Los hornos donde se quemó parte de la memoria de Colombia
El periodista y escritor Javier Osuna recorre en un libro la zona donde centenares de personas fueron incineradas a principios de 2000
Sobre los ladrillos todavía hay zapatos y retazos de tela. Señales de vida, para algunos; muestras del horror, para otros. Una ladrillera, a media hora de Cúcuta (Norte de Santander) en el oriente de Colombia, se convirtió en un horno para desaparecer cadáveres y hacer cenizas a quienes los paramilitares querían callar o creían que eran guerrilleros de las FARC. Ocurrió entre los años 2001 y 2003, pero las marcas siguen ahí. El periodista bogotano Javier Osuna lo comprobó en el último año cuando se metió allí, en la zona donde hay más víctimas de esta práctica en el país. Más de 500.
Desde Estados Unidos, el exparamilitar Salvatore Mancuso ha reiterado las versiones que El Iguano ha dado sobre la creación de los hornos como método para no dejar huella de los crímenes que cometían ni acrecentar las cifras de los homicidios en Colombia. Mancuso ha asegurado que la idea fue del extinto paramilitar Carlos Castaño, que había atendido la solicitud de militares y líderes políticos de desaparecer cuerpos de esta forma.
En Norte de Santander, Osuna escuchó los testimonios que conforman Me hablarás del fuego, los hornos de la infamia (Ediciones B), un libro en el que se cuenta la historia de los hornos de los paramilitares y se incluyen las voces de las víctimas. “Por la forma en que se dio la ley para los desmovilizados de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), los medios se acostumbraron a contar lo que pasó solo desde los victimarios”, dice Osuna. Él hace referencia a las audiencias en la que las víctimas y los periodistas eran llevados para escuchar las versiones libres de los exparamilitares. Ahí, muchos se enteraron de cómo a sus familiares los habían tirado al río o cómo los habían metido en hornos crematorios. Por eso, después de escuchar el frío testimonio de Iván Laverde Zapata, alias El Iguano, decidió darle nombre a algunos de los desaparecidos que terminaron en estos crematorios.
"Los hornos aparecen cuando el gobierno de entonces dialogaba con las AUC. En ese momento los homicidios cometidos por esa banda en Cúcuta eran de casi 45 diarios. Al principio botaban los cuerpos a fosas comunes. Tenían que esconderlos, mientras avanzaban los diálogos”, cuenta el autor. Pero las fosas no dieron abasto. Y el frente de las AUC liderado por El Iguano decidió construir hornos en la región de Juan Frío, en la frontera con Venezuela. En un trapiche abandonado se levantó el primero, al que le echaban, según el relato de él mismo, carbón mineral para atizar la hoguera.
El periodista buscó durante dos años a tres familias. Las de Luis, Moisés y Víctor. Tres jóvenes que son parte de la lista de más de 500 personas que habrían tenido el mismo destino en esa zona del país. Luis, cuenta el autor del libro, tenía 17 años cuando los paramilitares se lo llevaron. Su madre escuchó de boca de los mismos hombres armados que lo habían matado e incinerado en los hornos. “A esas familias les sigue haciendo falta reparación real y la garantía de la no repetición”, dice. Su investigación estuvo marcada por la persecución y las amenazas. “Decidí hablar con Laverde Zapata para saber quién estaba detrás de los hostigamientos”. El Iguano ya cumplió con la sentencia de ocho años. Está próximo a salir de la cárcel. Osuna incluyó en su libro un aparte de lo que habló con él.
El crimen de la vergüenza
“Escuché de él que tuvo hermanos desaparecidos, que no sabe el número exacto de personas que fueron echadas al fuego, que asume su responsabilidad y que es el crimen por el que más siente vergüenza. También pidió perdón”. A pocos días de que El Iguano quede en libertad, Osuna reflexiona sobre los retos que tiene la sociedad civil de Colombia.
“Hay una cicatriz en la zona donde ocurrió tanto horror. Ahí sigue habiendo evidencia de lo que pasó, pero hay que aprender porque si algo le ha hecho daño a Colombia es pensar en una sola persona como determinador de un mal, como una responsabilidad individual. Hay que pensar en las bases que promueven a individuos como él y ver qué es lo que hay que cambiar”.
Osuna le da voz a quienes se volvieron cenizas. Hablan en primera persona. Lo hacen a través de sus familias, de sus amigos: “Los desaparecidos nunca dejan de hablar. Hay que nombrar lo que parece invisible, a las más de 500 personas que fueron incineradas”.
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