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El alcalde de Roma dimite tras una polémica por facturas falsas

Ignazio Marino, que se presentaba como paladín de la honestidad, pasó como gastos de representación cenas con su familia. El PD logró su renuncia tras una gran presión.

Protesta contra Marino ante el Ayuntamiento de Roma.
Protesta contra Marino ante el Ayuntamiento de Roma.MAX ROSSI (REUTERS)

Al final, el mayor enemigo político de Ignazio Marino ha resultado ser él mismo. El hasta la tarde del jueves alcalde de Roma, un prestigioso cirujano trasplantado a la política en las filas del Partido Democrático (PD), ha dinamitado en un par de semanas la única virtud que le concedían sus muchos adversarios: la honestidad. Dos mentiras casi pueriles en comparación con el grado de infiltración mafiosa que soporta Roma desde hace años le han forzado a presentar su dimisión, arrinconado por la presión de los líderes de su propio partido, incluido el primer ministro, Matteo Renzi. Ignazio Marino, no obstante, se ha reservado la posibilidad de repensar su dimisión durante los próximos 20 días. Se trata de la última excentricidad de un alcalde al que muchos ciudadanos veían –parafraseando el título de Ennio Flaiano— como “un marciano en Roma”.

Hace un par de semanas, durante su regreso de Cuba y Estados Unidos, el papa Francisco declaró que, en contra de lo que Marino o sus colaboradores habían hecho creer, ni él ni la organización del encuentro mundial de las familias habían invitado al alcalde de Roma a Filadelfia. “No he invitado a Marino”, dijo el Papa con una rotundidad que dejó en muy mal lugar al alcalde. Unos días después, otro asunto aún más chocante terminaba de echar por tierra la supuesta honorabilidad de Marino. La prensa italiana descubrió que algunos de las facturas pagadas por el primer edil con la tarjeta destinada a gastos de representación no se correspondían con la realidad. Marino hizo pasar por almuerzos o cenas de trabajo con el embajador de Vietnam, un representante de la Organización Mundial de la Salud (OMS) o la comunidad de Sant Egidio lo que en realidad fueron celebraciones familiares en restaurantes cercanos de su casa y en días festivos o fines de semana. Aunque el alcalde, muy ofendido por lo que consideraba una campaña orquestada, aseguró que devolvería los 20.000 euros gastados con la tarjeta municipal, el vicealcalde y tres asesores presentaron durante el jueves su dimisión y tanto la oposición como su propio partido redoblaron la presión para que dejara el cargo.

A las 19.30 del jueves, después de intentar evitarlo a toda costa, Marino anunció su renuncia y se presentó como una víctima, de la mafia, de la oposición y de su propio partido. “En estos dos años”, asegura en una carta abierta a los romanos, “he cambiado un sistema de gobierno basado en la aquiescencia a los lobby, a los poderes incluso criminales. No sabía hasta qué punto era grave la situación, hasta qué profundidad había llegado la complicidad político-mafiosa (…). Todo mi esfuerzo ha suscitado una reacción furiosa. Desde el principio se ha tratado de subvertir el voto democrático de los romanos. Ahora esta agresión llega a su final. Presento mi dimisión”.

Lo que no dice Marino en su carta es que, desde hace unos meses para acá, su actuación política se ha convertido en la mejor baza para sus adversarios. Su debilidad como alcalde ya quedó patente tras la desarticulación –a finales de 2014— de una poderosa organización criminal dirigida por un antiguo terrorista de extrema derecha y un empresario de izquierdas que, gracias a la connivencia con políticos y funcionarios municipales, se llevaba los mejores contratos del Ayuntamiento de Roma. Dos golpes policiales consecutivos a la que se denominó Mafia Capital o la quinta mafia de Italia llevaron al Gobierno de Renzi a barajar la posibilidad de disolver el municipio por infiltración mafiosa, pero se desistió ante la terrible imagen que aquella decisión podía suponer para la imagen de Italia y de Roma, sobre todo en puertas del Jubileo.

Pero Marino siguió equivocándose. El pasado mes de agosto, a pesar de la conmoción que provocó en Roma el ostentoso funeral de un capo mafioso –calles cortadas, música de El Padrino, pétalos de rosa arrojados desde un helicóptero--, Marino siguió de vacaciones con su familia en Estados Unidos. A pesar de que tanto el PD como el Gobierno decidieron nombrar a sendos comisarios para controlar su gestión –sobre todo teniendo en cuenta que el Jubileo que llevará a Roma a miles de turistas se inaugura dentro de dos meses--, el alcalde siguió mostrándose incapaz de detener la degradación de la ciudad, más sucia y más caótica que nunca. “No escondo el temor”, aseguró en su carta a los ciudadanos, “ de que el Ayuntamiento vuelva a ser gobernado con la lógica del pasado, la de la especulación, de los intereses ilícitos (...) y del mecanismo corrupto-mafioso que por desgracia ha tocado también a parte del PD y que sin mí habría contaminado no solo el conjunto del partido sino el Ayuntamiento entero”.

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