Le vamos a echar de menos
El presidente Obama parece tomarse en serio su trabajo porque es su trabajo, y siempre lo ha hecho
¿Qué es lo que más me llama la atención del presidente Obama? Que no tengo ningún interés en conocerlo. Me da la impresión de que no tendría nada que decirle, ni él a mí. Es, en parte, un síntoma de su eficacia —y de la eficacia del gobierno representativo (cuando funciona)— el hecho de que sea capaz de no personalizar desmesuradamente su trabajo, de no ser el mensajero privado de un elector (yo, por ejemplo), sino que intente serlo de todos los electores. Para algunos observadores, ese distanciamiento le da un aura austera y académica. Para mí, no.
En nuestro absurdo momento histórico y político, con sus candidatos de concurso de antibelleza —el estridente, demagogo, casi cómico Donald Trump, y la pasmada y gritona Hillary Clinton, con sus palmaditas en la espalda—, es un alivio que Obama no se tome a la ligera su puesto de presidente. Su actitud es la de una persona seria y adulta, cuyo cargo le exige mucho y al que necesita dedicar pasión, decisión y disciplina, así como supeditar todo lo puramente personal. A los conservadores no les gusta Obama porque es demasiado progresista. Y muchos progresistas se sienten decepcionados porque tampoco les representa a ellos (cuando los progresistas están decepcionados y los conservadores te odian, es que algo estás haciendo bien).
El presidente Obama parece tomarse en serio su trabajo porque es su trabajo, y siempre lo ha hecho. En vez de ser todo para todo el mundo, da la impresión de que es una sola cosa para todos, que es lo que debe ser un presidente. Y ni siquiera creo que lo que estoy diciendo de él —que es disciplinado, apasionado, etcétera— es quien es o lo que es de verdad. No me hace falta saber quién es o qué es de verdad. Bastante tengo con conocer de verdad a mi mujer.
El presidente Obama, desde luego, no hace todo lo que me gustaría, y comete errores graves. Pero tampoco hace cosas terribles y estúpidas como atacar Irak sin tener un plan, o animar a la gente a ir a la iglesia con armas de asalto, o inmiscuirse en el derecho de la mujer a controlar su propio cuerpo. Y con eso me basta. Quizá de lo que estoy hablando es de percepción. Repito que no le conozco. Pero, a juzgar por su comportamiento, parece que está haciendo todo lo que puede, y —cosa importante— lo está haciendo al margen de que nos guste o no. Antes de que termine, le vamos a echar de menos.
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.
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