Obama apura hasta el final de su mandato con decisiones de calado
El presidente saliente intenta marcar el territorio a Donald Trump antes de abandonar la Casa Blanca
Barack Obama quiere gobernar hasta el último minuto. Los esfuerzos para definir su legado y marcar el terreno a su sucesor, Donald Trump, no se han agotado. La conmutación parcial de la pena de la soldado Chelsea Manning, que filtró a la organización Wikileaks los secretos del Departamento de Estado, es el último indicio de que el todavía presidente trabajará hasta el mediodía del viernes, cuando Trump jure el cargo y se convierta en el 45º presidente de Estados Unidos.
Este miércoles Obama tiene previsto ofrecer su última rueda de prensa, dos días antes de que abandone la Casa Blanca. Ya ha empezado a hacer las maletas y buena parte de sus colaboradores dejarán de trabajar el jueves. En las últimas semanas se ha dedicado a dar entrevistas destinadas a influir en el relato sobre su herencia, su lugar en la historia, en peligro por las promesas de su sucesor de destruir la reforma sanitaria o expulsar a millones de inmigrantes. En el discurso que pronunció la semana pasada en Chicago, la ciudad donde políticamente despertó y donde fundó su familia, hizo un llamamiento a defender la democracia ante los tiempos que llegan.
La transición, los dos meses y medio entre las elecciones presidenciales y la investidura del vencedor, no ha sido plácida. A golpe de mensajes en la red social Twitter, con su estilo errático e improvisado, y bajo los focos de las cancillerías, los estados mayores y los servicios de inteligencia de las principales potencias globales, Trump ya ha empezado a actuar como si fuese el líder, hablando —él o su entorno— con líderes extranjeros, hostigando a empresarios, espías y rivales políticos, y anticipando una presidencia que nadie se atreve a vaticinar como será, porque nunca en la época contemporánea EE UU ha tenido un presidente como él. Pero en este interregno también Obama ha actuado como el presidente que legalmente todavía es.
La Administración Obama ha adoptado sanciones contra Rusia y ha desplegado tanques en Europa del Este. Ha soliviantado al Gobierno de Israel al abstenerse en un voto de condena a los asentamientos en Cisjordania en el Consejo de Seguridad de la ONU. Ha prohibido la exploración de petróleo y gas en áreas de los océanos Atlántico y Ártico. Ha eliminado un programa que servía para registrar a ciudadanos extranjeros procedentes de países musulmanes, y que habría podido servir a Trump para ejecutar algunos de sus planes. Ha publicado un informe muy crítico con las prácticas de la policía de Chicago contra las minorías. Ha contribuido 500 millones de dólares al Fondo Climático de la ONU, según anunció el martes el Departamento de Estado. Y ha acabado con los privilegios de los inmigrantes cubanos que llegaban a EE UU y veían automáticamente reconocida la residencia.
Con la rebaja de la pena a Manning, permite que el próximo mayo salga de prisión la responsable de la filtración que se describió como la mayor de la historia. La filtración convirtió a Wikileaks en un actor central de la política estadounidense, papel en el que se ha consagrado durante la última campaña electoral gracias a confluencia de intereses entre su ideólogo, Julian Assange, y el candidato republicano Trump. Se cierra un círculo: Manning saldrá en libertad cuando llega al poder el hombre que más se ha beneficiado de la publicación por Wikileaks de correos electrónicos cuyo objetivo específico era dañar a la rival demócrata de Trump, Hillary Clinton.
Como todo lo que toca Trump, esta transición es extraordinaria e imprevisible. Ahora toca a su fin, pero Obama no soltará el bastón hasta la hora y el minuto final. Quedan 48 horas.
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