El dictado o la vuelta a las esencias de la educación en Francia
El país vecino vive inmerso en la polémica tras el anuncio del Gobierno de que la escuela recurrirá diariamente a este método en primaria para mejorar la ortografía de los alumnos
Para que el aprendizaje sea sólido son fundamentales las tareas repetitivas y la memorización. Los alumnos de primaria deberían realizar dictados diarios”. Estas afirmaciones no provienen de un viejo maestro de escuela nostálgico de antiguos métodos. Las ha expresado uno de los más jóvenes y progresistas ministros del Gobierno socialista francés, la responsable de la educación nacional Najat Vallaud-Belkacem. Lo hizo el pasado 18 de septiembre y la polémica ha estallado. Es lo habitual, por otra parte, en un país en el que la educación es un asunto político de primer orden.
Los sindicatos del sector han calificado su anuncio de “regalo para los reaccionarios”. La derecha aplaude, con matices, la iniciativa. “Conocer bien la lengua francesa es la prioridad de las prioridades”, ha dicho el ex primer ministro François Fillon, uno de los líderes de Los Republicanos, que como responsable de Educación en 2004 ya hizo una propuesta similar. “Son muchas las investigaciones que demuestran el impacto de los ejercicios frecuentes para fijar los saberes fundamentales”, insiste Belkacem.
El dictado es, como decía recientemente el periódico Le Figaro, “una pasión puramente francesa”. Se generalizó a finales del siglo XIX en Francia y buscaba desarrollar el arte de la caligrafía. Los nuevos sistemas educativos y los recientes medios de comunicación, como los mensajes de texto a través de los móviles, han deteriorado la escritura y la comprensión de la tan querida lengua francesa hasta extremos que alarman a los docentes.
Decenas de universidades y de institutos ofrecen talleres a sus alumnos para reforzar sus conocimientos en este asunto. En 20 años, según el investigador de la Universidad de Toulon Loïc Drouallière, las faltas de ortografía se han duplicado entre los universitarios. Cada vez son más los jóvenes que se apuntan a esos cursos de apoyo y que buscan el llamado certificado Voltaire. Se consigue superando un examen consistente en un dictado y un cuestionario de 240 preguntas en las que hay que identificar las faltas de ortografía y gramática. Los universitarios saben que los que presentan currículum vitae con fallos en este terreno tienen menos posibilidades de lograr el empleo que buscan.
Preocupan las salidas laborales en un país en el que sigue aumentado el desempleo. Pero aún resulta más penoso para la sociedad francesa comprobar la mediocridad de resultados de su escuela pública, uno de los pilares de la república. La educación está considerada como la mejor defensa de sus principios de igualdad, libertad y fraternidad. El presidente François Hollande ganó las elecciones en 2012 prometiendo contratar 60.000 profesores más durante su legislatura y su cumplimiento va a buen ritmo. El ministro de Educación de turno es uno de los de mayor rango del Ejecutivo. Fillon, que quiere ser el candidato de la derecha para 2017, fue ministro del ramo. Alain Juppé, mejor posicionado que Fillon en esa contienda, ha iniciado el curso con la publicación de un libro sobre la educación, a la que considera “la madre de todas las reformas”.
En contra de lo que cabría esperar, sin embargo, los informes PISA de la OCDE nunca han situado a Francia en los primeros puestos por el rendimiento de los alumnos. Entre el primer informe, de 2000, y el último, de 2012, incluso ha perdido posiciones. La comprensión lectora de los alumnos de quince años está en la media de los 65 países analizados, entre los que hay naciones mucho más pobres e incultas. Ocupa en el último informe el puesto 21º, por encima pero no lejos, por cierto, de España.
Belkacem quiere mejorar los resultados de la escuela francesa, que, en contra del principio republicano de la igualdad, muestra otra falla imperdonable: un exceso de peso del medio social de los alumnos en sus calificaciones. Los mejor posicionados sacan mejores notas. Es una de las razones por las cuales el nuevo Gobierno socialista eliminó hace dos años los deberes en casa durante la primaria, lo que suscitó un debate similar al que ahora se vive en España. En el pasado, Francia apostó siempre por la educación de las élites. “Tras la Segunda Guerra Mundial se optó por la educación masiva. Esto debió ir acompañado de un esfuerzo intelectual que no se hizo”, explica el expresidente Valéry Giscard d’Estaing.
El último intento de simplificar la ortografía francesa data de 1991. La Academia Francesa pretendió cambiar 800 palabras de las 50.000 existentes de uso corriente. Sustituir la ph por la f era una de las propuestas. Eliminar los acentos circunflejos, otra. No salió adelante. Se impuso el inmovilismo. Las actuales reformas tratan de reducir la desigualdad y el aprendizaje de materias tradicionales como el latín mientras se refuerza el inglés y el dominio de lo digital. Pero la lengua es otra cosa. “Los niños no saldrán de la primaria sin controlar la lectura y la escritura”, ha sentenciado Belkacem con firmeza.
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