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El imam que pudo cambiar la historia

Una investigación implica a colaboradores de Jomeini en la desaparición de un clérigo llamado a modernizar el islam

Patricia R. Blanco
Musa al Sadr, en Beirut en los setenta.
Musa al Sadr, en Beirut en los setenta.Afp

La misteriosa desaparición en 1978 del hombre que pudo haber modernizado el mundo chií y haber escrito una historia distinta en Irán, el imam Musa al Sadr (Qom, Irán, 1928), cobra una nueva dimensión. Una investigación de Andrew S. Cooper, profesor de la Universidad de Columbia, arroja luz al enigma sobre el hombre que, según el historiador, estaba llamado a convertirse en el líder supremo de Irán, lo que habría bloqueado el ascenso del ayatolá Ruhollah Jomeini. Tras un viaje a Libia con dos colaboradores, el imam se desvaneció sin que su cuerpo ni el de los dos hombres que le acompañaban fueran hallados y sin ninguna pista sobre su destino final, más allá de teorías nunca confirmadas que apuntaban a la implicación del expresidente libio Muamar el Gadafi. Pero pese a la divulgada buena relación entre Al Sadr y Jomeini, Cooper sostiene que los clérigos que apoyaban al ayatolá veían al imam como un peligro para la revolución iraní.

Aunque la volatilización del clérigo ocurrió hace casi 38 años —fue visto por última vez el 31 de agosto de 1978 en el aeropuerto de Trípoli, adonde había viajado invitado por Gadafi—, su recuerdo continúa profundamente arraigado en el imaginario colectivo chií. Miembro de la familia Al Sadr, un linaje que desciende de Mahoma, los fieles siguen aludiendo a él como el imam desaparecido, un término que sugiere el respeto que le profesan dada la importancia que los chiíes otorgan al imam oculto. Según su tradición, el último imam, Muhammad al Mahdi, desapareció en el año 873 y desde entonces vive escondido y regresará algún día al mundo como redentor.

“No tengo pruebas de que Jomeini ordenara la muerte de Musa al Sadr, pero estoy convencido de que sus ayudantes más cercanos están implicados en la decisión de acabar con él”, asegura Cooper, experto en las relaciones entre Irán y Estados Unidos y autor de The Fall of Heaven: The Pahlavis and the Final Days of Imperial Iran (La caída del paraíso: Los Pahlevi y los días finales del Irán imperial), un libro sobre la vida del último sah construido a partir de los testimonios hasta ahora inéditos de familiares y ayudantes de Reza Pahlevi y de clérigos y autoridades iraníes. La obra, que se publicará el próximo verano, contiene un capítulo dedicado a resolver las incógnitas sobre la desaparición de Musa al Sadr.

Tras un viaje a Libia con dos colaboradores, el clérigo se esfumó sin dejar rastro hace casi 38 años

“Musa al Sadr odiaba a Jomeini y se oponía a su fanatismo. En cambio, seguía las enseñanzas de los clérigos chiíes que apoyaban la monarquía aunque estuvieran en contra de algunas políticas del sah”, asegura Cooper, que descarta una mala relación entre el imam y Reza Pahlevi, pese a la versión que sostiene la literatura de la época. “Mantuvieron reuniones secretas, tan secretas que ni siquiera el jefe de seguridad del sah estaba al tanto. Ambos estaban en contra del concepto de Estado religioso de Jomeini”, explica el profesor de la Universidad de Columbia. Según la investigación de Cooper, el intento de impedir que un enviado del sah se reuniera con Al Sadr en Alemania, en una reunión prevista en 1978, pudo acelerar su “desaparición”. “Creo que los enemigos de Musa al Sadr sabían que ese encuentro iba a celebrarse o alguien les alertó de ello. Sí, alguien le entregó”, afirma el historiador.

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Las imágenes del imam siguen decorando muros en las calles de Irak, Irán y especialmente Líbano, donde Al Sadr llegó en 1958 y se convirtió, 11 años después y hasta su desaparición, en el líder del Consejo Supremo Islámico Chií, la máxima autoridad del país en esta rama del islam. Fundador de Amal, una organización política moderada chií, defendió los derechos de esta comunidad en Líbano, lo que le granjeó una gran popularidad en todo el universo chií. El movimiento, enfrentado a Hezbolá —solo sus nombres ya reflejan sus diferencias, Amal o Esperanza y Hezbolá o Partido de Dios—, pudo haber hecho un mayor contrapeso al partido-milicia que dirige Hasan Nasralá si Musa al Sadr no se hubiera esfumado.

Muestra de su importancia en Líbano, el país ha protagonizado en los últimos años conflictos diplomáticos para aclarar el destino del clérigo. Como protesta por la supuesta participación de Gadafi en el crimen del imam, Líbano cerró su Embajada en Libia en 2003, lanzó una orden de captura contra Gadafi en 2008 y arrestó el pasado diciembre a Haníbal Gadafi, uno de los hijos del coronel, para interrogarle sobre lo sucedido el 31 de agosto de 1978, pese a que entonces tan solo tenía tres años. El expresidente libio siempre defendió que Al Sadr había viajado a Italia, aunque las autoridades de Roma nunca pudieron confirmar su entrada en el país.

En el complot contra el imam, Gadafi desempeñó, según Cooper, un papel clave: “El sah era el eje de la estabilidad en la región, suministraba petróleo a Israel y defendía el acceso de Occidente al crudo. Gadafi quería colaborar con la revolución de Jomeini y derrocar al sah”.

Aunque nadie puede confirmar con certeza cuál habría sido el rumbo de la historia si el imam hubiera liderado el mundo chií, el profesor de Columbia cree que habría modernizado, sin lugar a dudas, el islam. Según Cooper, “era religioso pero erudito, no tenía problemas con el hecho de que las mujeres no llevaran velo y fue un amigo maravilloso de cristianos, judíos y suníes”. Y se lamenta: “La tragedia es que cuando desapareció no solo Irán sino el islam chií tomó un camino muy diferente”.

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Sobre la firma

Patricia R. Blanco
Periodista de EL PAÍS desde 2007, trabaja en la sección de Internacional. Está especializada en desinformación y en mundo árabe y musulmán. Es licenciada en Periodismo con Premio Extraordinario de Licenciatura y máster en Relaciones Internacionales por la Universidad Complutense de Madrid.

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