Lo que le falta y sobra a Brasil para no naufragar
¿Dónde está la fuerza de una oposición con credibilidad capaz de devolver a la sociedad la esperanza perdida?
Brasil se parece hoy a un túnel sin salida. En la política, en la economía y en la lucha enzarzada en el seno de una sociedad que parece enfrentada en una guerra civil dialéctica, dominada por una palabra maldita: impeachement, que condiciona y paraliza y tanto la vida del Gobierno como la de la oposición.
Mientras tanto, Brasil pierde prestigio fuera y gana desilusión dentro. Y lo peor de todo es que todo ello es viejo, infructuoso, que impide crear alternativas que puedan recoger los escombros de la guerra, y ofrecer algo nuevo capaz de convencer y hasta de ilusionar a la sociedad. Ese algo que todos esperan, porque de lo contrario Brasil seguirá despeñándose y el golpe lo sufrirán los más vulnerables, los que menos culpa tienen en el origen de la crisis que ya azota a todos.
Lo que le sobra a Brasil en este momento es esa acumulación de intrigas políticas, de juegos, muchas veces sucios e interesados, de traiciones ocultas o abiertas, que llevan a los políticos (tanto del Congreso como del Gobierno) a vivir para defenderse de la justicia, más que para buscar una alternativa creíble y generosa para el país.
Y lo que le falta es, justamente, encontrar una salida a la crisis que no sea un puro arreglo del viejo juego político, con acuerdos entre bastidores y con personajes que no merecen respeto, pero cuyo poder todos temen.
Generalmente, en los momentos de cambio, cuando un tipo de política petrificada en el poder deja de convencer y dar frutos, el papel de presentar una alternativa creíble le toca a la oposición. Es ella la que necesita convencer a la sociedad, anquilosada por la prolongada permanencia de un mismo grupo en el poder.
¿Dónde está en Brasil, sin embargo, esa fuerza opositora capaz de convencer a la sociedad y devolverle la esperanza perdida?
¿Dónde está ese programa alternativo al actual grupo en el poder que ha demostrado haber agotado su credibilidad debilitado por los escándalos de corrupción y por el descontrol de las cuentas públicas que amenaza con seguir empobreciendo al país?
Esa incapacidad del Gobierno y esa paralización de la oposición es observada internacionalmente, con atención y aprensión creciente. Porque Brasil es más que un país en el tablero de ajedrez mundial y acaba influyendo no solo en el continente latinoamericano (del que es el corazón económico) sino al planeta, ya que hoy o respiramos juntos o juntos nos asfixiaremos.
La oposición, en vez de caer también ella en la tentación de pactar hasta con el diablo para conseguir la salida de Dilma Rousseff, debería tomar conciencia del papel crucial que tiene en este momento con el país.
Para ello necesitaría presentar ya a la sociedad un programa alternativo, político y económico, que sea más que palabras vacías. Un programa con propuestas concretas, puntuales, con calendario para realizarlas, señalando incluso a las personas que podrían tomar el timón de la nave para sacarla del peligro de naufragio en que se encuentra.
Debería presentar propuestas convincentes, sean o no impopulares, que atañan al corazón de las reformas que nunca fueron hechas y que Brasil necesita con urgencia, como la reforma política y del Estado, quizás proponiendo la creación de una república parlamentarista como en las democracias occidentales más avanzadas; la de la Seguridad social, que ni Lula ni Dilma Rousseff consiguieron llevar a cabo y que es de vida o muerte para el futuro de la economía; la reforma de la educación, siempre aplazada y que es inseparable para construir una sociedad rica y moderna.
Las discusiones hoy sobre el programa de ayuda a la vivienda de Bolsa Familia suenan ya, por ejemplo, al pasado. Al igual que la apología de los pobres, ya que lo que los brasileños quieren es poder ser todos ricos. La resignación atávica de los que fueron víctimas de la esclavitud se está, felizmente, agotando.
Hoy, el salto social se da bajo otras premisas, como la de la posibilidad de capacitación científica y tecnológica. La limosna debe dejarse solo para los que pasan hambre, cada vez menos en Brasil. Lo que enorgullece a la persona y a la sociedad es forjarse con el trabajo su propio futuro, sin esperarlo todo del Estado.
Una sociedad con millones de jóvenes que desertan los estudios secundarios porque los consideran inútiles, o llegan a la Universidad como analfabetos funcionales, o no consiguen una formación que les permita liberarse del círculo perverso de perpetuar la pobreza e ignorancia de sus padres, siempre estará expuesta a volver atrás en un mundo que se moderniza.
¿Dónde están hoy en Brasil los líderes capaces de entender que necesitan proponer a una sociedad cada vez más exigente y desilusionada una alternativa que convenza a todos, a los pro y a los anti impeachment (que también eso empieza a oler a política vieja y gastada)?
No soy del club de los que no ven otra salida a Brasil que la de la la política de siempre, recauchutada con parches como se hace con la rueda de una bicicleta pinchada.
Creo demasiado en el empuje de una sociedad como la brasileña para pensar que no exista una alternativa con potencial de entusiasmar y de abrir caminos nuevos de prosperidad.
Una alternativa capaz de crear una convivencia social que corresponda a lo mejor que siempre tuvo este país, que es su enorme capacidad de aceptación de culturas, creencias e ideas diferentes.
La irritación que hoy vive Brasil no pertenece a su índole de sociedad exaltada e inconformista. La ira actual que llega a dividir a las personas en el seno de una misma familia no es brasileña. Fue creada por una política que en vez de unir las diferencias azuza las divergencias, echa leña al fuego del odio y crea problemas artificiales.
Lo que los brasileños que yo escucho quieren hoy, es mayor decencia en quienes les gobiernan, mayores espacios para poder mejorar sus vidas, y reformas serias que devuelvan vitalidad económica a un país rico.
Quieren líderes que caminen a su lado, que se acerquen a ellos no para comprar su voto, sino para escucharles y analizar juntos una crisis que el Brasil que trabaja y se esfuerza no merece haber sufrido.
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