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El restaurante con aires palaciegos de la nieta del último monarca tunecino

El local, presidido por un retrato del rey destronado Lamine Bey, tiene un punto kitsch

Cerca de la fantasmagórica Gran Sinagoga de Túnez, y paralela a la calle de la Libertad, se halla una puerta a otra dimensión histórica. La entrada a un mundo que se esfumó hace décadas y del que solo quedan recuerdos. En la estancia, predomina el baño dorado: los candelabros, la pintura de las paredes, los ribetes de unas enormes cortinas verdes, el respaldo de las sillas … Y presidiendo la sala, un gran retrato de Lamine Bey, el último monarca tunecino. Se trata del Restaurante el-Walima, recreación de los palacios reales tunecinos con un punto kitsch y olor a naftalina. Ahora bien, su propietaria conoce bien aquel ambiente palaciego. No en vano, allí nació y se crió Salwa Bey, nieta del rey destronado.

Salwa Bey, nieta del último Bey de Túnez, posa en el restaurante junto a las fotos de varios beyes.
Salwa Bey, nieta del último Bey de Túnez, posa en el restaurante junto a las fotos de varios beyes. Ricard Gonzalez

“He intentado que se parezca lo máximo posible al palacio, teniendo en cuenta los limitados medios a mi alcance”, explica Salwa, una mujer elegante, con el cabello corto, entre canoso y caoba. Encima de las mesas, en el centro de cada plato, con un inevitable borde dorado, se puede ver el escudo de armas. “Los platos los hice yo. Fui pegando uno a uno los escudos”, confiesa. Hace 15 años que el-Walima abrió sus puertas. Antes, Salwa regentaba una humilde cantina de comida rápida self-service,que ocupaba la mitad del espacio actual y servía diariamente un almuerzo a base de pollo y huevos a unas 400 personas.

La propietaria, siempre extremadamente amable y educada, relata con orgullo su vida de empresaria de la hostelería hecha a sí misma. Y es que el advenimiento de la independencia en 1956, y la posterior declaración de la República, trajo la desgracia a su dinastía. Habib Burguiba, el líder nacionalista que se convertiría en “padre de la patria”, no se conformó con quitar a Lamine Bey el trono, sino que quiso humillarlo. El monarca fue trasladado a una villa herrumbrosa, sin agua ni electricidad, y con colchones esparcidos en el suelo como único mobiliario.

“Nos quitaron todas nuestras pertenencias. Mi familia, mis padres y hermanos tuvimos suerte de que un amigo de infancia de mi padre nos pagó durante un año el alquiler de un apartamento”, recuerda con la tristeza irradiando de sus enormes ojos. Entonces, tenía 15 años, y se vio obligada a interrumpir sus estudios de secundaria, que nunca terminó, al no poder continuar pagando sus tasas. A los 19 años, se casó con un tunecino que había estudiado en Francia, y pudo llevar una vida digna, pero alejada del lujo. “Ve estas joyas, la gente no se lo cree, pero es bisutería barata comprada en el zoco. Ni oro, ni esmeraldas ni nada ...”, espeta mientras muestra un collar y gran anillo con una piedra verdosa.

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Para la dinastía de los beyes, de origen turco y que había gobernado Túnez desde 1705, la República no supuso solo un mazazo económico, sino también afectivo. La familia se dispersó, y algunas ramas abandonaron el país. “A sus 98 años, mi tía es la decana de la familia. Emigró a Marruecos y no ha vuelto más. Hace tres años, y por primera vez, conocí a mis primos. Vinieron a verme al restaurante. Fue muy, muy emotivo”, comenta Salwa, que no ha perdido un cierto porte regio.

Un primo suyo, también nonagenario, ocupa el primer puesto en la línea sucesoria. Como en la dinastía de los Saud, el trono no pasa de padres a hijos, sino al miembro más veterano y capaz de la familia. Sin embargo, Salwa asegura que no se le pasa por la cabeza una restauración de la monarquía. “Esa etapa terminó. Simplemente, nos gustaría una recuperación de la memoria histórica. La historia la escriben los vencedores … No es cierto que Lamine fuera un colaboracionista con los franceses. Él era nacionalista, y hacía lo que podía dentro de los límites que había”, reclama. Al menos, podían haber convertido los palacios en museos, se queja, y exhibir allí las joyas de la familia, desparecidas todas al calor del fervor revolucionario.

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Sus palabras coinciden con el proyecto por parte del partido gobernante, el conservador Nidá Tunis, de realzar la figura de Burguiba. A falta de una ideología clara y éxitos palpables, Nidá busca un anclaje en un pasado idealizado. En el último año, el Gobierno ha colocado en destacadas avenidas de las principales ciudades estatuas del primer presidente. “Hizo algunas cosas buenas, pero favoreció sobre todo a su región el Sahel. Era un gran dictador. Su figura está sobrevalorada”, asevera con rostro serio. Reconoce que mira al pasado con “amargura”, pero “nunca odio”. El apañado menú del-Walima sabe al crepúsculo de una dinastía.

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