No todos hablan a las vacas en Venezuela
La camarilla en el poder civil y militar de Caracas detenta el poder real asesorada por Cuba
No todos hablan a las vacas en el gobierno de Venezuela porque si así fuera un veterinario ventrílocuo podría resolver la crisis que pulveriza la nación petrolera desde que, hace dos decenios, Hugo Chávez construyera una institucionalidad a la medida de sus planteamientos revolucionarios. A caballo de sus sucesivas victorias electorales, el caudillo de Barinas imperó ignorando al adversario, conciliando con la generosidad del hacendado mexicano frente a sus peones. Poniendo la pistola encima de la mesa, les decía: “escucho ofertas”.
Nicolás Maduro se permite el diálogo con mamíferos y aves porque avezados guardaespaldas mecen la cuna del régimen en el palacio de Miraflores y en La Habana. Independientemente de las coincidencias ideológicas y el choque de ambiciones entre Maduro y la facción de Diosdado Cabello, la camarilla en el poder civil y militar de Caracas detenta el poder real asesorada por Cuba, que comparte una experiencia de más de medio siglo en negociaciones internacionales y operaciones contra la disidencia interna, dividiéndola desde dentro. Este sería el consejo: resistir en lo fundamental, el poder, y ceder en lo accesorio vendiéndolo como fundamental.
Salvo que la oposición consiga una sublevación en toda la geografía nacional, improbable a corto plazo, el margen de maniobra del chavismo para imponer sus tesis hasta las generales de finales del 2018 es enorme porque la determinante cúspide militar obedece al general Padrino López, y este a Maduro, al haberle hecho todopoderoso consolidando sus competencias castrenses y cediéndole otras civiles.
No obstante, las pugnas en la sala de maquina bolivariana son parejas al agravamiento de la crisis económica y a los diferentes criterios sobre cómo salir al paso de las marchas antigubernamentales. La preocupación sobre el descalabro social y financiero también desvela aunque se intente disimular filmando a Maduro y Cabellos jugando al beisbol.
Las masivas concentraciones opositoras no constituyen una novedad, ni tampoco las movilizaciones oficialistas, ni siquiera los muertos y razias de pistoleros motorizados. El chavismo asume su derrota en la batalla por la imagen y desdeña que las cadenas de televisión extranjeras sirvan imágenes y declaraciones impactantes de las protestas y desmanes mientras las movilizaciones sean policialmente manejables y no prendan en los cuatro puntos cardinales del país.
Si el incendio se propaga en ciudades, universidades y ranchos, el ejército afrontará la disyuntiva de reprimir a sangre y fuego tiros, constituirse en dictadura hasta nuevo aviso, o forzar un apaciguador cambio en la presidencia hasta la convocatoria de elecciones. Cabe suponer que el generalato optaría por la segunda opción dada la actual correlación de fuerzas en los cuartos de banderas después de las sucesivas purgas ejecutadas entre jefes y oficiales tras el fracasado golpe cívico castrense de 2002 contra Chávez.
El incapaz gobierno de Maduro no va a entregar el poder así como así, y si las movilizaciones callejeras no lo expulsan, la mesa de negociaciones volverá a visualizarse como la única fórmula posible de entendimiento, no solo como un foro mediático usado a conveniencia. A la espera de la ansiada solución negociada, una inflación galopante lleva camino de aniquilar el poder de compra de los venezolanos. Si eso ocurre, los saqueos, machetes y balas impondrán la fórmula del arreglo.
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