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Tribuna
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Argentina debatió

El debate presidencial, con ausencia del candidato oficialista, fue no obstante un evento político civilizador

Argentina tendrá elecciones presidenciales en dos semanas. El futuro de este país estará signado por la continuidad del partido gobernante en los últimos 12 años, el Frente para la Victoria, o por alguna alternativa. El oficialista Daniel Scioli es quien lidera en las encuestas, seguido por la coalición que tiene a Mauricio Macri como candidato y que incluye al tradicional Partido Radical; así como por el Frente Renovador, del ex kirchnerista, Sergio Massa.

En los últimos meses el eje de la campaña presidencial mostró una comunicación poco creativa. Las ideas parecen quedar relegadas a un pie de página, en medio del peligro de decir algo que ahuyente a alguna porción del electorado. En efecto, el constante géiser de encuestas y operaciones logró llevar de las narices a los candidatos.

“La gente quiere un cambio”, corean los analistas y entonces esas palabras se repiten y atraviesan el universo mediático hasta que la voz “cambio” se torna inmutable: no dice nada y solo transmite tedio.

Este domingo se había pautado el primer debate presidencial de la historia denominado “Argentina debate” con todos los candidatos, quienes a través de representantes habían pactado su presencia. Bajo la coordinación del investigador Hernán Charosky, se trataba de una “iniciativa plural, multisectorial y no partidaria que buscaba promover un debate presidencial sobre las prioridades de desarrollo de nuestro país”.

Pocos días antes, el candidato oficialista, Daniel Scioli, quien había dicho que su palabra para debatir era más fuerte que su firma, anunció que no iría. En una jugada de billar desprestigió a tres bandas su firma y su palabra. Ensambló su ausencia con excusas como la probabilidad de un ambiente agresivo, o la falta de reglas claras en el debate. Llegó hasta a decir que si asistía le iba a robar aún más votos a Macri (algo psicológicamente muy primario: la cobardía vestida de suficiencia).

A raíz de esta ausencia, el canal estatal y otros canales —supuestamente opositores pero al mismo tiempo receptores de una buena cantidad de pauta publicitaria de ese candidato— notificaron que no televisarían el debate. Parecía que “Argentina debate”, luego de meses de reuniones y ordenamientos consensuados, fracasaría.

En nuestra memoria social nos es más fácil incomunicarnos con ofensas que debatir

No fue así. Sucedió todo lo contrario. El domingo a la noche buena parte de los argentinos vimos nuevamente un gesto elocuente: un atril vacío. Ya en 1989 el ex presidente Carlos Menem había evitado el debate con su contrincante, Angeloz. Algunos recuerdan que en los noventa Menem fue el padrino político de Scioli y que quizás aprendió de él esas mañas.

El silencio ensordecedor de ese micrófono sin orador evidenció un modus operandi. Algunos políticos argentinos juegan a la democracia: mueven las manos como si fuera pero, como prestidigitadores, no promueven los rasgos para que ella sea plena. Nos hacen trampa.

Lo cierto es que el domingo los argentinos pudimos escuchar a cinco candidatos expresar ciertas ideas políticas y argumentar públicamente sobre los valores e intereses que ellos consideran centrales para la República. Parece poco estando en siglo XXI. Puede ser. Pero no lo es para un país en donde ha sido mucho más corriente insultar con chicanas que desarrollar contenidos programáticos, con tiempos y temas estructurados.

Desde el oficialismo optimistamente se habla del “regreso de la política” pero resta mucho para que esa política nos remita a una polis que permita debatir y discutir las formas del habitar juntos nuestra vida cotidiana. En Argentina, buena parte de la ciudadanía se percibe como receptora de ciertos derechos, pero no como protagonista de un espacio común que ella misma piensa, interpela y teje con su acción. En este sentido, el domingo a la noche la sociedad vivió un evento original.

Nuestro cuerpo social no tiene este ejercicio. En nuestra tan accidentada democracia una serie de músculos no han sido trabajados. En nuestra memoria social nos es más fácil incomunicarnos con ofensas que debatir.

 Por eso “Argentina debate” fue un evento político civilizador: pautar temas, estar juntos, comunicar lo propio, respetar tiempos, preguntarse mutuamente, escuchar al otro. Parece poco. Puede ser. No lo es para un país que, incluso a más de treinta años de su última dictadura, le pone trabas constantes a la discusión respetuosa con reglas consensuadas. Falta mucho. Claro. Fue un primer y gran paso: Argentina debatió.

 Nicolás José Isola es filósofo y doctor en Ciencias Sociales. Twitter: @NicoJoseIsola

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