El Congreso tiene la llave del giro de Obama ante Cuba e Irán
El éxito definitivo de las iniciativas clave de la política exterior Estados Unidos dependen del voto de dos cámaras hostiles al presidente
Una sola institución, el Congreso de Estados Unidos, tiene en sus manos el éxito o el fracaso de las dos iniciativas clave del presidente Barack Obama en política exterior. La normalización de las relaciones con Cuba y el acuerdo nuclear con Irán dependerán, en última instancia, de la aprobación de un grupo de legisladores, republicanos pero también demócratas como Obama. Los legisladores pueden frenar o directamente arruinar ambas iniciativas, que redefinen la política de la primera potencia ante dos enemigos de la Guerra Fría.
Cuando se escriba la historia de la presidencia de Obama, entre 2009 y 2017, el Congreso constará no como un actor secundario, sino como un protagonista, casi de igual a igual, junto al presidente. Esta es la era de Obama, pero también la de un Congreso obstruccionista y polarizado. El uno no se entiende sin el otro.
En 1787 la Constitución de EE UU dotó al poder legislativo de poderes enormes con el fin de impedir que el presidente se convirtiese en un monarca absoluto al estilo europeo. Con Obama, la función del Congreso como contrapoder se ha acentuado. El Congreso, dominado por los republicanos, ha impedido una reforma del sistema migratorio. Ha intentado hundir la reforma de la sanidad, otro hito de Obama. Los pulsos presupuestarios han abocado al país a repetidas crisis fiscales.
En la política exterior los poderes del Congreso son menores. El presidente es, a fin de cuentas, el comandante en jefe: un hombre con el botón nuclear al alcance de la mano. Pero también en este terreno el Congreso hace escuchar su voz. En 2013 Obama suspendió una intervención en Siria tras constatar que los legisladores se opondrían la intervención. El episodio evidenció que el comandante en jefe no es omnipotente. Cuba e Irán vuelven a demostrarlo.
Obstáculos en el Capitolio
El Congreso, de mayoría republicana, es un obstáculo para la plena normalización de las relaciones entre Cuba y EE UU. La campaña para la nominación del Partido Republicana a las elecciones presidenciales de 2016 es otra complicación. Muchos candidatos compiten en la retórica dura en la política exterior.
Para salvar el pacto con Irán, el demócrata Obama necesita un mínimo de 34 senadores o 146 miembros de la Cámara de Representantes. El voto será previsiblemente en septiembre. Si todos los demócratas votan a favor del pacto, lo tiene ganado. Algunos, como el influeyente senador Chuck Schumer, ya han anunciado que votarán en contra.
Al izarse la bandera de las barras y estrellas en la embajada en La Habana, EE UU y Cuba cierran el primer capítulo en la normalización de las relaciones. El proceso empezó en diciembre de 2014. Hasta ahora todas las medidas del deshielo --desde la relajación de las condiciones para viajar a la retirada de Cuba de la lista de países que patrocinan el terrorismo-- las ha adoptado la Casa Blanca, y de forma unilateral, sin el Congreso.
Pero no habrá plena normalización hasta que EE UU levante el embargo. Esto sólo puede hacerlo el Congreso, y los líderes republicanos se oponen a hacer concesiones a La Habana sin contrapartidas en materia de democracia y derechos humanos.
Como ocurre con Cuba, en Irán el Congreso ha asumido un papel central. El 14 de julio, en Viena, Estados Unidos, Rusia, China y las potencias de la Unión Europea alcanzaron un acuerdo con Irán para frenar el programa nuclear de este país. A cambio, la comunidad internacional se comprometía a levantar las sanciones que ahogan la economía iraní. El Consejo de Seguridad de la ONU ratificó el acuerdo. ¿Asunto zanjado? No.
El Congreso debe ratificar el acuerdo. Obama da por hecho que la mayoría del Senado y de la Cámara de Representantes votará en contra. Para anular este voto, recurrirá a la prerrogativa del veto presidencial. El problema es que el Congreso puede invalidar el veto de Obama si logra el apoyo de dos tercios de legisladores en cada cámara. En Washington la batalla gira en torno a este segundo voto, el que dimirá si los contrarios al pacto nuclear reúnen dos tercios de votos en el Senado y en la Cámara de Representantes.
A la acusación de apaciguar a regímenes dictatoriales, Obama responde que dos presidentes, Richard Nixon en los setenta, y Ronald Reagan en los ochenta, pactaron con países enemigos. Nixon, con China, y Reagan, con la Unión Soviética. En ambos casos, la oposición en el Congreso fue menos intensa que la que Obama afronta ahora con Irán y Cuba. Pero Nixon y Reagan eran republicanos. Es decir, inmunes a la sospecha de ser blandos en la política exterior. Ambos tenían el flanco derecho protegido. El demócrata Obama, no.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.