El mal menor
No se elige entre euro y dracma, sino entre austeridad a ultranza y una visión alternativa
El caos, palabra griega, sinónimo de confusión y desorden, reina ya en la relación entre Europa y Grecia. Pero la partida aún no ha concluido y el Grexit puede no ser inevitable. La suposición de que la salida de la eurozona de un mal pagador, país insignificante por su mínimo peso económico y población, 11 millones, que ha abusado de la confianza de los miembros del club, sería limpia, sin daños colaterales, es una peligrosa simpleza.
El moroso quiere continuar en la eurozona y no desea abandonar la UE. El incumplidor no ha hecho amigos, los tuvo hace solo unos meses; Grecia ha perdido la credibilidad y la confianza de sus socios europeos. Si el Grexit se cumple no será por elección de los griegos, aunque el descabellado referéndum del domingo produzca un no, sino como castigo por el mal ejemplo que da a otros miembros de la unión monetaria. El escarmiento puede golpear de vuelta, como un bumerán, a la propia Unión Europea. ¿La UE actuaría igual con Grecia si en Atenas, en vez de Syriza, estuviera en el Gobierno el centro derecha o el centro izquierda, pilares históricos de la UE?
Tsipras está muerto. Pero la Europa de los valores y la solidaridad no puede ni debe permitir el suicidio de Grecia. Lo que está en juego en la crisis griega es la admisión de que otras políticas son posibles. Einstein, un alemán, recomendaba que, si buscas resultados distintos, no hagas siempre lo mismo. La opción no es entre el euro y el dracma sino entre el pensamiento único: la bondad de la austeridad a ultranza por encima de los destrozos sociales que ha producido en Grecia y en otros países europeos, y el sentir, democrático, de movimientos ciudadanos que propugnan una visión alternativa de la sociedad. La colisión de dos Europas.
“Si fracasa el euro fracasa Europa”, asevera Merkel. Tomémosle la palabra y actuemos en consecuencia, aunque sea al límite y por las razones equivocadas, para impedir la sinrazón de un abandono griego del sistema europeo. Europa vive la formación de una tormenta perfecta, por la convergencia de la crisis de Grecia, la tensión con Rusia en Ucrania, el ascenso de los populismos, la amenaza del Brexit y la débil recuperación económica no consolidada.
Obama lo tiene claro pero Bruselas no tanto. No nos podemos permitir en el bajo vientre de Europa, en una zona geoestratégica clave, frente a Turquía y a Oriente Medio, con el Estado Islámico rampante, un Estado fallido llamado Grecia. Putin se saldría con la suya en su intento de dividir a Europa. No nos queda otra, en mi opinión, que aplicar la doctrina del mal menor como mejor bien posible, diseño de Aristóteles, para salvar a Grecia y con ella a Europa, evitando el desatino. Cosas más difíciles se han logrado, como en Londres, en 1953, cuando EE UU y las grandes potencias aliadas, y también España y Grecia, aceptaron una quita del 62% de la fabulosa deuda de guerra de Alemania.
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