“Trump es una montaña rusa emocional”
Diplomático. Profesor de la Escuela de Gobierno de Harvard y exsubsecretario de Estado de EE UU, aborrece el unilateralismo de la nueva política norteamericana
La llegada de Donald Trump a la Casa Blanca ha pulverizado en menos de un mes los complejos equilibrios mundiales que Nicholas Burns contribuyó a tejer durante décadas. Veterano de la diplomacia estadounidense, Burns (Búfalo, 1956) ha ocupado durante 30 años puestos clave de la política exterior de su país, tanto en administraciones republicanas (George H. W. Bush) como demócratas (Bill Clinton). Ha recorrido el mundo apagando fuegos y ha visto casi de todo, pero la Casa Blanca que ha visto en las últimas tres semanas le ha descolocado. “Estoy muy preocupado. Trump no cree en lo que han creído todos los presidentes desde Truman”.
Este hombre con cara de niño grande dirige ahora el Future of Diplomacy Project de la Escuela de Gobierno Kennedy de la Universidad de Harvard. Ferviente globalista, Burns vive ahora en un país que se atrinchera en sus fronteras e intereses nacionales. Es justo contra lo que ha luchado toda su vida. Quiere pensar que al final se impondrá el pragmatismo y la razón, pero no tiene claro que vaya a ser así. Esta semana ha compartido su visión del mundo en una conferencia magistral en la Fundación Rafael del Pino.
PREGUNTA. De Trump dijo antes de las elecciones que “es bruto, un abusón, poco cuidadoso con los datos” y que “le falta disciplina”. Después de casi un mes en la Casa Blanca, ¿ha cambiado su opinión?
RESPUESTA. No. Pero yo quiero que tenga éxito. Porque si le va bien a él, nos irá bien a todos. Es un presidente legítimo que ganó unas elecciones y quiero que ejerza el poder con elegancia y dignidad. No veo esas cualidades ahora, pero espero que se pueda adaptar. He trabajado para muchos presidentes y mi modelo es George H. W. Bush. Para mí, el líder más eficaz es el que es capaz de situarse en el medio y unir a la sociedad. Trump es completamente diferente. Nunca habíamos tenido un presidente así. Es una montaña rusa emocional, pero quiero creer que el pragmatismo se va a imponer a la retórica de la campaña. Tengo que creer que la gente con más experiencia será capaz de reconducir la Administración.
P. Hace meses usted escribió: “Una victoria de Trump sería desastrosa para el orden internacional”. ¿Va a derrumbarse inexorablemente el mundo tal y como lo conocíamos hasta ahora?
R. Yo apoyé a Hillary Clinton, creí que iba a ganar y continuar con siete décadas de política exterior liberal basada en el libre comercio, las alianzas, la cooperación multilateral… Pero Trump ha dado la vuelta a nuestras políticas. Quiero pensar que la gente inteligente que rodea a Trump le explicará que tiene que trabajar con otros países y preservar el orden internacional de paz que hemos construido. La UE es una de las experiencias más exitosas de las últimas siete décadas. Europa supo superar la guerra y crear unas sociedades extraordinarias, justas, prósperas, tolerantes, que creen en los derechos humanos. Hasta que llegó Donald Trump, nunca imaginé que habría un líder en EE UU que no fuera a apoyar a la UE. Decir que le da igual que la UE se hunda es una declaración muy radical, porque nuestro futuro está unido al de Europa. Hemos estado juntos desde 1945. Es muy irresponsable. No podemos ser aislacionistas y unilaterales, justo en el peor momento posible; en el que hay una guerra en Siria, el cambio climático avanza y la economía sufre.
P. Los organismos multilaterales también pierden fuelle. ¿Volvemos a las negociaciones bilaterales y a la ley del más fuerte?
R. El sistema internacional de organizaciones multilaterales creado en la posguerra ha traído la paz y la prosperidad para mucha gente. Si nunca antes has trabajado en un Gobierno, antes de construir el mundo, se debería ver qué funciona y tratar de reformar lo que no funcione, pero no cambiar todo porque sí. Estoy de acuerdo con Trump en que los europeos tienen que pagar más a la OTAN, pero eso no quiere decir que haya que cambiar toda la Alianza Atlántica.
“Odiaría ver que EE UU se atrinchera en una nacionalismo estrecho y perverso que nos devuelve a los años 20 y 30. No fue un periodo feliz"
P. Clinton perdió. Usted perdió. Y el mundo que ayudó a construir está siendo reemplazado por otro bien diferente. ¿Cómo se siente?
R. Por un lado entiendes que vivimos en una democracia. Hay que respetar el resultado y el derecho a cambiar las políticas existe. Pero a la vez, ha sido muy interesante ver cómo la gente se ha movilizado y cómo la política ocupa ahora un lugar central. Lo vemos en la marcha de las mujeres, los tribunales, los periódicos. El Washington Post hace un trabajo increíble, diciendo “estos son los hechos y el resto no es verdad”. Hay un cierto despertar pacífico y patriótico.
P. Sí, esa es una parte del país, pero hay otra mitad que no se cree lo que cuentan los expertos como usted. Han perdido la credibilidad a los ojos de millones de estadounidenses. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?
R. El 11 de septiembre fue un punto de inflexión. Fue un shock psicológico que alguien entrara en nuestro país y nos atacara. El fracaso de Irak, la recesión económica y la enorme desigualdad entre los muy ricos y los muy pobres. La regla ética de que cada generación sería más próspera que la anterior se quebró. Está sucediendo para el 1% de la población, pero no para la mayoría. La gente se sintió abandonada por Washington y Trump explotó esas divisiones.
P. La economía es desde luego un factor, pero hay más. ¿Cómo explica el florecimiento de las pulsiones nacionalistas en Estados Unidos y también en Europa? ¿De dónde nacen esos anhelos?
R. Yo nací 11 años después de la II Guerra Mundial y, en la generación de mis padres, el nacionalismo era algo que debíamos evitar a toda costa porque se asociaba con Mussolini, con Franco… La gloria de la era de posguerra fue crear la UE, la OTAN, la Unión Africana, las organizaciones regionales que trabajaban más allá de sus fronteras para hacer que sus países tuvieran éxito. Odiaría ver que eso se pierde y que Estados Unidos se atrinchera en un nacionalismo alt-right, estrecho y perverso, que nos devuelva a los años 20 y 30. Todos sabemos que no fue un periodo feliz en la historia. Los tiempos felices son a partir del verano de 1945 y deberíamos tratar de preservarlos.
P. Excitar el resentimiento hacia las fuerzas oscuras —llamémoslas establishment — ha resultado ser un resorte tremendamente eficaz. ¿Cómo se combate?
R. En Europa siempre me ha impresionado el Estado de bienestar. En América, desde Reagan, muchos políticos han defendido que se reduzca el Estado. Podemos aprender por ejemplo del sistema de formación alemán, se trata de explicarle a la gente que nos preocupa su futuro, de proporcionar la mejor capacitación. Hay que trabajar a nivel local. Yo creo en el poder de los Estados para ayudar a la gente.
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