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Tribuna
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Abatidos en la oscuridad

El principal derribado es el Gobierno de México, enredado en telarañas propias y heredadas

Clara se despidió de sus hijos y se dirigió a la escuela para dar clases. Al regresar a su casa, Erika, su hija menor de 15 años ya no estaba. Clara temió lo peor. En Arcelia, al igual que en varios pueblos de México, el secuestro, la tortura, la extorsión, el tráfico de drogas, los homicidios y el tráfico de personas, pone a millones de mexicanos entre la violencia del narcotráfico y la violencia del Estado. Clara sabía que no podía pedir ayuda a la Policía local. La diferencia entre las autoridades y las bandas criminales, es, a veces, solo un uniforme. La vida de su hija dependía de lo que ella pudiera hacer.

El 30 de junio de 2014, 22 personas aparecieron asesinadas en Tlatlaya, un pueblo cercano a Arcelia. La inmediata respuesta oficial informó que el Ejército fue atacado por una banda criminal y al repeler la agresión causaron la muerte de 22 personas.

Pero una vez más, la historia oficial subestimó el coraje de una madre buscando a su hija. Clara fue testigo presencial de lo ocurrido durante la masacre de Tlatlaya. Sin temor al desprecio por la vida de las bandas criminales o del Ejercito, la noche del 29 de junio, Clara encontró a su hija e intentó rescatarla de sus captores. Pero no tuvo tiempo. Clara declaró que vio como el Ejercito comenzó a disparar, mientras la mayoría dormía, vio y escuchó como después de la balacera, los sobrevivientes se rindieron frente al pedido del Ejército; vio como se entregaron; pidió por la vida de su hija y la de los demás; escuchó como respuesta del Ejército que “esos perros no merecían vivir”. Resguardada en una zona sin plena visibilidad, vio como ejecutaron al menos a 9 detenidos, hincados en el suelo, “uno por uno.”

Pero una vez más, la historia oficial subestimó el coraje de una madre buscando a su hija

Erika, estaba herida en una pierna, pero con vida. Clara le tomó el pulso, sintió sus latidos y oyó sus quejas de dolor. Su clamor a un oficial militar para que la deje regresar con ella a su casa, no tuvo éxito. Esa noche, Erika fue una victima mas de las decenas de miles de personas que pintan de negro la última década mexicana. De acuerdo con el Ombudsman mexicano, esa noche fueron ejecutadas entre 12 y 15 personas que se rindieron frente al Ejército. A Clara, ni siquiera se le permitió el infortunado deseo de acompañar el cuerpo de Erika en el entierro.

Un reciente informe del Centro de Derechos Humanos Miguel Agustín Pro Juárez, hace público un documento, emitido por el Ejercito en cumplimiento de ordenes provenientes del “Alto Mando”, con instrucciones “para lograr un México en paz”, en donde se especifica que “Las tropas deben operar de noche en forma masiva y en el día reducir la actividad a fin de abatir delincuentes en horas de oscuridad, ya que el mayor número de delitos se produce en ese horario. Palabras mas, palabras menos, el “Alto Mando” militar ordena abatir a los delincuentes en la oscuridad. La pregunta estalló rápidamente, ¿ordenó el ejercito matar a estas personas?

La discusión sobre los muertos de Tlatlaya pasó a ser una discusión semántica, mas entonada con los suntuosos salones de la Real Academia Española que con las trincheras mexicanas. El Gobierno, arrinconado, se aferra al diccionario de la RAE para sostener que abatir no quiere decir matar. Pero pretende ignorar que la palabra debe ser interpretada por su uso, el contexto y la historia. El Ejército, inclusive en este mismo caso, ha utilizado reiteradamente la palabra abatir en lugar de matar. Los medios de comunicación en México y América Latina, utilizan la palabra abatir en lugar de matar.

El Alto Mando debería buscar también en el diccionario bajo la letra “E” de eufemismo, y ahí podrá enterarse que eufemismo es una “manifestación suave o decorosa de ideas cuya recta y franca expresión sería dura o malsonante.” Es decir, como matar suena muy duro, mejor usar abatir.

El lenguaje militar esta plagado de eufemismos para intentar hacer decoroso el infierno

El lenguaje militar esta plagado de eufemismos para intentar hacer decoroso el infierno. Los militares argentinos se referían a “trasladar” cuando subían a las personas a los vuelos de la muerte. Los militares colombianos a “falsos positivos”, en lugar de ejecuciones extrajudiciales. En EEUU se hablaba de “técnicas intensivas de interrogatorios”, en lugar de tortura. En la Alemania Nazi los “campos de trabajo” eran centros de concentración y exterminio, mientras que la “solución final” era el exterminio de los judíos de Europa.

Pero las palabras disfrazadas no modifican la verdad. El afán del gobierno con el significado de abatir es ocultar con aún más eufemismos un plan sistemático de los “Altos Mandos” para combatir las organizaciones criminales sin respetar los derechos humanos. Aún falta saber a quien disfraza el eufemismo “Alto Mando.”

El último recuerdo de Clara son los latidos de Erika. Hay muchas madres con la valentía de Clara y es gracias a ellas, y no a un Gobierno que alimenta la violencia negando la realidad de desapariciones forzadas, ejecuciones extrajudiciales, torturas y desplazamientos forzados, que México mantiene viva la esperanza de paz. América Latina sabe muy bien que cuando la respuesta del Estado a la delincuencia organizada se hace por fuera de la ley, las victimas son todos los habitantes y el Estado de derecho. Sin eufemismos, el principal abatido en la oscuridad es el Gobierno de México enredado en telarañas propias y heredadas.

Santiago Canton es Director Ejecutivo del Robert F. Kennedy Human Rights. Twitter @SantiagoACanton

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