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Tribuna
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Europa, sola en el mundo de Trump

El presidente electo ve a las instituciones globales como restricciones para la libertad de acción de EE UU. La UE debe dialogar con otras potencias para apoyar a los organismos multilaterales en contra del revisionismo emergente en la Casa Blanca

Mark Leonard
EDUARDO ESTRADA

Otra vez sola. Desde el fin de la II Guerra Mundial, Europa ha mirado al mundo a través de una lente transatlántica. Ha habido altibajos en la alianza con Estados Unidos, pero fue una relación familiar construida sobre la sensación de que nos respaldaríamos mutuamente en una crisis y de que somos esencialmente parecidos. La elección de Donald Trump como presidente de EE UU amenaza con poner fin a todo esto (al menos por ahora). Trump cree más en los muros y en los océanos que en la solidaridad con los aliados, y dejó en claro que colocará a EE UU no solo en primer lugar, sino también en segundo y tercero. “Ya no someteremos a este país o a su pueblo”, declaró en su discurso sobre política exterior, “al falso canto de la globalización”.

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Los europeos no solo tendrán que acostumbrarse a Trump; también van a tener que mirar al mundo con ojos diferentes. Existen cuatro razones para esperar que los Estados Unidos de Trump sean la mayor fuente única de desorden global.

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Primero, las garantías norteamericanas ya no son fiables. Trump ha cuestionado si defendería o no a los miembros de la OTAN en Europa del Este si ellos no hacían más para defenderse a sí mismos. Ha dicho que Arabia Saudí debería pagar por la seguridad norteamericana. Ha alentado a Japón y a Corea del Sur a conseguir armas nucleares. En Europa, Oriente Próximo y Asia, Trump ha dejado en claro que EE UU ya no desempeñará el papel de policía; por el contrario, será una compañía de seguridad privada lista para ser contratada.

Segundo, las instituciones globales estarán bajo ataque. Trump esencialmente rechaza la visión de que el orden mundial liberal que Estados Unidos construyó después de la II Guerra Mundial (y que expandió después de la Guerra Fría) es la manera más económica de defender los valores y los intereses norteamericanos. Al igual que George W. Bush después del 11 de septiembre de 2001, ve a las instituciones globales como restricciones intolerables a la libertad de acción de EE UU. Tiene una agenda revisionista para casi todos estos organismos, desde la Organización Mundial de Comercio hasta la OTAN y las Naciones Unidas. El hecho de que quiera poner en práctica el “arte de la negociación” en todas las relaciones internacionales —renegociando los términos de cada acuerdo— probablemente genere una respuesta negativa similar entre los socios de EE UU.

Tercero, Trump cambiará por completo las relaciones estadounidenses. El mayor temor es que sea más amable con los enemigos de EE UU que con sus aliados. El principal desafío para los europeos es su admiración por el presidente ruso, Vladimir Putin. Si Trump, al querer congraciarse con Putin en busca de un gran acuerdo, reconoce la anexión de Crimea por parte de Rusia en 2014, la UE quedaría relegada a un papel casi imposible.

Los europeos necesitan invertir en su propia seguridad, contando con el Reino Unido

Cuarto, hay que tener en cuenta la imprevisibilidad de Trump. Incluso durante los 18 meses de la campaña presidencial, Trump ha tenido opiniones enfrentadas sobre casi todas las cuestiones. El hecho de que hoy dirá lo contrario de lo que dijo ayer, sin admitir que ha cambiado de opinión, muestra hasta qué punto el capricho es su método.

Uno de los beneficios del sistema político estadounidense es que ofrece un período de gracia de dos meses para prepararse para el mundo de Trump. ¿Qué deberían hacer los europeos al respecto entonces?

En primer lugar, necesitamos intentar que aumente nuestra influencia sobre Estados Unidos. Sabemos por los escritos y el comportamiento de Trump que probablemente se asemeje a otros presidentes fuertes y trate la debilidad como una invitación a la agresión. La experiencia en Irak nos ha demostrado que una Europa dividida tiene poca capacidad para influir sobre Estados Unidos. Pero cuando Europa ha trabajado de manera conjunta —en materia de privacidad, política de competencia e impuestos— negoció con Estados Unidos desde una posición de fortaleza.

Lo mismo fue válido para la llamada política E3+3 sobre Irán —cuando los grandes Estados miembro de la UE, al mostrarse unidos, lograron modificar la postura de Estados Unidos—. Para estar en una posición de ventaja, la UE ahora necesita iniciar un proceso para acordar políticas comunes sobre seguridad, política exterior, migración y economía. Será difícil, ya que Europa está muy dividida, sumado al hecho de que Francia le teme al terrorismo, Polonia le tiene pavor a Rusia, Alemania está exacerbada por la cuestión de los refugiados y el Reino Unido está decidido a obrar por cuenta propia.

En segundo lugar, los europeos deberían mostrar que son capaces de construir alianzas con otros. La UE debe dialogar con otras potencias para apoyar a las instituciones globales contra el revisionismo de Trump. Y también necesita diversificar sus relaciones de política exterior. En lugar de esperar a que Trump margine a la UE y priorice a Rusia y a China, los europeos deberían hacer su propio juego. ¿Deberían, por ejemplo, comenzar a consultar con los chinos sobre el embargo de armas de la UE para recordarle a Estados Unidos el valor de la alianza transatlántica? ¿Podría la UE desarrollar una relación diferente con Japón? Y si Trump quiere hacerse amigo de Rusia, ¿no debería poner en práctica el proceso de Normandía respecto de Ucrania?

La unidad es difícil: Francia y Alemania tienen problemas graves (terrorismo y refugiados)

En tercer lugar, los europeos necesitan empezar a invertir en su propia seguridad. De Ucrania a Siria, de los ciberataques a los atentados terroristas, la seguridad de Europa está siendo puesta a prueba de diferentes maneras. A pesar de que, intelectualmente, se entiende que 500 millones de europeos ya no pueden contratar su seguridad a 300 millones de norteamericanos, la UE ha hecho poco por achicar la brecha entre sus necesidades y sus capacidades de seguridad. Hay que fortalecer el plan franco-alemán para la defensa europea. Será importante encontrar formas institucionalizadas de incorporar al Reino Unido a la nueva arquitectura de seguridad europea.

En todas estas áreas, los europeos deben mantener la puerta abierta a la cooperación transatlántica. Esta alianza —que muchas veces ha salvado a Europa de sí misma— es más importante que cualquier individuo. Y, en cualquier caso, Trump no durará para siempre. Pero es más factible que la relación transatlántica sobreviva si se basa en dos pilares que entienden y defienden sus propios intereses.

Resultará difícil adoptar esta agenda —particularmente porque Europa se enfrenta a su propia marca de nacionalismo populista—. La líder del Frente Nacional de extrema derecha de Francia, Marine Le Pen, fue una de las primeras personas en felicitar a Trump por su victoria, y Trump ha dicho que pondría al Reino Unido al frente de la fila después del Brexit. Pero inclusive a los líderes más parecidos a Trump de Europa les resultará más difícil defender su interés nacional si intentan actuar por cuenta propia. Para sobrevivir en el mundo de Trump, deberían intentar hacer que Europa sea grande otra vez.

Mark Leonard es director del Consejo Europeo sobre Relaciones Exteriores.

© Project Syndicate, 2016.

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