Italia teme un desplome bancario por créditos morosos
Matteo Renzi trata de evitar la crisis financiera en la tercera economía de la eurozona.
La economía italiana esconde una bomba de relojería que ni las hábiles maniobras de distracción puestas en práctica por el primer ministro, Matteo Renzi, pueden ya ocultar. Desde principios de año, el valor bursátil de sus bancos ha disminuido una media del 20% —alcanzándose incluso caídas del 40% como en el caso del Monte dei Paschi (Mps)—, un dato especialmente grave si se tienen en cuenta dos aspectos conectados entre sí.
Por un lado, el sector constituye el 30% de la bolsa de Milán y, por otro, supone el primer recurso —muy por delante del mercado de capitales— al que acuden las pequeñas y medianas empresas para financiarse. No es de extrañar por tanto que la crisis —desde 2008, Italia ha perdido ocho puntos del PIB y un cuarto de la producción industrial al tiempo que se duplicaba la tasa de paro— haya provocado una morosidad casi imposible de asumir.
Se estima que los créditos concedidos por los bancos italianos y que ya no podrán recuperar superan los 200.000 millones de euros —un 16,7% del total, más del doble que en España (el 7%) o Francia (el 4%)—, a los que hay que añadir otros 160.000 millones que, según el Banco de Italia, tampoco se podrán cobrar. Una parte de la solución —o más bien del parche— sería la creación de un banco malo, una opción que Italia rechazó cuando la pusieron en práctica España o Irlanda, pero cuyas condiciones negocia ahora a contrarreloj el ministro italiano de Economía, Pier Carlo Padoan, en la cumbre de Davos. Su principal baza es que la explosión de la bomba italiana —la tercera economía de la UE— afectaría de lleno a toda la eurozona.
No deja de ser curioso que Renzi haya hecho coincidir el desplome bancario en Italia —provocado en parte por el temor de los inversores al conocerse que el BCE había solicitado a algunas entidades informes sobre los créditos de riesgo— con una polémica, tan agria como insustancial, con el presidente de la comisión europea, Jean-Claude Juncker. Una cortina de humo confeccionada con descalificaciones mutuas —“ya está bien de criticar a Europa”, le afeaba Juncker; “no nos dejaremos intimidar”, le respondía Renzi— que amainó en 48 horas y que sirvió para distraer el más grave problema, tanto económico como político, que afronta el primer ministro desde que, hace ahora dos años, se hizo con el poder.
Su pretendida reforma del sistema bancario está resultando un fiasco: con bancos salvados in extremis —y sobre los que planea la sospecha de tráfico de influencias a favor de familiares de destacados miembros del Gobierno—, otra media docena larga de bancos en venta sin esperanzas de comprador y, lo que es más grave, la ausencia de un diagnóstico real de la situación dada la opacidad de las instituciones financieras. Según las encuestas, el 60% de los italianos considera que Renzi está manejando mal el asunto de los bancos, y solo un 28% lo aprueba.
Un problema si se tiene en cuenta que el primer ministro ha prometido que, el próximo noviembre, someterá las reformas emprendidas por su Gobierno —entre las que destaca la reducción de las competencias del Senado— a un referéndum, y que, si lo pierde, abandonará la política. De ahí que la decisión de Renzi de atacar a la UE delante del electorado más euroescéptico de Europa pueda sonar a un intento, muy peligroso, de mantener su liderazgo.
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