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Dijsselbloem, el ‘vicario’ de Holanda

Los excesos verbales han puesto contra las cuerdas al presidente del Eurogrupo, que ve peligrar su cargo

Isabel Ferrer
Jeroen Dijsselbloem.
Jeroen Dijsselbloem.Costhanzo

Para Jeroen Dijsselbloem, presidente del Eurogrupo y exministro holandés de Finanzas, austeridad contable y solidaridad no son conceptos opuestos. Es más, sin un ahorro continuado que refuerce la estructura económica de un país, no ve posible ayudar a los demás. Convencido de las bondades de su receta, se resiste a pedir disculpas plenas y sinceras por decir que los países del sur de la UE “no pueden gastar todo su dinero en licor y mujeres y pedir luego ayuda [a los del norte]”. Ha lamentado sus palabras, pronunciadas en una entrevista concedida la pasada semana al rotativo germano Frankfurter Allgemeine Zeitung, pero no las retira.

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Aunque su empecinamiento es sincero, le traicionan dos detalles. De un lado, cuando atribuye su exabrupto a “lo directos que somos los holandeses al hablar”, revela cierto menosprecio hacia un interlocutor que no acaba de entender su mensaje. Para él, sin embargo, está muy claro: era más un diagnóstico que un insulto.

El otro detalle está relacionado con su futuro político. Está en un momento delicado para seguir al frente del organismo monetario de la eurozona. No es descabellado pensar que su rival para ese puesto en 2012, Luis de Guindos, ministro español de Economía, esté acariciando una nueva oportunidad en Bruselas. Su aparente falta de empatía ha podido reforzarse al ver de nuevo a España entre sus principales críticos. Esta vez, la agudeza verbal del ingeniero agrónomo, de 51 años, que entró en 1993 en el grupo parlamentario socialdemócrata holandés, llegó a ministro de Finanzas en 2012 y era un perfecto desconocido fuera de su país hasta que presidió el Eurogrupo en 2013, ha herido sensibilidades que superan lo político. Pero Dijsselbloem es aficionado a lanzar dardos. En enero de este año, cuando la primera ministra británica, Theresa May, anunció que abandonaba el mercado interno comunitario, no ahorró calificativos. Le dijo que Reino Unido se arriesgaba “a convertirse en un paria y en un paraíso fiscal”. Y añadió: “Dentro de 20 años [su país] estará como en los setenta, envejecido, con gran paro y empobrecido. No creo que sea ese el mejor futuro posible”. Duro, directo y técnico nada sobre los supuestos defectos del carácter británico, como hizo con sus socios sureños. Aunque, bien mirado, en su anterior crítica personal sí pidió perdón. En enero de 2014 dijo a la televisión holandesa que Jean-Claude Juncker, entonces candidato y hoy presidente de la Comisión Europea, “fumaba y bebía demasiado en las reuniones”. Al concluir la emisión admitió lo doloroso de unas “palabras dichas a la ligera” y el problema que podría haber causado.

Decir que España, Italia, Portugal y Grecia —un cuarteto que exige su cese— han sido torpes a la hora de ahorrar es olvidar que se trata de poblaciones que han padecido agujeros fiscales en sus arcas estatales y han aplicado la “adhesión circunstancial a la causa de otros” —así define el diccionario de la Real Academia la palabra solidaridad —. El político holandés considera que esta es una obligación connatural a la socialdemocracia en la que milita. Y luego lo estropea. Al fijar los lógicos límites temporales y contables derivados de su cargo, cierra sus declaraciones al diario alemán con el equivalente a un castizo haber ahorrado mejor.

De Juncker dijo que “fumaba y bebía demasiado”, y de Reino Unido, que va camino de ser paraíso fiscal

El 29 de octubre de 2015, cuando Grecia llevaba ya sendos rescates a cargo de la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional, Dijsselbloem aceptó almorzar con la prensa extranjera destacada en Holanda. Puntual, algo tímido, exquisito en las formas y con el estupendo inglés que se espera del hijo de un profesor de secundaria de dicha lengua, desgranó los problemas de la deuda soberana griega. De la austeridad necesaria para que el rescate hiciera efecto y las “peticiones de Atenas frente al poco dinero a la vista para estabilizar la situación”. En otras palabras, lo complejo que resultaba aplicar la cura solidaria a costa del resto de los socios de la UE. Sus interlocutores mencionaron la entereza y apoyo de los griegos, que habían recibido desde principios de ese año unos 160.000 migrantes a través de las costas turcas. “Desde luego, pero no es lo mismo”, vino a decir, algo azorado. En su partido le describen como un “neoliberal vestido de socialista”; un moralista con el apodo eclesiástico, y cordial, de vicario. Un político tan recto que repudia los debates públicos por “su atmósfera de pelea de gallos”.

Es un político moralista, de tono pedagógico y rectitud calvinista, que defiende que las reglas son las reglas

Dijsselbloem tiene un punto docente muy útil para aclarar conceptos fiscales. Un educado deje pedagógico heredado de un entorno familiar del ramo. No solo su padre era profesor en Eindhoven, su ciudad natal. Su madre fue maestra de primaria, y su abuelo y hasta 14 de sus tíos y tías han dado clases. Por otro lado, que las reglas son las reglas no es solo una máxima suya. Está en el quehacer diario de lo que atribuyó a “la cultura calvinista” en medio de las críticas. Hablaba del ADN nacional y pareció que se disculpaba, pero en realidad solo deploraba el malentendido por lo del mal ahorro. El político holandés es un tipo decente y tranquilo, algo que ni siquiera sus detractores ponen en duda. Sosegado hasta la rigidez, el entonces líder socialdemócrata, Wouter Bos, en una entrevista televisiva en su país, le hizo llegar una nota diciéndole: “Sonríe y relájate un poco”. Al puntualizar que no deseaba ofender a nadie suena auténtico, pero a un dirigente de su altura se le exige que mida con cuidado sus palabras. No basta con apuntar que le han interpretado mal cuando en una sola frase deposita a las mujeres de un nebuloso sur de Europa en manos de un grupo de varones amantes de baco. Ahora que la socialdemocracia holandesa ha quedado reducida a 9 escaños en un parlamento de 150 y al menos 73 europarlamentarios han pedido su dimisión, Dijsselbloem puede meditar. Padre de dos hijos, Sam y Josha, con su pareja, Gerda Grave, reside en una granja en Wageningen, ciudad universitaria del este de Holanda. Con un huerto y animales, quiso ser veterinario. Premiado en 2007 por las juventudes protestantes por denostar el sexo en televisión y los videojuegos violentos, no puede ignorar que la responsabilidad política implica en ocasiones la dimisión que le piden.

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