Cien días de Duterte en el poder: insultos y ejecuciones extrajudiciales
El presidente filipino, con el apoyo de los votantes, defiende su guerra contra la droga
Su sangrienta guerra contra la droga ha dejado ya más de 3.400 muertos en ejecuciones extrajudiciales u operaciones de la Policía desde que llegó al poder y le ha valido durísimas críticas en Occidente. Pero también ha logrado enviar a rehabilitación a 700.000 adictos. Ha insultado a la ONU, a la Unión Europea y, especialmente, al mayor aliado de su país, Estados Unidos, a cuyo presidente, Barack Obama, ha llamado sin ambages “hijo de puta”. Ha dado pasos para la paz con las guerrillas comunistas e islámicas. Al mismo tiempo, amenaza con cambiar el orden geopolítico en Asia Pacífico para aproximar a Filipinas a la órbita de China y Rusia. En sus cien primeros días de mandato, el deslenguado presidente filipino, Rodrigo Duterte, no ha dejado a nadie indiferente.
Duterte cuenta con el respaldo masivo de la población, que ve en este antiguo alcalde de Davao un hombre de acción y una alternativa al dominio de la política filipina por parte de un puñado de familias en las últimas décadas. Aunque solo obtuvo un 37% de los votos en las elecciones de mayo, una encuesta publicada esta semana indica que un 76% de los filipinos está satisfecho con su gestión, y únicamente un 11% se declara descontento. Buena parte de esta popularidad es gracias a la guerra sin cuartel contra la droga, la prioridad absoluta del presidente apodado “El Castigador”: según el jefe de la Policía, desde que Duterte asumió el poder la delincuencia ha caído un 49%
“Está convencido de que ésta es la manera de resolver los problemas de Filipinas, que la delincuencia está arrasando con todo. Es su verdadera obsesión”, explica Mark Thompson, jefe del Departamento de Estudios Asiáticos e Internacionales (AIS), y director del Centro de Investigación sobre el Sureste de Asia (SEARC) en la City University de Hong Kong.
Pese a las críticas de las organizaciones de derechos humanos, que denuncian la impunidad de agentes de Policía que aseguran actuar en defensa propia y de pistoleros desconocidos que matan sin que sus crímenes sean investigados, Duterte ha alabado públicamente esas muertes. Ha llegado a compararse con Hitler en su deseo de masacrar a los drogadictos como el líder nazi lo hizo con los judíos. Vinculado él mismo a la creación de escuadrones de la muerte durante su mandato en Davao, ha pedido una prórroga al plazo de tres a seis meses que se impuso para acabar con los drogadictos, tras admitir que no puede “matarlos a todos” en ese periodo.
Con un enorme capital político, y convencido de que su estrategia es la correcta, ha multiplicado los insultos a todo aquel que se la haya criticado en Occidente, especialmente Estados Unidos. “En lugar de ayudarnos, el primero en golpearnos ha sido el Departamento de Estado. Váyase al infierno, señor Obama, váyase al infierno”, decía esta semana, un mes después de que sus insultos al presidente estadounidense llevaran a este cancelar una reunión entre ambos.
Pero en sus invectivas contra Estados Unidos, convertidas en casi diarias, hay algo más que una simple intolerancia a las críticas. Estudiante durante la guerra de Vietnam, “tiene una mentalidad antiimperialista” y quiere mostrarse como un líder soberano e independiente, apunta Richard Javad Heydarian, profesor de la Universidad de La Salle y ex asesor de la Cámara baja filipina.
No se trata solo de insultos. Ha amenazado con rediseñar la alianza de su país con Washington. Asegura que las actuales maniobras militares conjuntas serán las últimas y avisa de su disposición a revisar el Acuerdo para Aumentar la Cooperación para la Defensa (EDCA) de 2014 que permite el acceso de las tropas de EE UU a las bases filipinas.
Al mismo tiempo, desde su llegada al poder ha abandonado la política de confrontación de su predecesor, Benigno Aquino, y ha empezado a hacer guiños a China, un país que visitará en la tercera semana de octubre. Ha corrido un tupido velo sobre la sentencia de una corte de arbitraje en La Haya que da la razón a Filipinas, para enfado de las autoridades chinas, en la disputa de soberanía en el mar del sur de China, sin exigir su aplicación, y ha insinuado la posibilidad de empezar a comprar armamento a Pekín y Moscú. Detrás, opinan los expertos, está la esperanza de arrancar concesiones a China, bien geopolíticas o bien comerciales y de inversiones.
“Duterte está redibujando él solo las dinámicas regionales, al menos a corto/medio plazo. El paisaje geopolítico ha quedado alterado de manera significativa en los últimos tres meses”, explica Heydarian.
El cambio en la política exterior filipina “puede socavar de manera sustancial la influencia geopolítica de Washington en Asia en momentos en los que las tensiones entre Pekín y sus vecinos están aumentando”, señalaba BMI Research, el brazo de análisis de la agencia de valoración de riesgo Fitch, en un informe la semana pasada. Por el momento, EEUU ha optado por restar importancia a las declaraciones filipinas y sostiene que la relación no se ha alterado.
Pero aunque se produzcan cambios simbólicos -podría anunciarse una suspensión de las patrullas conjuntas en el mar del sur de China, o el fin de las maniobras militares conjuntas Balikatan-, los expertos no creen que el giro vaya a ser completo. “Es posible que apueste por un equilibrio en la relación con EEUU y China, pero dudo que vaya a haber una ruptura sustancial más allá de medidas simbólicas, Encontraría una fuerte resistencia por parte de las elites en política exterior”, apunta Thompson, de la City University. El público filipino es muy proestadounidense; su Ejército, muy dependiente de EEUU, y la primera potencia del mundo es el tercer socio comercial del país asiático.
La reordenación también puede ser temporal. “No veo que China vaya a hacer concesiones geopolíticas significativas. Y transcurrido un tiempo, si Duterte no consigue gran cosa, puede verse presionado a cambiar de estrategia”, apunta Heydarian. ex asesor de la Cámara filipina.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.