Bruselas pelea por volver a la normalidad
Buena parte de los transportes, los comercios y las oficinas reabren un día después de los atentados
Bruselas se propuso ayer recobrar una relativa normalidad y lo logró. Apenas un día después de que terroristas suicidas bañaran de sangre la capital belga, la ciudad volvió a latir. Los autobuses recorrieron de nuevo las calles, los colegios y los centros comerciales abrieron y los empleados trataron de concentrarse en sus trabajos, con un ojo puesto en las noticias. Las señales que enviaban las autoridades belgas dejaban claro que un cierre como el decretado tras los atentados de París en noviembre no se iba a repetir. Que urgía que la gente saliera a la calle para evitar los demoledores efectos que tuvo aquel episodio para la imagen, la economía y la moral del país que alberga las instituciones europeas y el cuartel general de la OTAN.
A primera hora de la mañana las informaciones eran todavía muy confusas. Los medios hablaban de un terrorista huido y las sirenas de la policía ululaban sin tregua por el centro de la ciudad. Aún así, los bruselenses tomaron las calles, los comerciantes levantaron las persianas y los obreros se subieron al andamio. Cada uno con sus temores a cuestas, pero decididos a no dejarse amedrantar y a aprender a convivir con el miedo.
“Es como si sin hablar nos hubiéramos puesto todos de acuerdo en que no hay que ceder, que no nos pueden quitar [los terroristas] la libertad de movimiento. No pueden ganar”, hablaba como convenciéndose a sí mismo Ahmed, de 48 años, al pie del almacén de variantes, higos y aceite próximo al centro de la capital. Ahmed parecía seguir las instrucciones del primer ministro belga, Charles Michel que el martes se había dirigido a los ciudadanos para pedirles “unidad” y “la determinación completa para proteger libertades y estilo de vida".
Seguir adelante, matiza Ahmed, también en el terreno económico. “El cierre de noviembre nos hizo mucho daño. Los comerciantes perdieron mucho dinero”, explica Ahmed. Los comerciantes belgas emitieron el pasado febrero a través de su Federación (Comeos) un comunicado en el que cifraban en al menos 100 millones las pérdidas sufridas durante la semana del cierre en noviembre.
Las instituciones europeas también abrieron ayer las puertas, aunque cerca de un tercio de los empleados decidieron trabajar desde sus casas. “Hay mucho trabajo por hacer, pero no significa que la vida pare. Viviremos, amaremos, trabajaremos, jugaremos y continuaremos siendo abiertos y tolerantes”, anunció a mediodía la vicepresidenta de la Comisión Europea Kristalina Georgieva. Max Uebe, jefe de unidad de la Comisión sí se presentó en la oficina y se encontró con un ambiente “triste”. Entre los que trabajan desde casa y los que están de vacaciones de semana Santa, la oficina estaba medio vacía. A él también le fueron llegándo las noticias poco a poco. La mujer de uno de sus compañeros iba en el último vagón del metro que explotó y se salvó. Otro colega recibió una llamada de la oficina y se bajó una parada antes de Maelbeek porque no escuchaba bien lo que le decían y también se salvó.
"Hay menos turistas"
Aún así, cerca del centro turístico de la ciudad, la Grand Place, los comercios de la zona veían con preocupación la llegada de menos clientes por el cierre parcial del metro, que solo ha abierto algunas líneas, con la parada de Maelbeek en la que se produjo uno de los atentados, totalmente cerrada igual que el aeropuerto, que seguirá sin recibir tráfico aéreo este miércoles. "Vivimos de los turistas y del teatro. Los teatros suspendieron ayer sus representaciones y hay menos turistas", lamentaba Karina Brigsen, de 52 años, encargada del restaurante Caulier desde hace dos años, entre las mesas vacías de su local. Otros, como el indio Mohamed Ahmen optaban por rebajar los precios un 20% para venderlos antes ante la menor afluencia de turistas y viandantes.
En Molenbeek, el barrio en el que crecieron varios de los terroristas que atentaron en París y que ha sido escenario de innumerables redadas durante los últimos meses se respiraba ayer cierta normalidad, apenas empañada por el trasiego de periodistas trípode en ristre. Ali, un joven vecino de Molenbeek, no salía de su asombro. “No lo entiendo. En noviembre no pasó nada y en las calles parecía que había caído una bomba nuclear. Ahora ha habido un atentado y la vida sigue. Es un poco surreal”.
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