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NADA ESCRITO
Columna
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Resurrección

En Colombia, inagotable reserva del lenguaje, el camino para llegar a la paz pasa por los libros

Juan Villoro

Aurelio Arturo descubrió en el paisaje colombiano que “el verde es de todos los colores”. Aterricé en Medellín de noche, sin constatar la vigencia de este verso: un territorio de sombras donde la luna llena hacía que los invernaderos despidieran un fulgor plateado.

En Antioquia la amabilidad es un torneo en el que siempre pierde el visitante. No hay forma de ser más cortés que un paisa. Mi primer contacto con esta gentilocracia fue un conductor llamado Héctor de los Milagros. En las curvas de Río Negro a Medellín le pregunté si se trataba de un apodo. Contó que a los siete años padeció leucemia, recibió un trasplante de médula y sobrevivió de milagro. Años después volvió a estar entre la vida y la muerte.

La recuperación de Colombia se mide en 1.500 bibliotecas, algunas de ellas ubicadas en sitios que fueron semilleros de sicarios

Chocó en motocicleta contra una vaca y pasó cinco días en coma. Al volver en sí supo que aquella vaca había perdido a su cría en otro accidente y desde entonces se dedicaba a cazar motociclistas. Con la certeza de quien se salva dos veces, Héctor entendió la vida como una oportunidad de hacer el bien entre accidentes. Durante cuatro días hablamos de dos temas que demostraron ser uno solo: la paz y los libros.

En Medellín, la mejor librería de viejo se llama Palinuro, como el piloto de Eneas. Nada más lógico que compartir historias con un conductor de la región. Un resucitado hablaba de un país en trance de resurrección.

El Instituto Cervantes ha dicho que el estado de la lengua es “zarrapastroso”. Al desempolvar una palabra que no todos entendieron constató la pobreza del vocabulario. El diagnóstico no se aplica a Colombia, inagotable reserva del lenguaje. Pero no hay paraísos impecables: el clima primaveral de Medellín ha sido escenario de una violencia registrada en La virgen de los sicarios, de Fernando Vallejo, y El olvido que seremos, de Héctor Abad Faciolince.

Aunque Colombia no ha superado del todo los quebrantos que provocaron hecatombes, el proceso de paz se acerca a una conclusión. El camino para llegar ahí ha pasado por los libros. Juan Luis Mejía Arango, rector de la Universidad EAFIT y testigo de las conversaciones entre el Gobierno y las FARC en La Habana, me habló de sorpresivos puntos de acuerdo entre los frentes de negociación. Uno de ellos derivó de la admiración que representates de posturas encontradas tenían por Balzac.

La recuperación de Colombia se mide en 1.500 bibliotecas, algunas de ellas ubicadas en sitios que fueron semilleros de sicarios. La lectura se ha promovido en estadios de fútbol y estaciones del Transmilenio, y en 2007 Bogotá fue Capital Mundial del Libro.

Con todo, el panorama dista de ser idílico: Jorge Orlando Melo, exdirector de la Biblioteca Luis Ángel Arango, comenta que las consultas bibliográficas de Colombia equivalen al 5% de las de Finlandia. Ningún país de América Latina se sustrae a la geografía de la desigualdad, matriz de todos los problemas.

Hablar en Colombia significa recordar malos tragos e imaginar estupendos tragos por venir. El cambio no sucede al margen del lenguaje, pero a veces el lenguaje se desgasta con el uso. En una botella de agua mineral vi la palabra Paz y la confundí con una marca comercial.

Héctor de los Milagros guió mi viaje y reveló su condición de oráculo. También había ido al aeropuerto por los finalistas de un premio literario del que yo era jurado y le vaticinó el fallo al ganador. “¿Cómo lo supo?”, pregunté. “Porque necesita dinero para tener un hijo”, contestó el piloto, convencido de que el presente se explica por el futuro.

Con esta señal de enigma y esperanza me dejó en el aeropuerto.

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