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“Me hago ciudadano porque me preocupa que gane Trump”

Las grandes cifras de naturalizaciones en Estados Unidos pueden influir en la elección y amenazan al Partido Republicano a largo plazo

Pablo Ximénez de Sandoval

Los inmigrantes en Estados Unidos están pidiendo la nacionalidad en números récord y la única explicación a la vista es Donald Trump. Un candidato presidencial ha prometido no solo echar a todos los indocumentados, sino endurecer las leyes de inmigración para los demás. Ante esta amenaza solo hay una solución segura: dejar de ser inmigrante. La tendencia se suma a la movilización sin precedentes que Trump ha provocado en el electorado latino, muy identificado con los inmigrantes, y a su falta de apoyo entre la mayoría de estadounidenses que creen que es necesaria una reforma migratoria. Tener un candidato que insulta y amenaza a los inmigrantes parece que le puede costar caro al Partido Republicano a largo plazo.

José González, mexicano, con su solicitud de nacionalidad el pasado sábado en Anaheim.
José González, mexicano, con su solicitud de nacionalidad el pasado sábado en Anaheim.APU GOMES

Un estudio publicado en septiembre por el profesor Manuel Pastor, experto en integración de inmigrantes de la Universidad del Sur de California (USC), asegura que las peticiones de naturalización entre marzo y junio de este año eran un 32% más que en el mismo periodo en el año pasado. Ese incremento había sido del 28% en el trimestre anterior y del 14% en el último trimestre de 2015. Las peticiones de naturalización suelen aumentar en "epocas de cambio", asegura Pastor, pero estos números no son normales. En los dos años anteriores el crecimiento anual de solicitudes fue de un 2% de media. Estados Unidos ha hecho ciudadanos a entre medio millón y un millón de inmigrantes al año en la última década.

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Los inmigrantes nacionalizados van a ser alrededor del 9% de los votantes del próximo 8 de noviembre. De ellos, el 38% son personas que se han nacionalizado en la última década, con su experiencia con el sistema migratorio muy reciente. El estudio de Pastor revela la influencia de ese grupo en Estados clave de esta elección, aquellos con peso en el colegio electoral que elige al presidente y que no están claramente decantados. Los naturalizados son el 7,8% de los electores en Arizona, el 5,1% en Colorado, el 14,8% en Florida y el 4,3% en Pennsylvania. Son números importantes en estados donde la diferencia en votos suele ser mínima.

El pasado sábado, en la iglesia River Church de Anaheim, California, diversas organizaciones (Chirla, Occord y World Relief, con apoyo de los consulados de México, Guatemala y El Salvador) habían montado una feria de naturalización de inmigrantes. Abogados de inmigración recibían consultas gratis y decenas de voluntarios ayudaban a hacer solicitudes de ciudadanía. Cientos de personas se acercaron a uno de los eventos de este tipo más grandes, según sus organizadores, que se han visto en el condado de Orange al sur de Los Ángeles.

Alicia Rivera, michoacana de 56 años que lleva 18 años en EE UU, decía que “es importante participar en las votaciones” y que había notado un aumento del interés debido a las propuestas de Trump. “Así es, la gente tiene miedo. Gente que ahora tiene la residencia teme que puedan quitársela”. Además, lo hace por los que no tienen papeles y no pueden votar. “Como tenemos estatus legal podemos ayudar a nuestra gente que no lo tiene. Es amor al prójimo”. Rivera dice que votaría por Hillary Clinton si pudiera. Todos los consultados en la feria votarían por Clinton.

Yanina Damas y su familia rellenan los papeles para ser ciudadanos.
Yanina Damas y su familia rellenan los papeles para ser ciudadanos.APU GOMES

“La gente tiene miedo de que Trump pueda ganar y se están animando a hacerse ciudadanos”, afirma la abogada especialista en inmigración Yvette Gutiérrez, que estaba atendiendo gratis en la feria de River Church. Ha visto aumentar las solicitudes de ciudadanía un 60% en su despacho en los últimos seis meses y que la razón principal que citan sus clientes es la elección presidencial. Gutiérrez, que se presta voluntaria a muchas de estas ferias gratuitas, asegura que en Anaheim el sábado había “el triple de lo normal”.

