La batalla final contra el ISIS pone a prueba el equilibrio entre las potencias en Siria
EE UU se inclina por apoyarse en los kurdos en la ofensiva de Raqa mientras se aleja de Turquía
La pelea por la conquista de la presa de Tabqa en el río Éufrates, que abre las puertas de Raqa, capital yihadista en el noreste de Siria, está retrasando la batalla final contra el Estado Islámico. Los explosivos colocados en el dique del mayor embalse del país árabe amenazan con causar una catástrofe aguas abajo. Pero a la demora generada por la resistencia del ISIS en su principal bastión, una ciudad de 200.000 habitantes en sus manos desde 2013, se suma la desconfianza entre las potencias globales y regionales presentes en el escenario de la guerra civil siria.
A la espera de la caída competa de Mosul (norte de Irak), el equilibrio de fuerzas está poniendo a prueba la maquinaria bélica encargada de dar el golpe de gracia al califato. Estados Unidos parece inclinarse por buscar el apoyo en las milicias locales kurdas Unidades de Protección del Pueblo (YPG), frente a Turquía, un aliado histórico en la OTAN que desplegó tropas desde su frontera el pasado verano.
El Ejército del régimen de Damasco —que cuenta con el respaldo de fuerzas áreas y terrestres de Rusia, junto al de combatientes iraníes y de otras milicias chiíes– se ha apresurado a avanzar desde Alepo hacia el este para cerrar el paso en Al Bab a las tropas de Ankara y a sus aliados suníes del Ejército Libre Sirio, una coalición de la insurgencia suní con marcada presencia salafista. El Estado Mayor turco ha dado por finalizada la Operación Escudo del Éufrates que desencadenó en agosto, aunque ha confirmado que mantendrá su avanzadilla militar en el país vecino.
Cientos de familias de la provincia de Raqa, mientras tanto, han abandonado el valle del Éufrates ante el temor esparcido por el Estado Islámico sobre un inminente derrumbe de la presa de Taba. El avance de las Fuerzas Democráticas de Siria, la alianza de kurdos y árabes suníes amparada por Estados Unidos, se ha detenido ante las compuertas del embalse a fin de que un grupo de ingenieros pueda repararlas y abrirlas para aliviar la presión del agua sobre la estructura.
Como sostiene el experto estadounidense Joshua Landis, editor de Syria Comment, los demás bandos sospechan que “Turquía pretende crear un Estado en el valle de Éufrates, lo que podría conducir a una partición del país”. Tras la caída de los feudos insurrectos en Alepo oriental el pasado diciembre, el régimen controla casi toda la Siria útil en el oeste: la capital, la costa y los corredores que enlazan las grandes ciudades en su poder. Prácticamente todas las urbes están ya en su poder, salvo Idlib, último reducto de la insurgencia en el norte. El presidente Bachar el Asad es dueño, en suma, del territorio donde se concentra la riqueza del país y la mayor parte la población.
Los partidos y milicias kurdas, por su parte, se han enseñoreado de una amplia franja septentrional a lo largo de toda la frontera turca, excepto en la parte central de la provincia de Alepo, donde el Ejército Libre Sirio abrió una brecha bajo el paraguas militar turco. Para Turquía, la creación de un Estado de los kurdos sirios al otro lado de la actual línea divisoria entre países representaría toda una amenaza estratégica, ya que puede impulsar el independentismo entre su propia población kurda (una quinta parte de los habitantes del país) y servir como refugio para la guerrilla separatista del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), que se alzó en armas contra el poder central de Ankara en 1984.
La futura Siria tal vez pueda mantener una apariencia de unidad tras el nacimiento de una región autónoma kurda, como en el Irak posterior a la derrota de Sadam Husein. Pero la aparición de un tercera entidad estatal suní en la órbita de Ankara condicionaría gravemente su integridad territorial. En las negociaciones de paz de Ginebra, cuya última ronda concluyó el pasado viernes, el rechazo a una partición del país parece haber sido uno de los escasos puntos de acuerdo entre el Gobierno de El Asad y la oposición representada en las conversaciones, a las que no han sido invitados delegados kurdos.
El diálogo apadrinado por la ONU logró fijar por primera vez una agenda en la anterior ronda (febrero) de Ginebra. La unidad territorial futura de Siria es uno de los puntos clave en el capítulo de pactos de gobernanza que, según la resolución 2254 aprobada por unanimidad en 2015 por el Consejo de Seguridad, deben desembocar en un Gobierno provisional, la aprobación de una Constitución pactada y la celebración de elecciones libres. Pero a pesar de los esfuerzos por abordar asuntos de fondo del mediador de la ONU, Staffan de Mistura, las conversaciones siguen estancadas en detalles de procedimiento y burocráticos.
La delegación del régimen de Damasco en Ginebra rechaza hacer concesiones desde su posición de fuerza en los frentes de combate. Los responsables de la oposición –que habían hecho de la inmediata salida de El Asad del poder su principal bandera negociadora en un proceso de transición política– han visto cómo su principal aliado exterior acaba de confirmar un giro radical sobre el conflicto sirio. Tanto el secretario de Estado, Rex Tillerson, como la embajadora ante la ONU, Nikki Haley, han coincidido en advertir de que “el futuro de El Asad deberá ser decidido por el pueblo sirio” y “ya no es una prioridad” para Estados Unidos el que sea apartado de la presidencia. Desde la llegada del republicano Donald Trump a la Casa Blanca, Washington ha dejado de implicarse directamente en las negociaciones de Ginebra, cuya supervisión ostenta ahora Rusia solitario.
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