Fillon se siente legitimado tras sacar a una multitud de fieles a la calle
La concentración en París no disipa las dudas sobre la candidatura del exprimer ministro
François Fillon buscó este domingo el calor de la calle, la conexión con las bases conservadoras que le convirtieron en candidato de la derecha a la presidencia de Francia y que hoy son su último asidero para evitar la defunción política. En un discurso patriótico y emocional, el exprimer ministro evitó aclarar si mantendrá la candidatura o acabará retirándose, como le reclaman los notables de su propio partido, Los Republicanos. Pero cargó con virulencia contra los desertores “sin vergüenza ni orgullo” que, según el candidato, maniobran a espaldas del pueblo para liquidarle.
El líder y el pueblo, frente a frente, sin intermediarios: la concentración en Trocadero fue un acto crepuscular, bajo un violento aguacero, la reivindicación del honor herido de un candidato que hasta hace unas semanas era el favorito para ocupar el Palacio del Elíseo y ahora parece tocado por una maldición irremediable.
En Francia la calle es un actor político de primer orden, capaz de torpedear leyes o poner a gobiernos contra las cuerdas, el recurso de los políticos en momentos críticos. Y fue allí donde Fillon encontró la imagen que buscaba: el mar de banderas tricolores, la Torre Eiffel al fondo y la aclamación de decenas de miles de fieles —cerca de 50.000, según algunas estimaciones— que no quieren que abandone.
El exprimer ministro envió tres mensajes. Primero: aunque los suyos le hayan aislado, él cuenta con el apoyo del pueblo de derechas. “Debo escuchar a esta multitud inmensa”, proclamó. Era la Francia burguesa, católica, conservadora (y blanca). La Francia que ve en él, en su combinación de propuestas liberales en lo económico y derechista en lo social, el punto intermedio entre el centrismo líquido del candidato Emmanuel Macron, y la derecha extrema —y extramuros del sistema— de Marine Le Pen.
El segundo mensaje fue de contrición. Admitió que se había equivocado al dar trabajo y remunerar por ello, en calidad de diputado, a su esposa, Penelope Clarke. También reconoció que sus explicaciones, tras las primeras revelaciones en enero sobre el caso, fueron insuficientes. “Sé bien, créanme, cuál es mi parte de responsabilidad en estas dificultades”, dijo. Los jueces, que le han convocado el 15 de marzo para inculparle, investigan si el empleo era ficticio.
El tercer mensaje iba dirigido, más que a los jueces, a la prensa o a la izquierda, a los jefes de la derecha que ya le han sentenciado. “Debo interrogarme sobre quienes abandonan el navío”, dijo. "Yo he hecho mi examen de conciencia. Ahora os toca a vosotros".
No estaba claro si la concentración era el último episodio del psicodrama que ha trastocado la campaña electoral para las elecciones presidenciales de esta primavera. O si el mensaje plebiscitario —el plebiscito de las urnas y la calle frente a las decisiones de la magistratura— podía prolongar su supervivencia, o acaso servirle para negociar una retirada honrosa y seguir influyendo en Los Republicanos.
“Lo que el pueblo ha hecho sólo puede deshacerlo el pueblo”, decía Philippe de Chaville, que con 49 años pertenecía a la franja más joven de los asistentes. Aludía a la victoria rotunda de Fillon en las primarias de la derecha en noviembre, que quedaría anulada si los derrotados —el expresidente Nicolas Sarkozy y el exprimer ministro Alain Juppé— se unieran para decapitarlo.
Más de doscientos cargos electos y colaboradores han abandonado a Fillon en los últimos días, y muchos votantes conservadores observan el proceso con estupefacción. En Trocadero el candidato apareció flanqueado por políticos de segundo rango. La estrella, además de él, fue su esposa, Penelope Clarke, escondida desde que estalló el escándalo. Clarke subió al escenario y dio una entrevista al Journal du dimanche. “Yo le digo que siga hasta el final. Se lo digo cada día. Será él quien decida”, declaró.
La fidelidad de los fillonistas es pétrea. “¿Por qué se marchan todos?”, le preguntaba una jubilada a otra, extrañadas ambas por las deserciones en la derecha, mientras esperaban que hablase el candidato.
“Ay, no lo entiendo”, lamentaba la otra.
“Es como un golpe de estado contra Fillon”, intervino Antony de Pertat, informático jubilado.
¿El problema de Fillon? “Es demasiado amable, tendría que haber reaccionado como Trump. ¡Bum!"
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