La Europa de cada día
EL PAÍS inicia una serie para conocer sobre el terreno el impacto de las leyes que aspiran a mejorar la vida de los europeos
Arranca un año decisivo para Europa. Para el entramado político y burocrático bruselense, pero sobre todo para los ciudadanos. Es un año en el que parece que casi todo está —o podría estar— de nuevo sobre la mesa. Son los estragos propios del vendaval eurófobo, que arrecia, y que amenaza con derribar conquistas sociales y consensos políticos cincelados con mimo durante décadas por los legisladores europeos. La crisis financiera que fracturó sociedades y esparció la desesperanza por todo el continente ejerció de caldo de cultivo. Ahora, los aires que llegan de más allá del Atlántico jalean a los líderes populistas que sueñan con dinamitar la construcción europea en nombre del pueblo soberano. Los que quieren más Europa, los que optan por salvar los muebles actuales, y los que desean una Europa de mínimos, medirán sus fuerzas este año en una serie de elecciones nacionales cuyos resultados son excepcionalmente temidos e inciertos.
Mientras y en silencio, lejos del show mediático que ofrece el cuadrilátero asimétrico en el que se baten populistas y políticos tradicionales, la maquinaria legislativa europea, la que de verdad marca la vida de los ciudadanos sigue su camino. La que produce textos que, al margen del griterío político, deciden qué comemos, cómo nos desplazamos o la calidad del aire que respiramos.
Un vistazo a la agenda de la Eurocámara para los próximos meses nos recuerda de nuevo que los discursos políticos y el trabajo del Ejecutivo comunitario se traduce en decisiones. En los próximos meses por ejemplo, debatirá o votará normas para abaratar el transporte ferroviario, asegurar la calidad de las prótesis mamarias o regular el etiquetado de los productos ecológicos.
Pero los números de esa agenda legislativa indican también que la inquietud política y la presión eurófoba en contra de las regulaciones que emanan de Bruselas va en aumento. El año pasado por ejemplo, se aprobaron en la Eurocámara menos de la mitad de resoluciones legislativas que el año anterior. Bruselas ha pisado el freno, consciente del rechazo que genera su trabajo en amplios sectores de la población europea. A falta de un renovado impulso político, las normas podrían emanar pronto con cuentagotas del embudo legislativo comunitario.
Son los jóvenes el elemento clave para lograr ese impulso. El Brexit se convirtió en un claro ejemplo de la brecha generacional que recorre Europa. Mientras los mayores culparon a los extranjeros, la globalización y sobre todo a la UE de acabar con el mundo que conocían y en el que se reconocían, los jóvenes dieron por sentada la realidad europea que construyeron sus padres sin molestarse excesivamente en defenderla y sin ser demasiado conscientes de podría —como sucedió en el caso británico— saltar por los aires.
EL PAÍS inició a finales de enero una serie para conocer de primera mano el impacto de las leyes e iniciativas europeas que aspiran a mejorar la vida de los ciudadanos. Viajaremos por Europa para escuchar a los europeos, y en especial a los jóvenes, con la idea de comprender cómo viven su identidad europea y cómo conviven con las decisiones que emanan de Bruselas y afectan a su día a día; es decir con esa realidad europea que dan por sentada.
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