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El largo siglo XXI latinoamericano

El fin del marxismo brinda una oportunidad al destape internacional de América Latina

Los siglos no duran lo que marca el calendario. Hubo un largo siglo XIX, de la Revolución Francesa (1789) a la I Guerra (1914), y un corto siglo XX, de Versalles (1918) al fin de la URSS (1989-91). Y tanto Internet como el fin del marxismo-leninismo, ambos de los años 90, auguran un largo siglo XXI, en el primer caso porque su vertiginoso desarrollo amenaza con una dilatada transición, y en el segundo, por la oportunidad que brinda al destape internacional de América Latina.

Muchas cosas que empezaron pueden finalizar o sumirse en una honda pausa. El bolivarianismo venezolano tiene su reválida con las legislativas del 6 de diciembre, y la preocupación en Caracas por el resultado es tan evidente como muestran el cierre y estado de emergencia en la frontera con Colombia, decretado precisamente en vísperas electorales, cuando esa ha sido siempre tierra de contrabandistas, paramilitares y exiliados de ambos países. Igualmente, el proceso de paz de La Habana con las FARC o se firma pronto o no se firma nunca, y aunque así sea la verdadera negociación solo comenzará entonces para garantizar la desmovilización y el reingreso de la narco-guerrilla en la vida política colombiana. Argentina votará en las presidenciales del 25 de octubre, también apuntando a terminaciones o prolongaciones, sobre si el peronismo-kirchnerista de Daniel Scioli continúa, aunque sea con notas al pie desmarcándose de la presidenta Fernández —que logra sonar también bolivariana— o la coalición antiperonista de Mauricio Macri establece una de esas pausas que el país acostumbra, quizá, para mirarse en el espejo. Y otros dos bolivarianos, de carné, Rafael Correa en Ecuador y Evo Morales en Bolivia, sufren el asalto de parte de sus votantes tradicionales en el indigenado, en un clima de creciente autoritarismo del poder.

América Central se gana por enésimo año consecutivo el título de mayor matadero mundial en tiempo de paz, con El Salvador y Honduras compitiendo por el primer lugar, y Guatemala, tercera, abocada a unas elecciones el próximo día 6, que podrían aplazarse por el juicio de su presidente, el exgeneral Otto Pérez Molina, al que ya solo falta que el Santo Padre pida que dimita. La defunción de la URSS, con el fin de la expectativa comunista, permitió la instauración de una democracia electoral en gran parte de Mesoamérica y, con un retraso que solo explican el invencible provincianismo del partido republicano y la revanchista oposición de Miami, el restablecimiento de relaciones Cuba-EE UU.

La otra América Latina, desde la socialdemocracia chilena a la pretensión brasileña de erigirse en centro de gravedad continental pasando por el pandemónium de la reforma mexicana, mira a Oriente, engolosinada por la voracidad china de materias primas, cuando es Pekín quien desembarca en el mundo iberoamericano. Y Brasil, con su atribulada presidenta, Dilma Rousseff, parece hoy el poder que dejó de emerger. Es esta una América movediza, en la que la protesta ciudadana arrecia contra la fragilidad de las instituciones y encuentra la democracia de servicio francamente deficitaria. El periodista argentino Carlos Pagni ha escrito que la ciudadanía “recorre avenidas para expresar con el cuerpo sus demandas”, en este comienzo del largo siglo XXI latinoamericano.

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