Muere el histórico opositor congoleño Etienne Tshisekedi
Aliado de Mobutu y después su más acérrimo enemigo, los congoleños lo veían capaz de gobernar este convulso país
Débil, enfermo y cojo, Etienne Tshisekedi, conocido como La esfinge, dedicó su frágil energía a la última batalla política de su vida: iniciar un diálogo para salir de la grave crisis que vive la República Democrática del Congo. Pero no ha llegado a ver su final. Tshisekedi murió 1 de febrero a los 84 años en Bruselas debido a una embolia pulmonar, dejando huérfanos de líder a miles de congoleños que le creían el único capaz de gobernar el convulso país.
Siempre en primera línea de la política congoleña desde la independencia de Bélgica en 1960, el deterioro de la salud de Tshisekedi le retiró de la escena pública en 2014, cuando se tuvo que aislar en su residencia de Bruselas para recibir cuidado médico. Pero el año pasado protagonizó un espectacular retorno en Kinshasa, reconfirmando su estatus de maestro de las masas y erigiéndose como figura imprescindible para la oposición al régimen del presidente Joseph Kabila. Miles de personas le recibieron el 27 de julio de 2016 a su llegada a la capital, en un cortejo multitudinario por las calles de la ciudad. Popular, populista y carismático, su poder de convocatoria era innegable.
Tshi, apodado la esfinge de Limete (barrio popular donde vivía en Kinshasa), llevaba casi 60 años en política, protagonista desde distintas posiciones en toda la historia del Congo postcolonial. Y, aunque sus cuatro decenios militando en la oposición le entronaron como rey del contrapoder, Tshisekedi ha tenido una compleja relación con los regímenes y quedó marcado por algunas sombras antes de convertirse en un demócrata.
Nacido en Kasai, en la localidad de Luluaburg, el 14 de diciembre de 1932, en un Congo aún bajo colonia belga, fue el primer licenciado en Derecho del país y sus primeros pasos en política coinciden con los del Congo recién independizado. El joven Tshisekedi escaló rápidamente y en 1965 se convirtió en Ministro del Interior del régimen represivo de Mobutu Sese Seko, en el rebautizado Zaire.
Bajo su responsabilidad sucede uno de los episodios más oscuros de la historia del Congo postcolonial, conocido como los Mártires de Pentecostés, en la que cuatro altos funcionarios del Gobierno (tres ministros y un senador) fueron colgados públicamente en un estadio de Kinshasa. Pero en los años ochenta Tshisekedi consumó el divorcio con Mobutu, creó su propio partido – la Unión para la Democracia y el Progreso Social (UDPS)-, y se convirtió en su más ferviente y vocal detractor. Fue el estandarte de la lucha por la democracia y denunció los abusos del régimen, pagando su osadía con la cárcel. Y desde entonces, rechaza las armas como opción para llegar al poder. Las décadas que siguieron, le esculpieron como icono.
Al momento de su fallecimiento, Tshisekedi era el talismán del consenso en Congo. Primero, en junio de 2016, consiguió unificar a la fragmentada oposición en la potente coalición Rassemblement. Junto al otro peso pesado, Moise Katumbi, y sumando fuerzas, da una nueva dimensión al movimiento de los que gritaban contra las intenciones de Kabila de perpetuarse en el poder ilegalmente, contra el llamado “resbalón electoral”.
Y ya en los últimos meses, el viejo ha sido la figura imprescindible en el largo, doloroso y complicado diálogo político con el Gobierno de Kabila, que busca una salida a la crisis. Designado presidente del Consejo Nacional de Seguimiento del Acuerdo – un acuerdo aún por finalizar e implementar-, Tshisekedi tuvo que abandonar las negociaciones el 24 de enero, evacuado de urgencia a Bruselas, donde se ha apagado para siempre. Nunca logró su sueño de gobernar el país.
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