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Los abusos de derechos humanos de la era Saakashvili traumatizan a Georgia

Las elecciones legislativas ponen a prueba al país del Cáucaso

Pilar Bonet

Las próximas elecciones parlamentarias que celebra Georgia, el próximo 8 de octubre, han resucitado fantasmas en este pequeño país del Cáucaso donde inquietos ciudadanos se preguntan si su sistema político ha adquirido inmunidad ante las detenciones arbitrarias, las extorsiones y las torturas en establecimientos penitenciarios, que fueron los aspectos más siniestros del régimen de Mijéil Saakashvili, presidente del Estado de enero de 2004 a noviembre de 2013.

Mikhail Saakashvili en 2008, cuando era presidente de Gerogia.
Mikhail Saakashvili en 2008, cuando era presidente de Gerogia.Shakh Aivazov (AP)

El partido de Saakashvili, el Movimiento Nacional Unido (MNU) de Georgia, hoy en la oposición, compite también en las legislativas. En un entorno electoral muy atomizado, sus posibilidades son modestas, en opinión de expertos locales.

Las últimas legislativas, en octubre de 2012, las ganó la coalición El Sueño de Georgia, dirigida por el multimillonario Bidzina Ivanishvili. Tras coexistir algo más de un año con una mayoría de oposición, Saakashvili concluyó su mandato, abandonó Georgia y se instaló en Ucrania, que lo empleó en la Administración del Estado junto a otros miembros de su equipo. Georgia acusa al expresidente y varios de sus allegados de abuso de poder y otros delitos y a principios de 2015 pidió su extradición que Ucrania denegó, alegando que la petición obedecía a motivos políticos.

A fines de mayo de 2015, el presidente de Ucrania, Petró Poroshenko, nombró a Saakashvili gobernador en la región de Odessa, en la costa del mar Negro. La adquisición de la ciudadanía ucraniana protege a Saakashvili de la justicia de su país de origen y el contencioso intoxica las relaciones bilaterales y las visitas entre los máximos dirigentes de los dos Estados están congeladas. “Quisiera recordar que a Saakashvili se le busca por cuatro artículos del Código Penal y creo que Georgia se merece otro trato”, afirma Tedo Dzhaparidze, jefe del comité de exteriores del Parlamento georgiano. Malversación de fondos, dispersión violenta de protestas populares, implicación en palizas por encargo contra diputados de la oposición y en el asesinato de un banquero son los cargos por los que Saakashvili podría ser condenado a 11 años de cárcel en Georgia.

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En enero de 2013, Georgia liberó a más de 3000 presos en una amnistía que redujo drásticamente la población penal del país (en proporción una de las mayores del mundo). Entre los beneficiados había más de 200 personas que fueron calificadas como perseguidos políticos, incluidos los arrestados en las protestas callejeras de 2011, una veintena de personas (militares y civiles) condenadas por un supuesto motín en mayo de 2009 y varios que cumplían penas por espionaje. La ley fue vetada por Saakashvili, que objetaba sobre la clasificación de presos políticos, pero el Parlamento revirtió el veto. Las torturas y malos tratos están ampliamente documentados, entre otras cosas por los vídeos de abusos sexuales perpetrados por guardianes de prisiones, difundidos en otoño de 2012.

Vehemente partidario de la OTAN y de la rápida integración en Occidente, Saakashvili procedió a radicales reformas para convertir a Georgia en un “país civilizado”. Un registro civil único y rápido que suprimió la burocracia, éxitos contra la corrupción en el sistema educativo y en la policía de tráfico y buenas carreteras son algunos de los logros que los partidarios del expresidente esgrimen ante la gestión del partido Sueño Georgiano. Esta coalición ha carecido del dinamismo que caracterizó la gestión de Saakashvili, pero también de los sobresaltos y arbitrariedades de aquella época, señalan periodistas locales. En el precio de la gestión de Saakashvili se incluyen el ataque a Osetia del Sur (con la consiguiente intervención militar rusa y el reconocimiento por parte de Moscú de Osetia del Sur y Abjazia como Estados independientes), los abusos en las cárceles para lograr todo tipo de extravagantes confesiones y miles de donaciones voluntarias de patrimonio privado a los representantes del Estado.

En la cárcel, acusados o condenados por abusos y malos tratos de detenidos están una quincena altos funcionarios del régimen de Saakashvili, calcula el defensor de Derechos humanos de Georgia, Ucha Naunashvili. Entre ellos destacan el ex primer ministro y ministro del Interior, Vano Meravishvili y el exministro de Justicia, Zurab Adeisvili. No obstante, una buena parte de los responsables de los abusos, entre ellos fiscales y jueces, continúan en sus puestos y las víctimas se quejan de no haber recibido satisfacción moral por sus sufrimientos. Tbilisi es hoy un hervidero de rumores sobre provocaciones en ciernes, supuestamente orquestadas desde Odessa.

