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Columna
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“Somos todos Moro”

Entre quienes han salido de nuevo a la calle en Brasil contra la corrupción y para exigir la salida de Rousseff, solo un personaje se salva: el juez Sérgio Moro

Juan Arias
Manifestantes con camisetas del juez Sérgio Moro, en Río de Janeiro.
Manifestantes con camisetas del juez Sérgio Moro, en Río de Janeiro.Silvia Izquierdo (AP)

En la muchedumbre de indignados que han salido de nuevo a la calle en Brasil contra la corrupción y para exigir la salida de la presidenta Dilma Rousseff, solo un personaje se ha salvado de la protesta: el juez Sérgio Moro, protagonista de la operación Lava Jato.

En ninguna de las manifestaciones anteriores quedó tan patente que los brasileños están colocando su esperanza de cambio y de regeneración de la vida política en la cruzada moralizadora que está llevando a la cárcel a decenas de políticos y empresarios involucrados en el escándalo de Petrobras, considerado el mayor escándalo de corrupción ya conocido hasta ahora.

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En una gran pancarta colocada en el suelo en la explanada de los ministerios de Brasilia estaba escrito: “Somos Moro”.

El mayor número de carteles, superando incluso a los tradicionales “Fuera Dilma”, “Fuera PT” y “Lula ladrón”, estuvieron esta vez concentradas en la glorificación del juez que tiene en vilo a la clase política. “Moro, estamos contigo”; “100% Moro”; “Somos todos Sérgio Moro”; “Sérgio Moro, orgullo nacional”; “Viva el juez Moro”.

No se trató de pancartas impresas, distribuidas por alguna de las organizaciones de la manifestación. Estaban escritas a mano, con caligrafías diferentes, en manos de personas de todas las edades.

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Una de esas pancartas estaba junta con esta otra: “Queremos un nuevo Brasil”, y otra, “Que nos devuelvan a Brasil”.

A cada nueva manifestación va quedando más claro que este país ha colocado en el centro de su protesta la lucha contra la corrupción, que parece cada día más infiltrada en todas las instituciones del Estado.

Esta manifestación, que ha tenido el mérito de desmentir todas las profecías de que pudieran ser violentas, ha revelado que Brasil, a pesar de su ira contra la crisis política y económica que lo aflige, sigue apostando por la paz.

Símbolo de ello fueron los miles de globos blancos lanzados al aire al final de cada acto de protesta. En Brasilia, la multitud, antes de dirigirse hacia los palacios del poder quiso pasar por la moderna catedral de Niemayer para recitar una oración.

En las 400 ciudades donde la gente salió a la calle contra el Gobierno, lo que primó fue un clima de fiesta, bajo los colores verde amarillo de Brasil.

Sentada en el suelo, una madre daba el pecho a su pequeño, como símbolo de que estaba pidiendo para él un Brasil no solo más limpio, más de todos, con políticos más responsables y menos corruptos, con menores desigualdades, sino también un país que siga apostando por la unión, sin dejarse tentar por los demonios del enfrentamiento.

Los expertos habían alertado sobre la importancia que el éxito o fracaso de la manifestación podría tener para decidir sobre el futuro del Gobierno Rousseff y para los nuevos equilibrios políticos del país.

Hoy quedó claro que la calle, con su protesta multitudinaria, obligará a esa clase política a abrir una nueva página cuyo final sigue siendo una incógnita.

Como había escrito días atrás en el diario O Globo el exguerrillero Fernando Gabeira, hoy uno de los intelectuales más comprometidos en la defensa de la democracia: “Puede que los brasileños no sepan lo que es necesario hacer, pero saben que algo hay que hacer, y con urgencia”.

El domingo, en las calles de todo Brasil, se reveló esa premura de cambio que bulle en el ánimo de la gente y que no parece dispuesta a esperar más.

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