La muerte de Fidel Castro añade dudas al deshielo con EE UU
Su fallecimiento es otra incógnita en futuro de las relaciones con Cuba en la era Trump
La muerte de Fidel Castro añade una incógnita más al futuro de la normalización de relaciones entre Estados Unidos y Cuba ya cuestionado desde la victoria electoral del republicano Donald Trump, el responsable de continuar, o interrumpir, el diálogo abierto con La Habana por su predecesor demócrata, Barack Obama, hace casi dos años.
“Este es un momento muy delicado en las relaciones Cuba-EE UU”, señaló el periodista e investigador Peter Kornbluh en la cadena CNN. “Los cubanos no saben qué esperar de la Administración Trump, lo que él diga sentará el tono en la era post-Obama”, afirmó el coautor del libro Back Channel To Cuba sobre las negociaciones y contactos secretos entre Washington y La Habana desde la revolución de 1959.
Aunque el histórico líder cubano no ocultó nunca sus reticencias al proceso que inició su hermano y presidente Raúl Castro, el hecho de que no realizara una oposición frontal al mismo fue considerado como una aprobación implícita a una iniciativa que no contaba necesariamente con el respaldo del aparato cubano.
Para el politólogo cubano asentado en Estados Unidos Arturo López-Levy, la muerte de Fidel tiene una lectura sobre todo interna para Cuba, puesto que “indica el fin de una era en la historia” de la isla. De tener que impactar en las relaciones con Washington, debería hacerlo de forma positiva, señala, puesto que su muerte “ratifica aún más que se está viviendo un nuevo tiempo y que la política norteamericana debe ser distinta de la de los últimos 50 años”.
Una opinión compartida por CubaNow, una organización que desde hace tiempo promueve la mejora de relaciones bilaterales y el fin del embargo. La muerte de Fidel Castro “significa que la nación cubana y su relación con el mundo dejará de estar definida por un solo hombre”, dijo su director ejecutivo, Ric Herrero. “Ahora más que nunca, deberíamos hacer todo lo que podamos para eliminar las barreras externas y ayudar a los cubanos a integrarse totalmente en la comunidad global”, urgió en un comunicado en el que pidió a la nueva administración que “continúe construyendo a partir de los pasos dados por Obama” para que EE UU pueda convertirse en un “catalizador de un cambio significativo en Cuba”.
La duda es si Donald Trump, para quien Cuba de todos modos “no es una prioridad”, en opinión de López-Levy, será “receptivo” a la idea de que revertir el acercamiento sería volver a una política “anacrónica” que demostró su ineficacia durante más de medio siglo.
Ha querido la casualidad que la muerte de Fidel Castro sorprendiera al presidente electo en su mansión de recreo de Mar-a-Lago, en Florida. Este Estado es el tradicional bastión cubano en EE UU, antaño claramente anticastrista pero que, sobre todo en los últimos años, había dado un giro de apoyo a la política conciliadora de Obama, quien decidió restablecer las relaciones interrumpidas durante más de medio siglo.
Obama ha hecho todo lo posible para consolidar esa política antes de dejar la Casa Blanca, en menos de dos meses. No solo reabrió, hace ya más de un año, la embajada estadounidense en La Habana, gesto replicado por Cuba en Washington, y se convirtió, en marzo, en el primer presidente estadounidense que pisaba suelo cubano en casi un siglo. A menos de un mes de las elecciones para decidir a su sucesor, Obama emitió además una directiva presidencial con la que trataba de hacer “irreversibles”, en sus palabras, los avances logrados en las relaciones bilaterales.
Todo sin embargo quedó en un gran interrogante tras la victoria del republicano Trump, un magnate pragmático al que se ha acusado de violar en el pasado el embargo cubano en su intento de hacer negocios lucrativos en la isla, pero que hizo campaña prometiendo revertir el acercamiento a La Habana.
Trump no se conformó con cortejar el voto más anticastrista en Miami sino que, una vez declarado ya presidente electo, parece confirmar sus promesas con la inclusión en su equipo de figuras prominentes del lobby proembargo como Mauricio Clever-Carone. No solo es este abogado un miembro de la influyente organización Democracia Cuba-EE UU, que trabaja y reclama una “transición incondicional de Cuba a la democracia y al libre mercado”. Trump ha decidido incluirlo además en el equipo que perfilará el futuro del Departamento del Tesoro, una pieza clave en la aplicación —o flexibilización— del embargo contra Cuba y de las sanciones contra quienes lo violen.
Ha sido este Departamento, junto al de Comercio, el principal responsable en los pasados 23 meses de analizar hasta dónde podían tensarse los límites impuestos por el embargo, cuya eliminación está en manos solo del Congreso, para facilitar las transacciones comerciales y los intercambios personales. Pese a que las principales restricciones siguen vigentes, cada vez es más fácil comerciar y hasta viajar a Cuba para los estadounidenses. Antes de que la muerte de Fidel Castro copara todos los titulares de la prensa cubana —como de la internacional—, los medios de la isla celebraban precisamente el restablecimiento, tras más de medio siglo, de los vuelos comerciales regulares y directos entre EE UU y La Habana.
Son medidas como esta las que también han impulsado a su vez la continuación de las reformas iniciadas con la llegada de Raúl Castro al poder en Cuba, aunque no al ritmo deseado por Washington, como ha reconocido el propio Obama. Un cambio en la actitud de la Casa Blanca podría tener en este sentido, advierte López-Levy, más impacto aún que la muerte de Fidel Castro. “Mientras exista incertidumbre en el tema Trump, la dirección cubana va a actuar con gran cautela, pero eso no tiene que ver con que Fidel esté o no porque ya tenía un papel más simbólico, era una especie de fuerza moral, de patriarca revolucionario más que conductor de los asuntos del gobierno”.
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