presidente finlandés, Sauli Niinistö, sin aclarar si lo convocará si es reelegido en las presidenciales del próximo enero en las que ya parte con un apoyo popular del 70%. Solo un 21% de los finlandeses apoya la pertenencia a la Alianza, según una reciente encuesta divulgada por Yle, la televisión pública. Cifra que Niinistö ve aún muy pobre como para tan siquiera abrir el debate.

Pero Frank Bakke-Jensen insiste en que “ningún país está preparado” para una injerencia desde el exterior. Y de ahí, la imperiosa necesidad de actuar como una sola región. Al menos a ojos extranjeros.

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