Los abusos del régimen se incrementaron y se hicieron sistemáticos a fines del primer mandato de Saakashvili, dice Naunashvili. En noviembre de 2007 el régimen dispersó las manifestaciones de protesta, declaró el estado de excepción y arremetió contra el canal televisivo de oposición Imedi. También influyó la guerra con Rusia de 2008, dice el defensor del pueblo. Naunashvili lamenta la tardanza con la que el Tribunal Penal Internacional en La Haya ha aceptado investigar las responsabilidades por aquella guerra. “Han pasado tantos años que muchos de los testigos están muertos”, afirma. Los abusos de la época de Saakashvili no se pueden repetir, opina, porque el sistema político fue reformado y el “régimen piramidal dejó paso a un reparto más equilibrado de poderes entre el parlamento, el gobierno y el presidente”.

Para septiembre el director de cine Gueorgui Jaindrava prevé estrenar una serie cinematográfica de 24 capítulos, en la que se evidencia cómo “los altos dirigentes del Estado, desde el presidente a los jueces y fiscales, cometieron graves delitos contra sus conciudadanos”. La serie es el producto de dos años de trabajo y 1800 entrevistas, explica el realizador, según el cual, no se trata de una película sobre Saakashvili, sino de “un intento de comprender por qué un país puede ser gobernado por delincuentes, a los que el resto del mundo civilizado llama demócratas y considera como gente progresista”.

De reporteros gráficos a “espías”

Tres veteranos reporteros gráficos de Georgia, uno de ellos el fotógrafo personal de Saakashvili, fueron detenidos y acusados de “traición a la patria al servicio de una potencia extranjera” en julio de 2011. Golpeados, sometidos a electrochoques y amenazados con ser violados, los fotógrafos “confesaron” los cargos que se les imputaban. “Nuestro caso sigue clasificado como secreto, pero esperamos que pronto sea definitivamente resuelto y cuando nos den la sentencia, pediremos compensaciones morales”, afirma Gueorgui Abdaladze, uno de aquellos fotógrafos.

“En las estructuras de poder aún hay gente que participó en la represión y ahora obstaculiza las investigaciones, pero algunos de los torturadores han confesado ya”, dice Abdaladze que atribuye su detención y la de sus compañeros a la irritación del régimen por su cobertura gráfica de una agresiva carga policial contra una manifestación pacífica en Tbilisi.

Abdaladze no ha olvidado la prisión de Gldani, donde estuvo durante 15 días. “Los viernes eran los peores días” porque los guardianes se ensañaban a golpes con los presos aprovechando que los sábados y domingos no había visitas. “Los gritos se oían por toda la prisión. No sé de donde habían sacado a aquellos sádicos”, afirma y recuerda su sensación al “estar encerrado en 20 metros cuadrados sin ventanas, de pie durante horas, con varios presos, algunos tuberculosos y con cirrosis, gente que solo había visto en las fotos de los campos de concentración”.

“La sociedad georgiana permitió un régimen que en realidad era una mueca del totalitarismo, pero una mueca muy dolorosa”, añade. Entre los casos que trata está el del coronel Sergó Tetradze, detenido el 17 de septiembre de 2011 y acusado, junto con otros oficiales, de “espionaje” para Rusia. Tetradze murió 6 días después de su detención, víctima de las torturas en una cárcel del Ministerio de Defensa. La gruesa capa de maquillaje que los verdugos aplicaron al cuerpo del coronel no logró ocultar los numerosos hematomas y las huellas de los electrochoques. Tetradze ha sido rehabilitado, pero el juez y el fiscal que lo enviaron a la cárcel siguen en sus puestos y su viuda, Nana, reclama Justicia.

También trata Jaindrava el caso del almirante Zurab Iremadze, jefe de la Marina georgiana, cuya muerte en 2004 se atribuyó a un ataque al corazón. El cineasta afirma el almirante fue envenenado por revelar “el funcionamiento del contrabando internacional de armas” vía Georgia. Otro de sus personajes es Roin Shavadze, un oficial del ejército georgiano condecorado por el Pentágono su actuación en Afganistán, que escribió un informe sobre la “aventura de 2008” (la guerra con Rusia). “Lo declararon espía ruso y lo fusilaron diciendo que había intentado huir. Luego le encontraron 22 balas en el cuerpo que le habían entrado por el pecho”, señala. También está el caso de Vajtang Maisaia, un experto militar y diplomático, que sirvió en la representación georgiana en la OTAN en Bruselas, y que pasó cuatro años en la cárcel, tras ser detenido en mayo de 2009, fue condenado en una sentencia “secreta” a 20 años de cárcel por “espiar para Eslovaquia”.Maisaia está todavía en observación médica y tartamudea. Son las secuelas del simulacro de fusilamiento, el encierro en un depósito de cadáveres y los conatos de sofoco con una bolsa de plástico a los que fue sometido en prisión. Su caso ha sido admitido por el Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo.

El Parlamento de Georgia creó grupo de trabajo sobre los abusos y ha estudiado más de 6000 quejas recibidas desde 2012. En junio pasado, un informe parlamentario concluyó que en el periodo 2004-2012 la tortura tenía carácter sistemático e intensivo, estaba aprobada por los responsables políticos, que la utilizaban como instrumento de persecución, sirvió para crear un miedo total y un sentimiento de vulnerabilidad en la sociedad.

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Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

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