Normalmente, los inmigrantes interesados en la nacionalidad son personas mayores que han esperado por razón del idioma (a partir de los 50 años de edad y 15 como residente se puede hacer el examen en español), porque no podían hacer frente a los 680 dólares de la solicitud, o simplemente nunca se han dado cuenta de que les hacía falta hasta que empiezan a pensar en sus pensión y se dan cuenta de que tienen más beneficios como ciudadanos.

Pero en esta feria había jóvenes como José González, yucateco de 40 años que lleva 13 años en California. “Me hago ciudadano para poder votar. Por lo de Donald Trump. Pude haberlo hecho hace tiempo, ha sido viendo a Trump cuando me he decidido”, comentaba a EL PAÍS. González vino a Estados Unidos ilegal y obtuvo la residencia al casarse con una ciudadana estadounidense. Como él, millones de personas son muy sensibles al discurso antiinmigrantes. “La mayoría de la gente que conozco se está haciendo ciudadana para votar por lo que está pasando con Trump”. Si no puede votar para frenarlo en estas elecciones, “para echarlo en las siguientes”.

Alici Rivera, con su solicitud de ciudadanía en Anaheim.
Alici Rivera, con su solicitud de ciudadanía en Anaheim.APU GOMES

“Creo que Estados Unidos está viviendo un momento como el de la Proposición 187”, dice en su despacho de USC el profesor Manuel Pastor. Se refiere a la ley que en 1994 impulsó el gobernador de California Pete Wilson y que, con un discurso muy parecido al de Trump, negaba el acceso a los servicios públicos esenciales a los inmigrantes irregulares. La movilización de comunidades latinas que hasta entonces nunca habían participado en política, sumada a los rápidos cambios demográficos, hundió al Partido Republicano a largo plazo.

El proceso para la nacionalización en Estados Unidos lleva entre cuatro y seis meses desde la solicitud. Eso significa que aproximadamente los que presentaron los papeles en mayo o quizá junio serán los últimos que lleguen a tiempo de votar e influir en esta elección. Los que lo hicieron el pasado sábado en Anaheim no van a votar. Pero el efecto Trump en el electorado inmigrante puede ser duradero. Votarán en las próximas presidenciales, en las próximas legislativas dentro de dos años, en las municipales del año que viene y al consejo escolar de su barrio. Así durante décadas. “El voto en Estados Unidos es muy constante”, explica Pastor. “La gente se hace de un partido y se queda ahí durante años”.

Eso es lo que pasó en California en 1994. La Proposición 187 salió aprobada con un exitoso 60% de los votos y Pete Wilson fue reelegido. Pero la enorme movilización de inmigrantes que provocó acabó por condenar a los republicanos a largo plazo. Aquellos inmigrantes, sus hijos y sus nietos aún hoy perciben al Partido Republicano como un partido antiimigrantes y votan demócrata. Los latinos, con un 39% de la población, ya son la minoría mayoritaria de California, por delante de los blancos. El Partido Republicano no tiene ni un solo puesto electo estatal y su influencia en la política del Estado es nula. En solo dos décadas, California pasó de ser el Estado de Ronald Reagan a ser un estado completamente demócrata y los propios republicanos admiten que la culpa es del gobernador Wilson.

Hace más de un año, cuando Trump empezó a secuestrar la campaña de primarias del Partido Republicano, los analistas empezaron a trazan comparaciones entre la política nacional y lo que pasó en California. Al principio, era apenas una intuición de aquellos que habían visto antes cómo funciona la xenofobia en la política estadounidense. Las últimas cifras de nacionalizaciones parecen querer darles la razón.

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Sobre la firma

Pablo Ximénez de Sandoval
Es editorialista de la sección de Opinión. Trabaja en EL PAÍS desde el año 2000 y ha desarrollado su carrera en Nacional e Internacional. En 2014, inauguró la corresponsalía en Los Ángeles, California, que ocupó hasta diciembre de 2020. Es de Madrid y es licenciado en Ciencias Políticas por la Universidad Complutense.

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