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30.000 noches para recordar

Ypres celebra cada día, desde 1928, un acto de homenaje a los miles de soldados sin tumba de la Gran Guerra

Juan Antonio Carbajo
Hasta 54.896 nombres de oficiales y soldados del Imperio Británico caídos en las batallas de Ypres y sin tumba conocida están esculpidos en las paredes de la puerta Menim.
Hasta 54.896 nombres de oficiales y soldados del Imperio Británico caídos en las batallas de Ypres y sin tumba conocida están esculpidos en las paredes de la puerta Menim.J.A.C.

“No existe en el mundo un lugar más sagrado para los británicos”. En 1919, acabada la I Guerra Mundial, y con casi un millón de soldados de la Commonwealth caídos en combate por todo el mundo, Winston Churchill, entonces secretario de Estado para la Guerra, no tenía fácil otorgar tan simbólico título. Y señaló Ypres, una histórica ciudad flamenca arrasada por un conflicto que se estancó a sus puertas durante los cuatro años que duró la contienda hasta no dejar casa en pie.

Los cuerpos de 100.000 de los 250.000 hijos del Imperio Británico caídos en la zona nunca se recuperaron. Entre ellos estaba el de Sidney Barrow, un soldado de Hampshire de 28 años que luchó en las trincheras prácticamente desde el inicio de la guerra y sobrevivió a los primeros ataques con gas venenoso de la historia bélica -al gas mostaza que se empleó se le reubatizó como iperita por Ypres-  y finalmente fue abatido en el frente por un proyectil.

La ceremonia, que se celebra cada noche a partir de las ocho, solo se interrumpió durante los años de ocupación nazi

Hace hoy 100 años de aquella muerte. Por ello, la biografía del soldado Barrow es la elegida para leer esta noche en la 30.000ª ceremonia del Last Post, un acto de recuerdo a los caídos sin tumba que se celebra desde 1928 con la sola interrupción de los años de ocupación nazi. Cada noche se corta durante una hora el tráfico de entrada al reconstruido centro de la ciudad justo bajo la puerta de Menin, levantada en el lugar por donde los soldados salían hacía el cercano frente. Y a las ocho en punto, invariablemente, un cuarteto de bomberos proyecta sus cornetas hacia la gran bóveda del cenotafio para iniciar un acto que alterna sus toques con lecturas, silencios o entrega de coronas por parte de los visitantes. Entre el público, descendientes de los canadienses, ingleses, escoceses, irlandeses, sudafricanos, australianos, neozelandeses o indios cuyos nombres están esculpidos en las paredes del edificio ordenados por países y regimientos.

Los encargados de mantener la tradición son una decena de vecinos de Ypres a los que les gusta recalcar que no tienen ningún interés lucrativo ni turístico. De hecho, está expresamente prohibido aplaudir después de cada ceremonia “por respeto a todos esos nombres”, indican. Los ocho cornetas se dividen en dos cuartetos que se reparten las semanas por turno. “Les elegimos entre los miembros de los bomberos, que son voluntarios. Hay un empresario, un vendedor, un arquitecto, un ingeniero, un jubilado...”, enumera Carl Denys, miembro de la Asociación Last Post. “Además, deben tener buena reputación y, por supuesto, saber tocar la corneta”.

Milo-Profi

Desde hace ya unos años el turismo patriótico atrae a miles de visitantes. “Entre 1.000 y 1.500 diarios, 4.000 los días con más afluencia”, calcula Denys. Ypres es un lugar de peregrinación, especialmente para los británicos. La ciudad está cercada por cementerios repartidos por nacionalidades. El Tyne Cot es el camposanto militar más grande del continente, con 12.000 lápidas uniformadas con precisión sobre hierba recién segada. Pero solo una cuarta parte están identificadas. La fórmula “Un soldado de la Gran Guerra” se repite con desolación en el resto. Pequeños museos se alzan en las colinas junto a las viejas trincheras repletos con las “cosechas de hierro” que han recolectado año tras año los agricultores.

Erna Tarnt, de 64 años, decidió hace una década habilitar su casa como hostal ante el auge del turismo de la nostalgia, que el pasado año alcanzó su apogeo con el centenario del conflicto. Pero aún recuerda cuando el pueblo vivía de espaldas a la guerra. “Antes no se hablaba de ello, ni en el colegio ni en las casas”, recuerda. “De hecho hasta los años ochenta, no acudía casi nadie al Last Post”. Días en los que solo estaban presentes los cornetas y el policía que cortaba el tráfico. Días, tan fríos, en los que la boquilla se quedaba congelada contra los labios.

En la puerta de Menin, construida con dinero de los perdedores, hay un recuerdo a los caídos en la otra parte de la “tierra de nadie”. Pero no es fácil ver alemanes en Ypres, aunque también tienen cementerio y restos de sus atrincheramientos, más sofisticados que los de los aliados. “Yo solo he tenido uno en estos años que viniera por la guerra”, comenta  Tarnt.

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