El difícil problema de la sucesión
No existe un relevo claro tras los Castro con la excepción de Díaz Canel, el vicepresidente primero
Fidel Castro tenía al morir 90 años. Raúl Castro tiene 85 y los históricos que hicieron la revolución prácticamente han desaparecido. Quedan solo un puñado de ellos, como el comandante Ramiro Valdés o el segundo secretario del Partido Comunista de Cuba (PCC), José Ramón Machado Ventura, en la cúpula del Gobierno y del partido. Otros están muy mayores o enfermos, y no existe un relevo claro, con la excepción del vicepresidente primero, Miguel Díaz Canel, de 56 años, exministro de Educación y exsecretario del Partido Comunista en las provincias de Villa Clara y Holguín.
En el VI Congreso del PCC, en abril de 2011, Raúl Castro admitía que no existía una “reserva de sustitutos maduros y con experiencia suficiente para asumir el relevo en los principales cargos del país”. Raúl promovió la limitación a dos periodos de cinco años para ejercer cargos públicos y ha anunciado que abandonará el Gobierno en 2018, para dar paso a una nueva generación de dirigentes.
La realidad es que, históricamente, aquellos dirigentes jóvenes o representantes de una generación intermedia que en diferentes momentos alcanzaron más carisma y poder, fueron destituidos o cayeron en desgracia al perder la confianza de la vieja guardia.
En marzo de 2009, un año después de asumir formalmente la presidencia, Raúl Castro realizó una drástica remodelación ministerial que afectó a 12 carteras y supuso la salida de ocho ministros y varios altos cargos. A la cabeza de los caídos estuvieron dos pesos pesados, considerados los herederos naturales de la revolución debido a su cercanía con Fidel Castro durante años: el ex vicepresidente Carlos Lage (La Habana, 1951), responsable de la reforma económica de los noventa, y el exministro de Relaciones Exteriores Felipe Pérez Roque (La Habana, 1965), que durante años ejerció de secretario personal del líder cubano. Desde su retiro, el exmandatario justificó aquellas destituciones con argumentos un tanto crípticos: “La miel del poder, por el cual no conocieron sacrificio alguno, despertó en ellos ambiciones que los condujeron a un papel indigno. El enemigo externo se llenó de ilusiones con ellos”, escribió en el diario Granma.
En aquella remodelación también salieron del juego otros dirigentes de menor proyección pública e internacional, pero que eran valorados como figuras emergentes y con los que el propio Raúl Castro parecía contar para las ecuaciones de futuro. Era el caso de Jorge Luis Sierra, uno de los funcionarios jóvenes en el cargo de vicepresidente. El actual presidente lo había nombrado en ese puesto tras asumir el cargo en agosto de 2006, cuando su hermano cayó enfermo. Sierra fue destituido por “errores cometidos en el desempeño de sus funciones”. Junto a ellos, los jóvenes que rodearon a Fidel Castro durante la llamada Batalla de Ideas (entre 2000 y 2006, aproximadamente), que llegaron a copar importantes puestos en el Gobierno —como el exsecretario de la Unión de Jóvenes Comunistas, Otto Rivero, que fue nombrado vicepresidente del Consejo de Estado con menos de 40 años—, o los líderes estudiantiles Hassan Pérez Casabona y Carmen Rosa Báez, también se esfumaron del escenario político.
Antes, otros dirigentes identificados en el exterior como reformistas y que en diferentes momentos parecieron despuntar como posibles herederos —el excanciller Roberto Robaina, o el exjefe del Departamento Ideológico Carlos Aldana— habían sido destituidos deshonrosamente, poniéndose de manifiesto lo complejo de la sucesión en Cuba y la desconfianza que generaban los advenedizos entre la generación de dirigentes que luchó en la Sierra Maestra.
La llegada al poder de Raúl Castro cambió sensiblemente el panorama político y el perfil de la sucesión. Desde 2008, Raúl ha renovado en casi un 80% el Consejo de Ministros y la cúpula de Gobierno, colocando al frente de muchos organismos clave a cuadros de su confianza hasta ese momento desconocidos y a altos oficiales de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), cuyas corporaciones empresariales controlan o participan en el 60% de la economía. Al frente del entramado de intereses militares conocido como GAESA (Grupo de Administración de Empresas, Sociedad Anónima) está Luis Alberto Rodríguez López-Calleja, hijo del general de División Guillermo Rodríguez del Pozo, durante años casado con una hija de Raúl Castro y considerado un auténtico zar empresarial, pues en su despacho se supervisaban los principales negocios del país.
Muchos generales y altos cargos militares ocupan posiciones relevantes tanto en el Ejército como en el Partido Comunista y el Consejo de Estado. Uno de ellos es el general Álvaro López Miera, hijo de exiliados españoles y militar de mucho prestigio dentro del Ejército y del Gobierno, bregado en las guerras de Etiopía y Angola, quien además tiene en su biografía haberse alzado en la Sierra Maestra con tan solo 14 años. López Miera es uno de los hombres de confianza de Raúl Castro y es viceministro primero de las FAR y jefe del Estado Mayor, además de ser miembro del Buró Político y del Consejo de Estado. Otro importante militar es Leopoldo Cintra Frías, ministro de las FAR e integrante del Buró Político y del Consejo de Estado.
Junto a ellos, otros dirigentes de mediana edad y perfil discreto han ido emergiendo en los últimos años dentro del equipo de Castro. El que ocupa un puesto más relevante es Miguel Díaz Canel, a quién Raúl nombró vicepresidente en 2013 en sustitución del histórico José Ramón Machado Ventura. También ha jugado un papel relevante Marino Murillo, ministro de Economía y Planificación entre 2009 y julio de este año, hoy vicepresidente del Consejo de Ministros —uno de los miembros más jóvenes del Buró Político—, responsable de llevar adelante el proceso de reformas y apertura controlada de Raúl Castro.
Fidel Castro llevaba años alejado del ejercicio del poder, por eso su desaparición no será un factor desestabilizador ni afectará a la sucesión, creen la mayoría de los analistas, que dan por seguro que mientras Raúl y los últimos históricos estén en condiciones de gobernar, mantendrán el control de los cambios y definirán su ritmo. En este ajedrez político y económico el proceso de normalización con EE UU es un factor de máxima relevancia, aunque ahora el factor Trump podría cambiar el tablero de juego.
Algunos creen que la muerte de Fidel podría acelerar el proceso de reformas, otros no. Lo que parece seguro es que después de Raúl será el Ejército —la institución con más poder, y no solo militar, también económico y político— quien desempeñará el papel decisivo y deberá apoyar a cualquier Gobierno. Según el exanalista de inteligencia norteamericano Brian Latell, autor del libro Después de Fidel, “nadie podrá imponerle al nuevo régimen políticas a las que se oponga este liderazgo militar disciplinado y unificado”.
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