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ANÁLISIS

Ayuda militar norteamericana a Israel, a veces más es menos

Obama concede la mayor aportación en Defensa de la historia de EE UU, pero impone a Netanyahu reajustes de gasto y recortes de ventajas

El subsecretario de Estado de EE UU, Tom Shannon, consejero de Seguridad Nacional de Israel, Jacob Nagel, firman el acuerdo en Washington.Foto: reuters_live | Vídeo: GARY CAMERON (REUTERS) / REUTERS-QUALITY
Juan Carlos Sanz

Sin duda se trata del mayor plan de ayuda en materia de defensa y seguridad a otro país en la historia de Estados Unidos. El acuerdo firmado este miércoles con Israel significará la aportación de 38.000 millones de dólares (33.750 millones de euros) durante una década a partir de 2019 para apuntalar la superioridad militar de Israel en Oriente Próximo. El Gobierno del primer ministro Benjamín Netanyahu se ha apresurado a felicitarse por el histórico compromiso de la Administración de presidente Barack Obama, que representa un incremento del 22,5% respecto al vigente programa (2009-2018) de 31.000 millones de dólares, aprobado por el republicano Georges W. Bush antes de que finalizara su mandato.

Las cuentas, sin embargo, no parecen tan claras para los analistas de defensa de la prensa israelí, que advierten de que, a veces, más es menos. En primer lugar, el acuerdo obliga a incluir en el nuevo plan de ayuda militar los 500 millones de dólares anuales con los que Estados Unidos está subvencionando, en partida aparte, los programas de defensa antimisiles de Israel, como la denominada Cúpula de Hierro frentes a los ataques con cohetes de Hamás, desde Gaza, o de Hezbolá, desde Líbano, o los más desarrollados Honda de David y Arrow, contra misiles de medio y largo alcance, respectivamente. Si se restan los 5.000 millones de dólares que han quedado refundidos en el programa decenal, en realidad el incremento efectivo es de 2.000 millones de dólares, esto es, un aumento de la cooperación con Israel en materia de defensa del 5,2%.

Esta sería la “compensación” por el pacto nuclear suscrito con Irán en 2015 por grandes potencias, encabezadas por EE UU, por la que Netanyahu pretendía obtener un plan de 45.000 millones de dólares en 10 años (un 45% más), argumenta Itamar Eichner, corresponsal diplomático del diario Yedioth Ahronoth. Obama invitó al Gobierno de Israel a renovar del programa de ayuda en junio del año pasado, poco después del acuerdo sobre Irán, pero el primer ministro del Likud declinó la oferta y dijo que prefería esperar a la llegada a la Casa Blanca de un nuevo presidente, en enero de 2017. La relación entre ambos mandatarios, que nunca fue muy buena, se había envenenado en marzo de 2015, cuando Netanyahu pronunció un discurso ante el Congreso de EE UU en contra de la negociación con Teherán sin habérselo comunicado a Obama.

El desaire parece haber tenido un cierto precio. El jefe del Gobierno de Israel regresó a Washington, ya en noviembre, y fue recibido con excepcional frialdad en la Casa Blanca. La perspectiva de una eventual victoria en las urnas del candidato republicano Donald Trump —partidario de ajustar las ayudas militares al exterior—, le movió a aceptar la oferta negociadora del presidente demócrata saliente. Diez meses después y a menos de ocho semanas de las elecciones en EE UU, Netanyahu ha acabado aceptando un acuerdo en el que se han visto sensiblemente reducidas sus aspiraciones de incrementarlo, sobre el que Obama ha impuesto ajustes que pueden llegar a suponer mermas de hecho y que ha sembrado la inquietud en la pujante industria armamentística israelí.

En el documento firmado en Washington, el Gobierno de Israel se compromete a no solicitar al Congreso ayudas militares suplementarias, una práctica hasta ahora habitual en el programa de sistemas antimisiles. El texto deja claro que no habrá dinero extra para armas, salvo en caso de una crisis de seguridad, una amenaza grave o una guerra contra el Estado judío, y siempre con el acuerdo explícito de la Casa Blanca. Queda, sin embargo, excluida de esta prohibición la petición a las Cámara de otras partidas en materia de seguridad, como en ciberdefensa o la lucha contra los túneles excavados en la frontera de Gaza por Hamás, puntualizaba el diario Haaretz.

Netanyahu pierde también el privilegio de poder dedicar el 26,3% de los fondos aportados por EE UU a la compra de armamento producido en el propio Israel. En el nuevo programa –y de una forma gradual– deberá suprimirse esta ventaja —concebida hace tres décadas para desarrollar la industria militar israelí— con el objetuvio de acabar invirtiendo toda la cooperación militar norteamericana en la adquisición de armas fabricadas en Estados Unidos. Las Fuerzas Armadas israelíes tampoco podrán utilizar, como en el anterior plan, el 13% de las ayudas en gastos de combustible.

“El discurso de Netanyahu ante el Congreso de EE UU le ha costado al Estado de Israel miles de millones de dólares, con los que contaban los responsables de la seguridad del país”, acusa la diputada de la oposición laborista Shelly Yachimovich. “Este acuerdo causará despidos masivos en la industria militar, lo que frenará el crecimiento de la economía”, ha advertido esta parlamentaria, miembro la Comisión de Defensa de la Knesset.

Netanyahu viajará la semana que viene a Nueva York para participar en la Asamblea General de Naciones Unidas.  Aún no figura en su agenda de trabajo en EE UU ningún encuentro con el presidente Obama. La Casa Blanca difundió este miércoles un comunicado en el que el presidente refrendaba "el compromiso con Israel y su seguridad a largo plazo", y que por ello iba a continuar impulsando "una solución con dos Estados para el largo conflicto israelo-palestino", a pesar de las dificultades sobre el terreno. El actual Gobierno de Israel, considerado como el más derechista en la historia del Estado judío, es criticado por la Administración Obama a causa de su política de expansión de los asentamientos de colonos judíos en Cisjordania y Jerusalén Este, bajo ocupación tras la guerra de 1967.

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Sobre la firma

Juan Carlos Sanz
Es el corresponsal para el Magreb. Antes lo fue en Jerusalén durante siete años y, previamente, ejerció como jefe de Internacional. En 20 años como enviado de EL PAÍS ha cubierto conflictos en los Balcanes, Irak y Turquía, entre otros destinos. Es licenciado en Derecho por la Universidad de Zaragoza y máster en Periodismo por la Autónoma de Madrid.

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