Grecia, el coyote y el correcaminos
Ha habido un error de diagnóstico: el problema griego es de solvencia, no de liquidez
En los albores de la Gran Recesión se discutió si el problema bancario era de liquidez o de solvencia. Sus dificultades se resolvieron inyectando liquidez a paladas y recapitalizando los bancos con cantidades ingentes de dinero público. Con Grecia no se ha actuado del mismo modo: se ha insistido en la urgencia de dinero a corto plazo y se ha olvidado que el país no tendrá salida sin una reestructuración de su ingente deuda pública. Pocos siguen insistiendo en que los créditos son pagables en cómodos plazos, como todavía se decía hace escasas semanas. Ha aumentado el consenso acerca de que cualquier salida pasa por una quita (en cantidades, tipos de interés o plazos). Hasta el FMI ha reconocido el fin de la ilusión económica. Como ha escrito con ironía el politólogo Fernández-Albertos alguien debería confirmar si el departamento de investigación y el departamento de operaciones del FMI se hablan.
Ha cambiado el terreno de juego de las negociaciones: ya no serán sólo reformas a cambio de dinero, sino reformas a cambio de dinero más alguna modalidad de reestructuración de la deuda. Así lo ha expresado, por ejemplo, la economista Mariana Mazzucato, continuando su labor de desmontar falsos mitos, como por ejemplo que de la crisis se sale con más austeridad o que la normalidad volverá con el rescate de los bancos.
El Gobierno griego tuvo que empezar a negociar desde el minuto uno de su llegada al poder. Ni cien ni un sólo día de tregua. Apenas sabemos de su calidad como gobernantes del día a día. Quizá sea cierto su amateurismo, pero es seguro que la otra parte —de la que disponemos de más elementos de juicio— no ha sido un modelo de eficiencia. Cada vez que las instituciones de la UE abordan un problema importante (Grecia, Ucrania, la inmigración mediterránea...) dan síntomas de una ineficacia alarmante. Suspendamos por ahora el juicio de que a la UE no le gusta la democracia y valorémosla en términos de resultados.
Ha cambiado el terreno de juego de las negociaciones: ya no serán sólo reformas a cambio de dinero
Para explicar lo que es un “momento Minsky” —cuando se derrumba el castillo de naipes— el gran economista del mismo nombre usó la metáfora del coyote y el correcaminos. El primero no sólo nunca coge al último sino que en su persecución tropieza una y mil veces: cada vez que el coyote está a punto de caerse al precipicio hay un “momento Minsky”. No es fácil determinar en este caso quién es el coyote y quién el correcaminos pero, como en los dibujos animados, las simpatías están del lado del perdedor, que no sólo no coge nunca al correcaminos sino que a veces sufre sus propias técnicas para alcanzarlo. Mala para Europa esa sensación de antipatía.
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