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La policía de Río mata a cinco jóvenes con más de 50 tiros de fusil

Los agentes intentaron adulterar la escena del crimen para hacerlos pasar por traficantes

Mônica, madre de Cleiton, ese martes, acompañada de su marido, Jorge, el padre de Roberto, y Márcia, madre de Wilton.Vídeo: jornal comunitário 'Solta a Voz'
María Martín

Wilton era el niño de los ojos de su madre. Y de su abuela, con quien siempre dormía. Estudiaba contabilidad y, con lo tímido que era, era raro verlo en las fiestas. No bebía, hablaba poco y, con 20 años, aún pedía permiso para hacer planes. Así fue el pasado sábado, cuando aparcó su Fiat Palio blanco en la puerta del bar donde su madre trabajaba para avisar de que iba a salir con sus amigos, los de toda la vida, con los que pasaba horas jugando a videojuegos en casa. “Que Dios te acompañe”, le respondió ella, contenta de ver al joven en la calle. Horas después, Marcia Ferreira, de 38 años, se encontraba a Wilton agonizando en el volante del coche, perforado por más de 50 tiros de fusil disparados por policías. Junto a él, yacían bañados en sangre cuatro amigos más. Marcia pidió histérica que la dejasen socorrer a su hijo, pero la policía se lo impidió. Uno de los agentes, asegura ella, apuntó su fusil en su cabeza y le hizo retroceder un par de pasos mientras Wilton moría, aún con los ojos abiertos. Dopada con tranquilizantes desde aquel día, Marcia no consiguió ni enterrar a su hijo este lunes porque se desmayó antes de que terminase el funeral. “Él me cuidaba mucho. ¿Quién va a cuidarme ahora?”, se pregunta la madre antes de romper a llorar.

Los cinco jóvenes asesinados.
Los cinco jóvenes asesinados.

La muerte de Wilton, Wesley, Cleiton, Carlos Eduardo y Roberto en Costa Barros, un barrio pobre de la Zona Norte de Río de Janeiro, tenía todos los ingredientes para desaparecer en las estadísticas invisibles que registran las víctimas de los enfrentamientos con la policía fluminense: solo en los primeros ocho meses del año se justificó así la muerte de 459 personas, según datos del Instituto de Seguridad Pública de Río. Los chavales eran jóvenes, pobres y negros – las principales víctimas de violencia en Brasil – y merodeaban de noche en una favela. Pero hubo testigos que denunciaron que los agentes adulteraron la escena del crimen colocando un arma cerca del vehículo y que aquello fue una emboscada. “¡Soy un vecino! ¡Soy un vecino!”, gritaron antes de morir. Cuatro policías fueron detenidos en el acto y la versión de que estaban defendiéndose de narcotraficantes armados se desmoronó con las primeras conclusiones de los peritos, que no hallaron indicios de disparos procedentes del interior del coche.

En todo ser humano de Costa Barros corre la misma sangre que en Copacabana Mônica, madre de Cleiton, de 18 años

Ante las evidencias, el secretario de Seguridad Pública, José Maria Beltrame, y el gobernador Luiz Fernando Pezão reconocieron con inusitada rapidez el error y calificaron el crimen como “indefendible” y “abominable”. El batallón donde trabajaban los policías detenidos es el que más mata en supuestos enfrentamientos con la policía. Hubo 67 víctimas de enero a octubre de este año. Su comandante ha sido destituido. “Tenemos una policía poco valorada, mal remunerada y pésimamente entrenada, y se espera que un muchacho con una pistola y un uniforme resuelva un problema social de enorme complejidad”, lamentó Antônio Carlos Costa, director de la ONG Río de Paz que apoya, logística y financieramente, la causa de las familias.

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En el suburbio de Costa Barros, el penúltimo barrio de Río en el ranking del Índice de Desarrollo Humano (IDH), basado en la salud, educación y dignidad de los habitantes, hay niños que vuelven de la escuela sin calzado, hombres surgiendo de los contenedores de basura, pequeñas concentraciones de drogados de crack y mucho miedo. Tanto que hasta los familiares, descontrolados por el dolor, miden cada una de sus palabras para no incomodar ni traficantes ni policías al relatar lo sucedido. “En la rutina de las comunidades”, cuenta un vecino de la región, “la regla es siempre ver, oír y callar”. Los vecinos sufren hace años con la guerra de facciones criminales para apoderarse del control de los puntos de venta de droga y los complejos de favelas del entorno, como el de Chapadão, están en la mira del Gobierno para que el Ejército los ocupe antes de las Olimpíadas de 2016, como ya ocurrió en el Complejo da Maré en las vísperas del Mundial, en abril de 2014.

