El Lejano Oeste se llama Gao
La debilidad del Estado en el norte de Malí crea un paraíso de terroristas, contrabandistas y atracadores
Cae la noche. Mientras los habitantes de Gao, la mayor ciudad del norte de Malí, disfrutan de unas horas de tregua al asfixiante calor diurno de más de 40 grados, una patrulla de soldados burkineses de la policía de la Misión de Naciones Unidas en Malí (Minusma) recorre las calles a bordo de dos vehículos blindados. La alerta es máxima. La noche anterior, siete obuses impactaron en el interior del campo militar próximo al aeropuerto, hiriendo a dos soldados. Parece que el ataque se llevó a cabo desde detrás del cementerio, dentro de la ciudad. Cinco años después del comienzo de la guerra en Malí iniciada por rebeldes tuaregs y yihadistas, el norte del país se ha convertido en la versión saheliana del Lejano Oeste, en el que se entremezclan el conflicto armado, el contrabando y la delincuencia común. Ante la ausencia o la debilidad del Estado, impera la ley del más fuerte.
A unos veinte kilómetros por hora y tratando de no meter las ruedas en los múltiples socavones que podrían esconder algún tipo de explosivo, el capitán beninés Léopold Eblekadia ordena dirigirse hacia el puesto de control de la carretera de Bourem, uno de los puntos calientes de infiltración de terroristas y armas en la ciudad. Allí, en medio de una absoluta oscuridad, los gendarmes malienses se quejan de que no tienen vehículos, ni radio, ni siquiera suficiente munición. El capitán Eblekadia asiente con la cabeza y promete trasladar las quejas.
Al día siguiente, cuatro hombres armados roban un vehículo de la Gendarmería cuando el agente compraba en una panadería. Esa misma mañana, un coche de una ONG es asaltado a punta de pistola a las afueras de la ciudad. “Todo el mundo está armado, incluso muchos civiles”, asegura Ndeye Yandé Kane, responsable de la Minusma en la región, “a pocos kilómetros de Gao ya no hay ninguna autoridad”. También pasa en Tombuctú, Kidal, Goundam o Menaka.
Moussa Maïga, sentado delante de su pequeña tienda, señala con la barbilla a una pick up que pasa a toda velocidad llena de hombres vestidos con uniforme militar y turbantes que sólo dejan ver sus ojos. En las manos llevan fusiles Kaláshnikov. “Esos son de la CMA (la Coordinadora de Movimientos del Azawad) y hace nada pasaron los del Gatia (Grupo de Autodefensa Tuareg Imghad y Aliados). Están todos aquí”, dice con gesto mustio. Los acuerdos de paz de Argel de 2015 prevén el acantonamiento, desarme e integración de los grupos armados que han hundido a este país en un conflicto interminable desde 2012. Pero el proceso avanza a trompicones y la Administración no acaba de reimplantarse.
Ante la inseguridad reinante y la falta de respuesta policial, los habitantes de Gao se ven obligados a escoger entre dos opciones: armarse ellos también o refugiarse en el grupo, en la etnia. “Se está rompiendo el tejido social, los lazos que han unido siempre a las diferentes comunidades”, explica Aliou al Houseini, trabajador local de una ONG. Hace unos días, un comerciante songhay discutió con un camionero tuareg y se produjo una agresión. Miembros de ambas comunidades estuvieron a tiro de piedra de enfrentarse en las calles. El conocido periodista Kader Touré, de Radio Amia, imparte una formación a ocho jóvenes locutores para tratar de rebajar esas tensiones. “Si se produce un incidente entre personas no tenemos que poner el acento en su etnia”, dice, “hay que privilegiar las cosas que nos unen y no aquellas que nos separan”.
Con gesto grave, el capitán camerunés de la Minusma Jean Pierre Timba, da instrucciones a sus hombres. “Si encontramos respuesta, tratamos de esquivar el enfrentamiento”, les dice. Un gendarme burkinés responde con un lacónico “Sí, señor” y se da la vuelta. El mandato de Naciones Unidas no contempla el uso de la fuerza salvo en legítima defensa. Su presencia es disuasoria. Pese a sus esfuerzos en la reconstrucción de comisarías, escuelas y edificios de la Administración y comprar gasolina para las fuerzas del orden, la población empieza a mostrar hartazgo ante su inacción. “Estamos para ayudar al Estado, no para sustituirle”, asegura Timba.
Pero la inestabilidad es para algunos un gran negocio. Muchos de los recién llegados a Gao son árabes procedentes de más al norte o de la vecina Argelia que se han instalado en el famoso barrio apodado Cité Cocaine o Cocainebougou, donde sorprenden las casas y coches de lujo. Desde allí controlan el tráfico de drogas, armas o personas rumbo a Europa y un nuevo y una actividad emergente: el contrabando de tabaco, vehículos o gasolina. La ausencia de tasas, aduanas y licencias y la porosidad de una frontera que el Estado no llega a controlar les generan grandes beneficios. “Son ellos quienes financian la inestabilidad, los que no quieren ni oír hablar del Estado; son ellos los enemigos de la paz”, explica Al Houseini.
El pasado 18 de enero, Gao se estremeció con el peor atentado terrorista de la historia de Malí. Un miembro del grupo yihadista Al Morabitun entraba con un coche lleno de explosivos en una base militar y lo hacía saltar por los aires, asesinando a 60 miembros de los grupos armados que trataban de poner en marcha un operativo de coordinación. Pese a sus constantes acciones, la fuerza militar francesa Barkhane no ha conseguido extirpar tampoco la amenaza yihadista, que se beneficia de la permisividad hacia los rebeldes. De hecho, algunos cambian de un grupo a otro en función de hacia dónde sople el viento.
Mientras, la normalidad sigue siendo un sueño lejano. En la sede del Gobernador se celebra hoy una reunión. Las clases tendrían que haber comenzado ya, pero en decenas de colegios es imposible porque los profesores se niegan a ocupar su plaza, porque no hay cantinas escolares o porque las escuelas están ocupadas por grupos armados. Rhissa Ag Mohamed, alcalde de Inchawadj, advierte de que “hay toda una generación que corre peligro de perderse y que va a seguir alimentando este ciclo de violencia. Serán carne de cañón”.
La sanidad la sostienen, en buena medida, las ONG internacionales que trabajan sólo con personal local o expatriados africanos, ante el elevado riesgo de secuestro de occidentales. Acción contra el Hambre-España lo hace en Gao. “La malnutrición infantil aguda severa se ha situado en el 14%. Aún en el caso de que haya un centro de salud cerca y cuente con personal suficiente, muchas madres no pueden llevar a sus niños porque no hay seguridad en los caminos”, asegura Tidiane Fall, director de esta ONG en Malí. En algunos lugares como Bourem la mortalidad infantil se ha disparado. “El norte tiene su futuro hipotecado”, remata.
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