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El vicepresidente brasileño Michel Temer se ve ya como presidente

Dilma Rousseff le acusa de ser "el jefe de los conspiradores" contra ella

Antonio Jiménez Barca
La presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, junto al vicepresidente, Michel Temer, el 2 de marzo en Brasilia.
La presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, junto al vicepresidente, Michel Temer, el 2 de marzo en Brasilia. Fernando Bizerra Jr. (EFE)

En medio del lío político brasileño del impeachment hay un hombre ceremonioso y aparentemente tranquilo que se prepara con parsimonia a ser presidente. Es el vicepresidente Michel Temer. Su antigua aliada, Dilma Rousseff, es ahora su rival directa. Si ella cae, él triunfa. Fueron compañeros de candidatura. Compartieron Gobierno durante seis años. Ahora son enemigos. Él, eso sí, con el mismo gesto serio de siempre, la misma sonrisa heladora y los mismos modales patricios.

Temer lidera el Partido do Movimento Democrático Democrático de Brasil (PMDB), la formación que rompió con Rousseff el pasado 29 de marzo anunciando su voto favorable a la destitución parlamentaria en un acto incendiario al que Temer, por supuesto, no asistió. “Él no conspira; tiene quien conspire por él”, dijo de él un parlamentario hace semanas.

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Este lunes, mientras la comisión parlamentaria especial votaba por 38 contra 27 a favor de la apertura del proceso, se multiplicaba en las redes sociales un mensaje de audio del propio Temer grabado en su Iphone en el que se dirigía al pueblo brasileño como presidente. Él mismo aseguró, poco después, que la grabación se divulgó por error, que era un ensayo destinado a hacerse público sólo si la actual presidenta es depuesta. Algunos le creen. Pero la mayoría considera que la filtración es una maniobra retorcida para hundir un poquito más a Rousseff. A la manera Temer: de forma educadamente implacable. En el mensaje augura sacrificios para salir de la crisis, promete que no cortará programas sociales, aventura privatizaciones y anuncia reformas políticas y fiscales, entre otras cosas. Hay quien piensa que el mensaje iba dirigido a tranquilizar a los mercados y, de paso, a poner aún más nerviosa a la presidenta. Todo en uno. Rousseff rfeaccionó a la manera impulsiva y desafiante de Rousseff, acusando a Temer de encabezar "la conspiración" que se cierne contra ella. "Se cayeron las máscaras de los golpistas", añadió la presidenta.

No es la primera vez que este político de 73 años, abogado experto en Derecho Constitucional, amigo de escribir poesías y aforismos en servilletas de papel y que acumula cargos institucionales desde 1980, emplea este tipo de estratagema retorcida: el pasado ocho de diciembre se divulgó –Temer asegura también que por error- una carta privada suya dirigida a la presidenta. En ella, se decía despechado y agregaba, algo amenazante, que estaba harto de ser “un vice decorativo”. Luego añadía, con su dudoso olfato poético: “Las palabras vuelan; los escritos permanecen”. Rousseff comenzaba a deslizarse por entonces en esa cuesta abajo y su aliado marcaba distancias por primera vez en un intento de apartarse del cadáver político en el que comenzaba a convertirse la presidenta.

Todo había comenzado bien, sin embargo. Rousseff, en su discurso de investidura en enero de 2015 sostenía: “Sé que cuento con el apoyo de mi querido Michel Temer”. Y el vicepresidente, meses después, en julio, le correspondía: “Nadie necesita reafirmar a la presidenta Rousseff porque ella va a quedarse hasta el final con mucha tranquilidad”. Resulta difícil encontrar frases que ilustren peor lo que pasa ahora mismo en Brasil.

Pero es que Temer, al que un diputado de Bahía describió por su aspecto enervado, su melena plateada y su aire algo gótico y anticuado como “el típico mayordomo de una película de terror”, constituye la encarnación política del ambiguo y sinuoso partido que encabeza, el PMDB. La ideología -liberal, de centro o centro derecha- importa menos que su habilidad y destreza para adaptarse y fundirse con el poder, esté donde esté. Y, consecuentemente, de despegarse de quien manda cuando deja de tener posibilidades de hacerlo. Temer no posee el carisma arrollador de Lula. Carece de tirón electoral. Está considerado simplemente un político profesional, tan hábil como anodino. Pero personifica como nadie el aparato del enorme PMDB, la mayor fuerza política de Brasil, hambrienta siempre de cargos, con más diputados que nadie en el Congreso.

El vicepresidente es, sobre todo, discreto, conciliador, culto y atildado. En un perfil publicado hace años por la revista Piauí confesaba que Dios no le había otorgado el talento de ser simpático: “Dicen que es necesario que cambie de forma de ser, que soy muy formal. ¿Pero cómo? A mí me da envidia la gente que sabe hacer bromas. Yo no sé hacerlas. Y si lo hiciera, iba a resultar un desastre. Porque ese no soy yo”.

En el mismo perfil, un colaborador suyo aseguraba: “Michel en política es muy equilibrado, muy prudente. Sólo es osado en las conquistas amorosas”. Temer se ha casado tres veces. La última, con una mujer 42 años más joven que él que se hizo tatuar en el cuello el nombre y el apellido de su ilustre marido. El mismo que está a punto de convertirse en nuevo presidente de Brasil después de haber permanecido toda su carrera política en esa difícil y provechosa segunda fila.

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Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

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