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La revolución tecnológica que documenta el abuso y eleva la ira

Las imágenes grabadas con móviles y difundidas en las redes sociales ponen en una posición más igualitaria a víctimas y agresores ante los tribunales

Naiara Galarraga Gortázar
Imágenes de un vídeo que muestra la muerte de Sterling a manos de la policía en Baton Rouge.
Imágenes de un vídeo que muestra la muerte de Sterling a manos de la policía en Baton Rouge.REUTERS

Los testigos de cualquier crimen o suceso suelen ser mucho menos fiables de lo que nos han contado las películas. Pero las innovaciones tecnológicas que se han ido colando en nuestros bolsos y bolsillos se han convertido en testigos mucho más confiables. Aunque en lo que va de año en Estados Unidos 509 personas han muerto por disparos de policías de servicio, según el minucioso recuento que hace el Washington Post, dos de los últimos casos han cobrado una relevancia mundial.

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Cualquiera de nosotros ha podido ver lo que ocurrió en Baton Rouge y en Saint Paul porque alguien que estaba allí mismo lo grabó con su teléfono y lo difundió en ese inmenso escaparate global que pueden llegar a ser las redes sociales. Ya no es solo la palabra de la víctima contra la de su agresor. O testigos que mezclan detalles o creen que vieron algo que en realidad jamás ocurrió. Las imágenes y el sonido grabados allí mismo quizá no ofrecen la versión completa ni la verdad absoluta pero, si son en bruto, sin manipulaciones, muestran una parte de la historia sin alterar. Y eso es bueno para todos. Para el que acusa, para el que se defiende y para todo el que lo observa con interés.

El vídeo de Saint Paul es aún más extraordinario porque la principal testigo, la novia de la víctima, tuvo la sangre fría suficiente para convertirnos a todos en testigos privilegiados de la parte final de un episodio dramático que empezó cuando un policía dio el alto a un conductor negro. Tras los tiros, ella encendió su teléfono, entró en Facebook e hizo una conexión en directo para ofrecer, sin intermediarios, su versión de lo que acababa de ocurrir. Grabó 10 minutos. En pocas horas millones de personas en todo el mundo habían visto y oído su potente testimonio, cómo agonizaba su marido, con se dirigía todo respeto –“sí, señor”— a un nervioso policía que maldecía –“joder, joder”— y le exigía que dejara las manos a la vista. Cada uno de los espectadores tenía material para empezar a forjarse un juicio de lo que allí ocurrió, aunque será un juez quien decida.

El vídeo de la señora Reynolds llegó en un momento en que los ánimos ya estaban calientes. La víspera, un policía que con un compañero mantenía inmovilizado a un hombre a las puertas de una tienda en Baton Rouge echó mano de su pistola, la acercó a la cabeza del arrestado y apretó el gatillo. Quien estaba allí y tuvo el reflejo de buscar la cámara del móvil y pulsar la tecla de grabar dio un respingo y la imagen desapareció. El testimonio se viralizó en pocas horas y al día siguiente, otro vídeo desde otro ángulo ampliaba la información.

El movimiento de protesta por la brutalidad policial contra los negros en Estados Unidos ha significado que cada vez más policías en EEUU lleven una cámara adosada al uniforme. Las llevaban 35 de los agentes implicados en tiroteos mortales a civiles este año.

Los jueces determinarán la verdad judicial en cada caso, pero las víctimas y sus agresores llegarán ante el tribunal en una posición menos desigual que antes de que las cámaras de los móviles y las redes sociales nos trasladarán a cada uno de nosotros al lugar de los hechos para ver y oír lo sucedido. Este interesante fenómeno no es exclusivo de Estados Unidos. Ocurre en Siria, en México, en Palestina… y en España. Hace unos días supimos que una niña de solo nueve años echó mano de un teléfono móvil cuando se dio cuenta de que su palabra no bastaba frente a la de su padre ante peritos, jueces y otros mayores. Necesitaba pruebas. Logró grabarlo admitiendo los abusos sexuales que ella denunciaba desde los siete años.

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Sobre la firma

Naiara Galarraga Gortázar
Es corresponsal de EL PAÍS en Brasil. Antes fue subjefa de la sección de Internacional, corresponsal de Migraciones, y enviada especial. Trabajó en las redacciones de Madrid, Bilbao y México. En un intervalo de su carrera en el diario, fue corresponsal en Jerusalén para Cuatro/CNN+. Es licenciada y máster en Periodismo (EL PAÍS/UAM).

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