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La diplomacia del balcón: en busca de señales en el diálogo con Irán

Los periodistas buscan señales en los gestos enigmáticos y declaraciones parcas de los negociadores en Viena

Marc Bassets
Javad Zarif, ministro de Exteriores de Irán, este lunes en Austria.
Javad Zarif, ministro de Exteriores de Irán, este lunes en Austria. FOEGER (REUTERS)

La Guerra Fría fue la era de los kremlinólogos, los expertos en descifrar el mínimo gesto de los gerifaltes soviéticos en busca de signos sobre la política de la URSS. La Viena de 2015 no tiene nada que ver con el Moscú de 1980, pero estos días, en la capital austriaca, ha aparecido una réplica de los kremlinólogos: los balconólogos.

Los balconólogos —no confundir con balcanólogos— son los periodistas que 12 horas al día, siete días a la semana, escrutan el más mínimo movimiento en los balcones del Palais Coburg. Desde el 27 de abril, en este palacete del siglo XIX, Estados Unidos, la Unión Europea y otras potencias mundiales negocian con Irán para evitar que este país se haga con la bomba atómica.

Las negociaciones son a puerta cerrada. Poco se sabe de lo que ocurre tras las paredes de Spargelburg, o castillo de los espárragos, que es como el pueblo vienés bautizó este palacete de columnas blancas cuando se construyó. Sin información oficial, la prensa, como los viejos kremlinólogos, busca signos.

En la inacabable espera por el acuerdo, ya es un ritual: cada día, Javad Zarif, ministro de Exteriores de Irán y principal negociador de su país, aparece en un balcón. Abajo se amontonan los periodistas. Invariablemente empieza un intercambio que parece una mezcla de opereta de Strauss, Romeo y Julieta y las escenas del Papa en el balcón del Vaticano.

—¿Habrá acuerdo esta noche? —gritó ayer un periodista.

Zarif, siempre sonriente, respondió que no. La fumata blanca tendrá que esperar.

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Unas veces Zarif, que estudió y vivió en EE UU, habla en inglés, otras en persa. Las suyas son ruedas de prensa a distancia y a gritos. Las preguntas, a la fuerza claras y sencillas, un ejemplo de concisión que debería enseñarse en las escuelas de periodismo.

—¿Ha sido hoy un buen día? —le preguntó el fin de semana un periodista iraní.

Aquel día tampoco hubo suerte. No había fumata blanca.

—Todos los días de Dios son buenos —respondió Zarif.

—¡Baje a hablar! —le suplicaron otro día los periodistas.

—Tengo mucho trabajo.

Los kremlinólogos de Viena no solo se fijan en el balcón. Puede haber un indicio en unas maletas amontonadas en el lobby de un hotel. Claro, deducen algunos: son maletas de periodistas iraníes que se preparan para marcharse. Por tanto, el acuerdo está cerrado... Después resulta que no, que era una falsa alarma: la negociación continúa.

Otro signo puede ser una visita del secretario de Estado norteamericano, John Kerry, a la catedral de San Esteban. ¿Qué significa que este domingo, un día que el acuerdo parecía inminente, vaya a misa? ¡Y a una misa en latín! ¡Y en la misma catedral en la que una vez acudió otro político bostoniano, otro católico!

El 4 de junio de 1961, el presidente John F. Kennedy asistió a una misa en San Esteban. Se encontraba en Viena para reunirse con el líder de la Unión Soviética, Nikita Jruschov. El bisoño Kennedy salió humillado de aquella cumbre ante el experimentado Jruschov.

En Washington, muchos republicanos creen que el demócrata Kerry está a punto de sufrir una humillación parecida a la de Kennedy, que los arteros iraníes engañarán al incauto norteamericano.

Mientras, en los balcones del Palais Coburg, la actividad nunca cesa. La jefa de la diplomacia europea, Federica Mogherini, se asomó ayer al balcón.

—¿Alguna posibilidad de que haya acuerdo hoy? —gritó un periodista.

Mogherini extendió los brazos como diciendo: “No lo sé”.

—¿Están avanzando? —repreguntó el periodista.

Mogherini movió la cabeza afirmativamente y levantó el pulgar. Sin pronunciar palabra, la negociadora europea había enviado su mensaje. Desde el balcón. Urbi et orbi.

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Sobre la firma

Marc Bassets
Es corresponsal de EL PAÍS en París y antes lo fue en Washington. Se incorporó a este diario en 2014 después de haber trabajado para 'La Vanguardia' en Bruselas, Berlín, Nueva York y Washington. Es autor del libro 'Otoño americano' (editorial Elba, 2017).

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