Peña Nieto apela a la austeridad para enfrentarse a la crisis del petróleo
El presidente de México promete no subir los impuestos
Enrique Peña Nieto cruzó ayer el ecuador de su mandato con un objetivo claro: defender su legado. En un horizonte de incertidumbre económica y desánimo social, en el que tragedias como Iguala o la humillante fuga de El Chapo han calado profundamente, el presidente de México apeló a la austeridad, prometió no subir impuestos y anunció un decálogo de medidas judiciales, educativas y económicas para retomar la iniciativa. “México vive una situación de desconfianza en el interior y de incertidumbre en lo externo. ¿Qué debemos hacer ante esto? Enfrentar los desafíos con claridad de rumbo y absoluta determinación”, afirmó Peña Nieto.
En su informe anual, una especie de rendición de cuentas anual que congrega en el Palacio Nacional a lo más granado de la política y la economía mexicana, el presidente no ofreció grandes sorpresas ni sacó ningún conejo de la chistera, como el año pasado cuando anunció el nuevo aeropuerto internacional de la Ciudad de México. La receta que planteó esta vez fue llana, pegada al terreno, con promesas de mejoras en infraestructuras, educación y justicia ciudadana y, sobre todo, con una llamada firme a la austeridad y el ajuste presupuestario. Esta defensa del rigor económico, en un entorno de turbulencias exteriores, fue el punto clave de su discurso. “Ni la demagogia ni el populismo son verdaderas opciones, no hay soluciones mágicas. Mi objetivo es avanzar sin dividir, transformar sin destruir”, remachó.
México muestra una envidiable estabilidad, con una inflación en mínimos históricos (2,7%) y un esperanzador aumento de empleo
Este rechazo a los cantos de sirena surge de la constatación de que, pese a que el poderoso plan de reformas que abrió su legislatura ya ha sido probado, sus resultados aún no son visibles. Los indicadores mantienen su estado anémico: el crecimiento del PIB sigue por debajo de la media de los últimos 30 años (2,6%) y la tormenta internacional no permite augurar una rápida recuperación. La crisis del petróleo amenaza la estabilidad de las arcas públicas, y Estados Unidos se apresta a subir los tipos de interés. La mayoría de los analistas posterga al final de mandato la subida por encima del 3% y, en todo caso, prevén que los frutos de las reformas, en especial la energética, los recogerá el próximo presidente.
En este contexto, los mayores consuelos llegan por comparación. Brasil, Argentina o Venezuela se han convertido en economías de ciclo recesivo. Frente a ellas, México muestra una envidiable estabilidad, con una inflación en mínimos históricos (2,7%) y un esperanzador aumento de empleo (muy vinculado a la lucha contra la economía sumergida). Pero el objetivo final de todo el empeño reformista, el crecimiento al 5%, aún sigue muy lejos, y con él la meta de reducir la pobreza, uno de los objetivos incumplidos de este último año. “Pese a lo avances logrados, desde 2012, el número de pobres ha aumentado en dos millones de personas, lo que nos obliga a redoblar los esfuerzos”, dijo Peña Nieto.
El crecimiento del PIB sigue por debajo de la media de los últimos 30 años (2,6%) y la tormenta internacional no permite augurar una rápida recuperación
Con estos mimbres, el presidente basó su discurso más en la resistencia frente a la adversidad, que en la formulación de grandes cambios estructurales. No en balde, el escenario político ofrece una novedad frente a discursos anteriores. La carrera por la sucesión presidencial ya se ha iniciado. Pasadas las elecciones intermedias, en las que el PRI logró sobrevivir, todos los partidos apuntan sus baterías hacia los comicios de 2018. El PAN, la única formación que ha sido capaz de tumbar la hegemonía priísta, acaba de culminar una profunda renovación interna. Y a la izquierda, el eterno candidato Andrés Manuel López Obrador ha construido su propio partido (Morena), y en el PRD ya se oyen los movimientos de sillas. Otro tanto sucede en el PRI, donde los diferentes aspirantes, más o menos ocultos, han empezado a ocupar sus casillas de salida. En un sistema que no permite la reelección, la batalla por el poder se puede volver cruenta. A medida que llega el final del mandato, la autoridad presidencial se eclipsa y el combate entre los aspirantes arrecia. Peña Nieto es consciente de ello y también posiblemente de que gran parte de su legado ya ha sido entregado y que ha llegado el momento de defenderlo hasta que logre sus metas. En ello le va su puesto en la historia. Una vez cruzado el ecuador del mandato, esa es su gran batalla.
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