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Irlanda mide su transformación con el referéndum sobre el matrimonio gay

Las encuestas auguran una victoria del sí pero el voto rural puede marcar la diferencia

Pablo Guimón
Ciudadanos de Dublín pasan por delante de un cartel a favor del sí en el referendum sobre el matrimonio gay.
Ciudadanos de Dublín pasan por delante de un cartel a favor del sí en el referendum sobre el matrimonio gay. PAUL FAITH (AFP)

Los vecinos de las islas de la costa atlántica de Irlanda se convirtieron ayer en unos de los primeros habitantes del mundo en votar sobre la legalización en un país del matrimonio homosexual. “Ha sido el mejor referéndum, sin un solo cartel en las calles”, bromea en el Irish Times un vecino de la isla de Inishbofin, en Galway, quejoso de la indiferencia tradicional del Gobierno hacia estas tierras. Para facilitar las labores de recuento de los votos, las urnas se abrieron el jueves en 12 islas del oeste del país, de Donegal a Galway, antes de que este viernes el resto de los irlandeses decidiese en referéndum si añade una frase a su Constitución que permita a las personas del mismo sexo contraer matrimonio.

Las urnas han abierto a las siete de la mañana de este viernes en el resto de Irlanda y han permanecido abiertas hasta las 10 de la noche. Algo más de 3,2 millones de irlandeses mayores de edad, de un total de 4,5 millones de habitantes, se habían registrado para votar. Han respondido, marcando la casilla del sí o la del no en la papeleta blanca, si la Constitución irlandesa debe cambiarse para incluir la siguiente frase: “Pueden contraer matrimonio de acuerdo con la ley dos personas sin distinción de su sexo”. Habrá otra papeleta, de color verde, en la que los irlandeses podrán votar si se reduce o no el límite de edad legal (de 35 a 21 años) para poder ser candidato a presidente. A primera hora de la tarde de un día soleado, la participación era mayor que en los últimos referendos, sobre todo en las áreas urbanas.

#EnCasaParaVotar

PABLO GUIMÓN

Entre los 3,2 millones de irlandeses llamados a votar se calcula que hay 60.000 que viven en el extranjero y que, al no estar permitido votar por correo, decidieron volver a casa para hacer historia y convertirse en los primeros ciudadanos que deciden en las urnas la legalización del matrimonio gay. Les estaba permitido votar a todos los irlandeses que hubieran emigrado de su país hace menos de 18 meses. Muchos de ellos compartieron en las redes sociales su viajes a casa bajo el hashtag #hometovote (en casa para votar). Desde la cuenta @gettheboat2vote (coge el barco para votar) llevaban semanas animando a los expatriados a participar. Las fotos compartidas mostraban vagones de tren llenos de globos con los colores del arco iris o gratas sorpresas como la que recibió Kevin Beirne, irlandés expatriado en Londres, que al regresar a casa encontró que sus padres habían decorado su vieja habitación con multicolores banderas gais.

Irlanda se ha sumado a la tendencia global de extender el derecho a contraer matrimonio a las personas gais. Las bodas entre personas del mismo sexo son legales en 19 países de todo el mundo, en todo su territorio. Además, dicho derecho se reconoce en parte del territorio de Estados Unidos, México y Reino Unido (el matrimonio gay sigue siendo ilegal en Irlanda del Norte, una de las cuatro naciones que lo componen).

Dos motivos convierten el caso irlandés en especial. El primero, de carácter técnico, es que aquí son los ciudadanos con sus votos quienes deciden sobre el tema. Esto obedece a que es preceptivo un referéndum para modificar la Constitución del país.

El segundo motivo es de carácter histórico: el país, en el que hasta hace poco la Iglesia Católica tenía un importante peso en la política, fue uno de los últimos del mundo occidental en que la homosexualidad constituía un delito castigado con penas de cárcel. No fue hasta 1993 que el Tribunal Europeo de Derechos Humanos declaró ilegal la legislación hasta entonces vigente, heredada de la vecina Inglaterra. La misma legislación por la que el célebre dublinés Oscar Wilde fue enviado a la cárcel de Reading, desde la que escribió su inmortal balada.

El referéndum se celebra en cumplimiento de una recomendación que la Convención Constitucional nacional formuló en 2012. Hace tres años el vice primer ministro laborista Eamon Gilmore se refirió al matrimonio entre personas del mismos sexo como “el asunto de derechos civiles de esta generación”. Todos los partidos políticos han pedido el voto por el sí en el referéndum. Y todos los sondeos publicados vaticinan una amplia victoria de sí. Aunque el margen se ha ido estrechando y todos esperan un cierto afloramiento del llamado voto del "no tímido" [el llamado voto oculto].

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La calles de la ciudad de Dublín, en cuya área metropolitana vive más de un 30% de los 4,5 millones de habitantes del país, son un clamor por el sí. Pero no hace falta irse muy lejos de la capital para comprender que el fenómeno no se extiende a todo el país.

A solo una hora en tren de la capital, en el próspero pueblo costero de Greystones, la anciana señora Una (prefirió no dar su apellido) mojaba las yemas de sus dedos en agua bendita antes de entrar, la víspera del referéndum, a la Iglesia del Santo Rosario. Se arrodillo ante la última bancada del templo vacío y pronunció en silencio sus oraciones diarias que incluirían, esta vez, una plegaria por el no en el referéndum. “Todo esto se nos ha ido de las manos”, opinaba antes de entrar. “No tengo problemas con los gais, aunque no conozco a ninguno, pero creo que esto no es bueno. ¿Cómo pueden casarse dos hombres o dos mujeres?”.

Liz Brockledank, Tony Keddy y Paul O’Connor, en un banco de Greystones, votarán no en el referéndum. / LIONEL DERIMAIS
Liz Brockledank, Tony Keddy y Paul O’Connor, en un banco de Greystones, votarán no en el referéndum. / LIONEL DERIMAIS

En al banco junto a la entrada a un supermercado, los jubilados Tony Keddy y Paul O’Connor comparten la misma opinión. Ambos votarán no. Keddy, antiguo taxista, cree que ganará el sí, no obstante, pero que lo hará por menos margen del que la gente espera. “Yo apuesto por un 55% a 45%”, aventura.

“Nosotros crecimos con un padre y una madre, creo que eso es lo normal”, explica O’Connor. “Pero aquí en los pueblos nadie habla de esto. De hecho, creo que es la primera vez que hablo de ello. En Dublín dicen que solo se escucha el sí. Pero creo que es la mayoría silenciosa, como nosotros, la que marcará la diferencia en las urnas”. Mañana sábado, a lo largo de la tarde, se sabrá si O’Connor tiene razón.

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Sobre la firma

Pablo Guimón
Es el redactor jefe de la sección de Sociedad. Ha sido corresponsal en Washington y en Londres, plazas en las que cubrió los últimos años de la presidencia de Trump, así como el referéndum y la sacudida del Brexit. Antes estuvo al frente de la sección de Madrid, de El País Semanal, y fue jefe de sección de Cultura y del suplemento Tentaciones.

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