El último muerto de la guerra en Colombia
El olvido del soldado Perdomo, el último fallecido de un conflicto con 267.161 muertos más
Entre una pizzería barata y un café de la carrera Séptima de Bogotá, la arteria principal, una placa recuerda el lugar exacto donde fue asesinado en 1948 el caudillo liberal Jorge Eliecer Gaitán. Aunque la aparición de las FARC llegaría 16 años después, los historiadores ubican el germen de la guerrilla más antigua de América Latina en la muerte del carismático político, y en el levantamiento popular que lo acompañó después, que dejó el centro de la capital reducido a cenizas.
Todos los colombianos saben de memoria el nombre del primer muerto, pero muy pocos recuerdan al último, Jaime Perdomo, un joven de 30 años, piel tostada y tres hijos, abatido hace cinco meses por un francotirador de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). Fue el último de los 267.162 muertos -datos de la Unidad para las Víctimas- que deja medio siglo de enfrentamiento entre el Estado colombiano y la guerrilla, según el Centro de Recursos para el Análisis de Conflictos (CERAC).
El soldado Perdomo y sus compañeros de la sexta división patrullaban una remota región del Caquetá controlada por las FARC, tapizada de plantaciones de coca, cuando un francotirador le disparó a traición mientras descansaba sobre una piedra. Charlaba relajadamente con su compañero cuando, de entre el verde, asomó el cañón de un R-15 que disparó una bala que le entró por la axila y le atravesó el corazón.
El Ejército responsabilizó de la última muerte del conflicto más largo del continente a El Trueno, un guerrillero de sangre fría y pulso impecable que en sólo 20 días mató a dos soldados más de la misma forma. Tras la muerte de Perdomo el Ejército repartió cientos de volantes con el rostro de El Trueno y ofreció 100 millones de pesos - casi 35.000 dólares- de recompensa, por cualquier pista que llevar a su captura.
Pero la muerte de Jaime Perdomo Valencia jamás entrará en la historia por absurda y poco oportuna. Después de casi cuatro años de negociación en La Habana, el fallecimiento el 7 de mayo de Perdomo llegó en un momento de estancamiento en la mesa de negociación entre la guerrilla y el Gobierno. En medio del desespero de la opinión pública, el presidente, Juan Manuel Santos, hacía esfuerzos por resaltar los avances en la discusión y silenciar los problemas. Y la muerte de Perdomo era un problema.
“El presidente ni se refirió a él. Lo despreciaron como si fuera un animal”, recuerda entre lágrimas su madre, Eugenia María Valencia, una ama de casa que vive de coser ropa ajena y de la venta de cosméticos por catálogo en Florencia, departamento de Caquetá.
Le diría a Timochenko que no quiero su perdón. Sus palabras no me van a devolver a mi marido
“Mi voto de hoy es No. A mí no me van a devolver a mi hijo por un acuerdo de paz”, dice con una contundencia a punto de desmoronarse. “Toda esa gente son unos sinvergüenzas y unos cobardes”, explica al referirse a los líderes guerrilleros que estos días se pasean vestidos de guayabera blanca por noticieros y portadas. “Lo que más me duele es que dicen que murió en un combate y eso es falso, lo asesinaron por la espalda de forma cobarde”, añade.
La guerrilla de las FARC respondió a aquella matanza con unas breves palabras en las que insistió en su voluntad de mantener el alto al fuego anunciado en julio de 2015, pero también en su necesidad de defenderse. Al fin y al cabo esa era una de las condiciones impuestas por Santos durante los cuatro años de negociación: “Nada de lo que ocurra en el campo de batalla afectará a la negociación”.
Su viuda, Noreisi Velasco, tampoco quiere saber nada de las noticias, de los periódicos, de la paz, ni de los gestos de perdón que se multiplican estos días. Sin embargo, cinco meses después de su muerte, a su esposa le duelen más las balas que llegan de la institución militar a la que su marido entregó 11 años de vida, que las de la guerrilla. “Cuando están vivos son los mejores pero cuando están muertos nos abandonan y nos tratan como a perros”, acusa.
El acuerdo alcanzado en Cuba incluye un pago a cada guerrillero desmovilizado de unos dos millones de pesos (685 dólares) más un sueldo mensual durante dos años de otros 620.000 pesos (220 dólares). Una cifra que indigna a su viuda. “En cambio a mí, por la muerte de mi esposo me corresponde una pensión de 600.000 pesos (205 dólares) y eso no alcanza ni para comer con tres hijos pequeños”.
De los 267.162 muertos que dejan 52 años de conflicto, el 81% de los fallecidos son civiles y un 19% soldados o guerrilleros, según la Unidad para las Victimas.
Desde que el lunes 26 de septiembre Santos y Timochenko firmaron la paz estos son días de perdones públicos de parte y parte. El jueves los líderes de las FARC lo hicieron en Bojayá (Chocó), tras una matanza en el año 2001 en la que murieron más de cien personas por el ataque de la guerrilla a una iglesia donde se resguardaba la población. El viernes fue en La Chinita (Apartadó) por la muerte de 35 personas en 1994. De la misma forma Santos repitió el perdón el viernes en Soacha, a las afueras de Bogotá, por la responsabilidad del Estado hacia los ocho millones de víctimas que deja el conflicto armado. Sin embargo, el perdón más sonoro se escuchó el lunes en Cartagena de Indias cuando el máximo líder de las FARC, Timoleón Jiménez, Timochenko, pidió perdón “a todas las víctimas del conflicto”.
¿Qué le diría a Timochenko? “No creo que esa gente pierda el tiempo viniendo a la casa de uno” contesta su viuda. “Pero le diría que no quiero su perdón. Que sólo quiero verlo en la cárcel y con sus palabras no me van a devolver a mi marido”, añade llorando. “No saben el daño tan grande que han hecho”.
Una parte de Colombia votó este domingo para que ella sea la última viuda y otra para que El Trueno no salga jamás de una cárcel.
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