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Michel Temer, un faro en la tormenta de Brasil

El vicepresidente se convierte en una garantía de estabilidad en el Gobierno de Rousseff en medio de la crisis política

Marina Rossi
La presidenta Rousseff y Michel Temer, en junio.
La presidenta Rousseff y Michel Temer, en junio. REUTERS

En medio del torbellino político que rodea a la presidenta brasileña, Dilma Rousseff, el vicepresidente del país, Michel Temer (Tieté, 1940), se ha convertido en uno de los pocos elementos de estabilidad de un Gobierno convulso. Presidente del Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB), principal formación alidada del Ejecutivo, Temer transmite serenidad por su capacidad para elegir las palabras correctas cuando se trata de desactivar un conflicto. O al menos de rebajar su intensidad. Fue lo que sucedió el día 17 cuando el líder del Parlamento, Eduardo Cunha, también del PMDB, anunció que rompía relaciones con el Gobierno de Dilma. “Es una pequeña crisis política, no se trata de inestabilidad institucional”, dijo Temer ante académicos y empresarios en Nueva York, donde intentaba presentar a Brasil como un vivero de oportunidades.

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No era solo una frase para vender el país a los inversores. Había adoptado la misma postura cuando Cunha dio el golpe sobre la mesa. Entonces el teléfono de Temer no paró de sonar. En su casa, en el barrio rico de Alto de Pinheiros, en São Paulo, el vicepresidente intentaba calmar a sus interlocutores asegurando que la actitud de su compañero de partido no era una posición partidista, sino una opción individual del presidente de la Cámara. No salió de casa durante todo el día. Tampoco hizo ninguna declaración oficial y dejó que el partido oficializase su posición con una nota de prensa. Solo aprobó el contenido antes de marcharse con su mujer, Marcela, y su hijo, Michelzinho, a Estados Unidos.

El vicepresidente siempre se ha caracterizado por la discreción y la extrema ponderación

El vicepresidente siempre se ha caracterizado por la discreción y la extrema ponderación. En un Gobierno que goza de menos del 10% de popularidad y con falta de apoyos políticos incluso dentro del Partido de los Trabajadores, sobra crisis y falta liderazgo. Por eso, el equilibrio de Temer para lidiar con el caos está siendo una virtud que sobresale y que ha garantizado lo necesario para que el Gobierno camine, aunque a pasos lentos. Desde abril, Temer es el puente entre el Ejecutivo y el Congreso. Y así se ha convertido en la garantía de estabilidad del Gobierno de Rousseff y de Brasil, principalmente cuando un personaje tan emblemático como Eduardo Cunha gana fuerza rápidamente.

Un día antes de anunciar que rompía lazos con Rousseff, Cunha vio aparecer su nombre en la investigación del caso Petrobras, acusado de recibir millonarias comisiones. Cunha acusó a Dilma de influir en estas acusaciones y dio el portazo. El líder del Parlamento ya abría batallas continuas a Rousseff en el Congreso porque nunca estuvo convencido de la alianza entre PT y PMDB. Pero Temer siempre dejó claro que su partido está formado por muchas cabezas, cada una con su estilo. Y el suyo es mantener la lealtad por lo menos hasta 2018, cuando se prevé el fin de la alianza con el PT (que empezó en 2003) para lanzar su propia candidatura a presidente. De ahí que su papel actual sea crucial, para sus propias ambiciones y para el PMDB.

Desde abril, Temer es el puente entre el Ejecutivo y el Congreso

Mientras Cunha asume un papel incendiario, Temer es el hombre que apaga las llamas. La separación entre el PT y el PMDB es irreversible, pero el vicepresidente opta por un divorcio suave. Lo opuesto a Cunha.

Todos están atentos a los movimientos del líder del PMDB, que necesita aplacar la ira de Cunha, defender el papel de Rousseff y, al mismo tiempo, preparar el camino de su partido para las elecciones presidenciales de 2018. “Vamos a ver si tiene la capacidad de ser un nuevo Ulysses Guimarães”, dijo el politólogo Rudá Ricci, en referencia al expresidente del PMDB, fallecido en 1992, que jugó un papel decisivo en la transición del régimen militar a la democracia en los años ochenta y condujo los trabajos de la nueva Constitución en 1988.

Mientras Cunha asume un papel incendiario, Temer es el hombre que apaga las llamas

Temer ha demostrado lealtad a la presidenta en un momento en el que hasta el expresidente Lula se distancia de ella. “No voy a caer”, dijo Rousseff a principios de este mes, en una entrevista a Folha de S. Paulo. Dos días después, Temer reiteró: “No es necesario que nadie la mantenga, porque la presidenta Dilma continuará hasta el final con mucha tranquilidad. Tiene una capacidad extraordinaria de trabajo, conoce Brasil como pocos. El PMDB es un partido aliado y, como es natural, está colaborando con la presidenta Dilma y con el país”.

A finales del año pasado, el vicepresidente recomendó en su cuenta de Instagram la lectura del libro O Leão da Toscana, que cuenta la historia del campeón de ciclismo Gino Bartali, que durante la Segunda Guerra Mundial participó en un movimiento clandestino para ayudar a las familias judías cuando las tropas alemanas ocuparon Italia. Usaba su bicicleta para llevarles documentos falsos a los refugiados. Ahora es Temer quien no para de pedalear para mantener el equilibrio en el Gobierno de Rousseff y en Brasil.

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Sobre la firma

Marina Rossi
Reportera de EL PAÍS Brasil desde 2013, informa sobre política, sociedad, medio ambiente y derechos humanos. Trabaja en São Paulo, antes fue corresponsal en Recife, desde donde informaba sobre el noreste del país. Trabajó para ‘Istoé’ e ‘Istoé Dinheiro’. Licenciada en Periodismo por la PUC de Campinas y se especializa en Derechos Humanos.

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