Christine Lagarde, plata de ley
La directora gerente del FMI, juzgada por un supuesto delito de negligencia en favor del empresario Bernard Tapie
Puede que no exista mayor contraste del que pueda establecerse entre Dominique Strauss-Kahn y Christine Lagarde. Hombre y mujer, socialista y conservadora, macho insaciable y figura ascética. Tienen sus coincidencias. La generación, la nacionalidad, las antiguas aspiraciones al Elíseo y hasta el cargo que han desempeñado, directores gerentes del Fondo Monetario Internacional, pero DSK tuvo que abandonarlo por un escabroso delito de abusos sexuales y Lagarde aspira a conservarlo una vez superado el proceso judicial que se le abrió el lunes por un delito de negligencia.
Negligencia quiere decir que Lagarde figuraba como sospechosa de haber beneficiado al empresario Bernard Tapie en 2007 en un litigio con el Estado. Lo hizo siendo ella ministra de Economía. Y siendo él un magnate en decadencia que confiaba en resarcirse de los 400 millones de euros que habría perdido por malvender Adidas al Crédit Lyonnais. La cifra corresponde a la plusvalía que obtuvo el banco francés —entonces público— en una ulterior reventa, de forma que Lagarde concedió al empresario la facultad de acogerse al arbitraje de un tribunal privado, ignorando —¿o acaso no?— que su jefe de Gabinete era íntimo amigo del propio Bernard Tapie, igual que lo era Nicolas Sarkozy, presidente de la República y urdidor atmosférico de la trama.
Se expone Lagarde a un año de cárcel y al oprobio profesional. No es presentable que la directora del FMI desempeñe el cargo con semejante lastre judicial. Ni le conviene a la reputación del Fondo añadir un nuevo motivo de recelo a la siniestra trayectoria de sus directores gerentes: el escándalo de la incontinencia de Strauss-Kahn sobrevenía a la imputación de Rodrigo Rato en la instancia de la Audiencia Nacional, tanto por las tarjetas black como por la salida a Bolsa de Bankia.
La responsabilidad de Christine Lagarde reviste menos trascendencia en la propia ambigüedad semántica y jurídica de la negligencia (“¿quién no comete errores?”, objetaba ella misma a su favor), y porque la propia institución financiera ya la había declarado inocente al renovarla en el cargo en marzo pasado. Se le reconocían sus méritos de timonel en el huracán de la crisis. Y se acreditaba una evidencia: no había candidatos dispuestos a jugarle ni jurarle el cargo a la sexta mujer más influyente del mundo.
Es el rango oficioso que le concedió la revista Forbes, otorgando laureles simbólicos a la inercia de una trayectoria deslumbrante y pionera. Fue Lagarde la primera mujer que presidió el colosal despacho de abogados estadounidense Baker & McKenzie (1999). La primera mujer que accedió en Francia al cargo de ministra de Economía y Hacienda (2007). La primera mujer del G8 con semejantes atribuciones. La primera mujer designada directora del FMI (2011). Incluso una mujer que ha sobrepasado el estereotipo del género. No renunciando a la feminidad, ni abaritonando la voz, como hacía premeditadamente Margaret Thatcher, sino haciéndose respetar en su personalidad, en su autoridad y en su empatía hacia los desheredados. Empezando por los proyectos de escolarización en la franja subsahariana que promueve el FMI, y por la lucha contra la precariedad con que todavía dan a luz muchas mujeres de los países menos desarrollados.
Sólida y etérea. Curiosa ‘aleación’ de acero y seda con la que se desenvuelve entre machos alfa
Es el lado luminoso o humano de Lagarde. El oscuro se atiene al desprestigio del FMI en el imaginario de los movimientos antisistema y antipolíticos. Se le observa como una fatídica aliada de Angela Merkel en las recetas de la austeridad y de los recortes. Esta misma semana ha recomendado a España una subida del IVA y un plan de restricciones presupuestarias en sanidad y en educación, consolidando la percepción feroz de la troika no sólo como abstracción del mal en sus tijeras, sino como evidencia orgánica, pues Lagarde representa al FMI en la correlación de fuerzas triangular que jalonan la Comisión Europea y el BCE.
Dura y tierna. Sólida y etérea. Se explica así la curiosa aleación de acero y seda con que se desenvuelve Lagarde entre machos alfa. Una mujer elegante, vertical, plateada, distinguida, que parece una escultura de Giacometti y cuyas habilidades diplomáticas en la alta política la hubieran convertido en una eminente figura cardenalicia.
La capacidad de adaptarse al medio y a las circunstancias proviene seguramente de sus tiempos de deportista de élite en el equipo nacional de natación sincronizada. Apretar la mandíbula y sonreír, trabajar en equipo, perseverar en el camino de perfección. Lo sabe porque perdió a su padre con 17 años —le dejó en herencia un dominio abrumador de la lengua inglesa— y porque su madre, profesora de escuela, le inculcó la prioridad de valerse por sí misma y de emanciparse en cuanto pudiera.
Para hacerlo, Lagarde emprendió el camino más ortodoxo de la élite político-financiera francesa, es decir, la Escuela Nacional de Administración (ENA), pero fue rechazada hasta en dos ocasiones. Un escarmiento inesperado que no le impidió descollar como abogada cosmopolita, ni recibir de manos del presidente Chirac el premio de la Legión de Honor (2000).
Se expone esta mujer de fructífera carrera a un año de cárcel y al oprobio profesional
Revistió interés el reconocimiento porque empezó a involucrarse en el partido conservador. Primero regresando de EE UU a París —nació en la capital francesa en enero de 1956— y después incorporándose al Gobierno de Dominique de Villepin como ministra delegada de Comercio. Que fue su trampolín a la cartera de Economía cuando Sarkozy asumió la presidencia en el año 2007 en la promesa de regenerar el capitalismo.
Semejante pasado en la Administración explica que esté siendo juzgada por un tribunal específico de cargos públicos y exministros (TJR). No ingresará en prisión incluso si es condenada, pero la hipotética sentencia contraria abortaría su carrera de altos vuelos, sumiendo el propio FMI en un problema incalculable de credibilidad.
Es abstemia Lagarde, vegetariana. Practica yoga y jardinería. Y reivindica sus espacios de meditación tanto como se obstina en defender su vida privada. Lo ha hecho eficazmente, pues apenas se conoce que está divorciada, que tiene dos hijos y que lleva relacionada 10 años con un empresario marsellés, Xavier Giocanti, hincha apasionado del mismo equipo, el Olympique, que Tapie convirtió en campeón de Europa antes de precipitarse la decadencia y abrir un espacio de sombra en el horizonte de Lagarde.
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