El crimen de los jóvenes movilizó a la prensa de la ciudad al completo, pero aun así la misma pregunta se repite entre los familiares y amigos de las víctimas: ¿cuál sería la conmoción social si los cinco muertos fueran blancos de la privilegiada Zona Sur? “Los tiros suenan diferente en la favela”, responde Mônica, madre de Cleiton, de 18 años. “Somos discriminados por el ambiente en el que vivimos. Ellos eran negros, favelados, y fue por eso que los mataron. Tenemos que mostrar que aquí es como en Copacabana, que en todo ser humano de Costa Barros corre la misma sangre que en Copacabana. No hay ninguna diferencia”, dice Mônica, entre los aplausos de sus vecinos. Los familiares, reunidos este martes con líderes comunitarios de la favela, estudian ahora como organizarse para que la repercusión de la muerte de los jóvenes no muera con ellos.

Jorge y el hijo Roberto, ejecutado por policías a los 16 años.
Jorge y el hijo Roberto, ejecutado por policías a los 16 años.arquivo pessoal/ facebook

La tragedia ha acabado también con la vida de las familias. La madre de Wilton no ha vuelto a trabajar, no duerme a pesar de los tranquilizantes, se desmaya a menudo y tiene la mirada perdida. El menor de sus hijos, de 15 años, iba en una moto delante del coche que Wilton conducía. Consiguió huir de los disparos, pero presenció la muerte de su hermano. El chico declaró que fue una emboscada y que el coche de los policías esperaba, con las luces apagadas, la llegada de un grupo de narcotraficantes. El único consuelo de Márcia es que el adolescente y su nieta, de cinco años (que pasó un rato suplicando que la dejasen acompañar a los jóvenes aquella noche) están vivos.

Jorge Roberto, el padre de Roberto, de 16 años, ha pasado los últimos días recuperando fotos de su hijo en los cajones de casa. El hombre, que estudió Derecho pasados los 40 y que trabajaba como soldador, llora en silencio la muerte de un niño que sonría y abrazaba y que aquel sábado celebraba su primer salario como aprendiz en una red de supermercados.

Amigos y familiares rinden homenaje a las víctimas en el funeral.
Amigos y familiares rinden homenaje a las víctimas en el funeral.RICARDO MORAES (REUTERS)

Mônica cumplió la promesa que hizo a su hijo de sepultarlo junto a sus amigos y esperó durante horas la llegada del cuerpo que enterraron pasadas las ocho de la tarde, con el cementerio cerrado y los faros de un coche como única luz. Tiene crisis de ansiedad constantes, no consigue comer y el martes tuvo que ser atendida en un puesto de salud después de que sus vecinos se la llevasen en brazos de una reunión, medio inconsciente.

Los chavales eran jóvenes, pobres y negros: las principales víctimas de violencia en Brasil

Carlos Henrique, el padre de Carlos Eduardo, de 16 años, no ha conseguido, hasta ahora, volver a conducir el taxi del que depende el sustento familiar. “No puedo atender a un cliente así”, lamenta, y reconoce que vivir unos días de luto sin trabajar es un lujo que su familia está lejos de poder permitirse. El gobernador Pezão ofreció a los familiares el auxilio del Estado, pero ellos aún esperan una llamada. “Ya que ni vino al cementerio, lo mínimo es que nos reciba”, exigió Mônica. “Yo no quiero saber de dinero, eso no va a devolverme a mi hijo. Lo que yo quiero es justicia”, dijo Márcia.

Amigos y familiares de las víctimas el día del funeral: "Un Estado racista donde el pobre tiene que esconderse. Estamos en Francia".
Amigos y familiares de las víctimas el día del funeral: "Un Estado racista donde el pobre tiene que esconderse. Estamos en Francia".Fernando Frazão (Agência Brasil)

Un proceso criminal por homicidio con intención de matar llevará el caso de los cinco jóvenes a los tribunales, además de otro proceso interno de la Polícia Militar de Río que investigará la responsabilidad de los agentes y decidirá su destino, explica João Tancredo, el abogado de casos brutales en Río como la tortura y muerte del albañil Amarildo de Souza en 2013, a manos de la policía, o el caso de Cláudia Silva Ferreira, un ama de casa que murió el año pasado tras recibir varios disparos y ser arrastrada durante metros por un coche patrulla. Los familiares también estudian pedir una indemnización. Tancredo, un abogado de traje y corbata, pero curtido en la defensa de los episodios de violencia policial en las favelas, animó a las familias, vecinos y líderes comunitarios a movilizarse y protestar para conseguir tener voz frente los abusos. El letrado parafraseó al rockero brasileño Raul Seixas para arengarlos: "Sueño que se sueña solo / es solo un sueño que se sueña solo / pero sueño que se sueña junto es realidad".

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Sobre la firma

María Martín
Periodista especializada en la cobertura del fenómeno migratorio en España. Empezó su carrera en EL PAÍS como reportera de información local, pasó por El Mundo y se marchó a Brasil. Allí trabajó en la Folha de S. Paulo, fue parte del equipo fundador de la edición en portugués de EL PAÍS y fue corresponsal desde Río de Janeiro.

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