La guerra de Ashley
El tributo a las primeras mujeres que se unieron al Ejército de EE UU en Afganistán será llevado al cine
Sus amigos en el Ejército siempre le habían explicado que a pesar de ser una buena soldado, nunca confiarían en que una mujer pudiera llevarles a lugar seguro si resultasen heridos. “No es personal, es biología”, decían. Ella contestaba con la misma pregunta: ¿Por qué se fiaban de un hombre de 1,60 cm de alto y 60 kg y no de una mujer de las mismas características? No esperó a tener la respuesta para alistarse. Como la soldado Ashley White, centenares de mujeres estadounidenses se han sumado a filas sabiendo que no podrían pisar el terreno de combate, confiando en derribar la prohibición desde dentro. ‘La Guerra de Ashley’ es un tributo a las primeras 20 mujeres que se unieron a las fuerzas especiales de EE UU en Afganistán contra los talibanes y que han logrado hacerlo.
“Las mujeres en el Ejército son una minoría dentro de una minoría”, explica Gayle T. Lemmon, autora del libro. Si los veteranos sienten a su regreso que EE UU parece haber olvidado que es un país en guerra, en el caso de las mujeres, “es mucho más probable que nadie sepa nada de ellas”. El Pentágono aprobó en 2013 la llegada de las mujeres a los cuerpos de combate a partir del año que viene. Lemmon supo, sin embargo, que en 2010 el Ejército ya había creado un equipo especial para contactar con las mujeres afganas, pieza clave en la búsqueda de terroristas en las zonas más remotas del país. Hasta ahora, su existencia era prácticamente un secreto.
Parte de la información más crucial estaba escondida entre una población a la que, después de una década de guerra, las fuerzas especiales no tenían acceso: las mujeres”
Lemmon recuerda que la página web donde el Ejército reclutó a estas mujeres “no era exactamente secreta”, pero tampoco fue ampliamente publicitada. Se preguntó inmediatamente “por qué no teníamos conciencia” de que decenas de mujeres se preparaban para entrar en combate. “Cuando contacté con la familia de [Ashley] White supe que su historia debía ser contada”, explica la autora.
Lemmon atribuye la llegada de las mujeres al Ejército, en gran parte, al Comandante de Operaciones Especiales Eric Olson. Este ex Navy Seal se dio cuenta de que datos imprescindibles para la inteligencia estadounidense como la cultura, los idiomas o las normas sociales de Afganistán seguían fuera de su alcance. “Él quiso cambiarlo”, afirma. “Cuando sabes que queda tanta información por descubrir, puedes sentir que nunca llegarás al final del conflicto”, dice la autora. “Olson creía que parte de la información más crucial estaba escondida entre una población a la que, después de una década de guerra, las fuerzas especiales no tenían acceso: las mujeres”.
Los primeros equipos de fuerzas especiales fueron creados después de la Segunda Guerra mundial para abordar operaciones demasiado complejas o inaccesibles para soldados convencionales. Después de los atentados del 11 de Septiembre de 2001, sin embargo, “la velocidad y la sorpresa que diferenciaban a las operaciones especiales pasaron al centro de la guerra contra el terrorismo”, explica Lemmon. Decenas de mujeres que en la fecha de los atentados apenas acababan de entrar en la adolescencia, pelearían casi de manera clandestina por un hueco en las filas que cada noche arriesgaban sus vidas por obtener cualquier detalle, cualquier pista, sobre el paradero de los insurgentes en pueblos remotos de Afganistán.
“El Ejército siempre quería tener acceso a cuanta más personas mejor, y las mujeres forman parte de esto”, afirma. Antes de la creación de este grupo especial, ya había mujeres soldado que no sólo habían participado en operaciones, también habían perdido la vida sobre el terreno y, como sus compañeros, también habían recibido medallas por su valor. “La guerra creó la necesidad de reclutar a los mejores profesionales y estas mujeres respondieron a la demanda”, comenta.
“Lo que entendió Olson fue que desde un punto de vista estratégico, no tener acceso a las mujeres afganas significaba que los soldados estadounidenses estaban ciegos ante la mitad de la población y toda la información que poseían”, escribe Lemmon. “Las armas de combatientes enemigos o información sobre su paradero seguiría siendo un secreto”.
Decenas de mujeres que en la fecha de los atentados apenas acababan de entrar en la adolescencia, pelearían casi de manera clandestina por un hueco en las filas estadounidenses
En la obra de Lemmon, el general Stanley McChrystal, responsable de Operaciones Especiales del Ejército, recuerda que bien avanzada la guerra aún había grandes lagunas en el conocimiento de la cultura afgana. McChrystal reflexiona que durante la última década, independientemente de lo que dijeran las normativas del Pentágono, las mujeres sí habían participado en combates como analistas de inteligencia, pilotos de combate o en el mando de las fuerzas especializadas.
En algunos casos, sus superiores simplemente dejaron en blanco las casillas del formulario que debían identificar al nuevo recluta como hombre o mujer. Lemmon atribuye a Olson haber buscado el hueco en la normativa que permitiría poner a las soldados directamente sobre el terreno: debían ser identificadas como ‘adjuntas’, en vez de ‘asignadas’. Acababan de abrir el camino para la creación del Equipo de Participación Femenina (FET, en inglés).
Las 20 primeras militares que viajaron a Afganistán como la soldado White sirvieron de puente entre las fuerzas especiales y las mujeres afganas, guardianas de la cultura que rige sus actividades diarias y sus costumbres, el último umbral a cruzar en los hogares afganos donde el Ejército sospechaba que se escondían los talibanes. Pero para que una soldado pudiera acompañar a las fuerzas especiales, debía estar entrenada igual que ellos. La obra repasa desde las duras sesiones de entrenamiento acelerado antes de viajar a Afganistán, los lazos de amistad que surgieron entre ellas, así como las anécdotas al intentar adaptar un vestuario diseñado para hombres al cuerpo de las mujeres, demasiado ancho en la cintura, demasiado estrecho en el torso.
‘La guerra de Ashley’ es el combate que las mujeres del Ejército estadounidense empezaron a librar desde el día en que se alistaron. “Su futuro deparaba interminables trabajos de oficina, no la adrenalina de la línea del frente con la que soñaron al alistarse”, escribe la autora. Una de las primeras componentes del FET recuerda que “luego te das cuenta de que eres una mujer. Y que las mujeres no pueden liderar pelotones”. El programa se convirtió en la única vía para conseguir abrir la puerta del cambio. Para Lemmon, “ellas iban a empujar los límites de esas reglas mientras estuvieran ahí”.
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