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Columna
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Naufragio europeo

Declarar la guerra a las mafias tendrá el efecto de desviar la presión migratoria a otras zonas

Una vez más, la muerte de inmigrantes en el Mediterráneo activa todos los resortes mediáticos. Y estos, a la vez que sacuden nuestras conciencias, desencadenan el frenesí de los políticos europeos, obligados por la doble presión de los medios y la opinión pública a prodigarse en declaraciones de condena, convocar cumbres para mostrar unidad, sacudirse de encima la responsabilidad por lo ocurrido y buscar en el inventario algún tipo de medida con la que dar la impresión de que se está actuando o se va actuar eficazmente.

Pero todo es un gran teatro político en el que la agitación sólo cumple un papel: el de impedirnos pensar y, sobre todo, hacerlo de forma crítica. Porque si por un minuto cesaran todos los aspavientos e idas y venidas de jefes de Estado y de Gobierno y ministros de Exteriores e Interior, lo que realmente veríamos sería la negligencia, casi criminal, con la que la Unión Europea ha estado actuando en esta materia. Porque todos los Gobiernos, conociendo el tamaño de los flujos de inmigración en esa zona del Mediterráneo, sabían de antemano que la suspensión de la misión de rescate Mare Nostrum y su sustitución por la Operación Tritón, meramente de control fronterizo y con muchos menos recursos, iba a desencadenar la pérdida de muchas vidas. Para empeorar las cosas, sabemos que no lo hicieron porque sospechaban que el dispositivo de salvamento marítimo italiano estaba generando un efecto llamada para mafias e inmigrantes.

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La realidad, sin embargo, es bien distinta. Más que un efecto llamada lo que tenemos son una serie de vasos comunicantes: la eficacia de la misión Poseidón de Frontex a la hora de impermeabilizar las fronteras orientales de la UE, sobre todo las de Grecia y Bulgaria con Turquía, combinada con la descomposición de Libia y el cierre de la ruta atlántica o española, está provocado la convergencia de todos los flujos, esto es, el subsahariano, el de Oriente Próximo y el asiático, en único punto de entrada: el estrecho de Sicilia. Por eso resulta incomprensible que los jefes de Estado, en lugar de entender que estamos ante una emergencia de carácter global, y gestionarla como tal, estableciendo puntos de asilo, corredores humanitarios, zonas seguras y campos de refugiados, se planteen solucionar el problema desde una perspectiva militar y policial.

Declarar la guerra a las mafias sin entender por qué la gente los contrata y diseñar una misión antipiratería como la de Somalia sólo puede tener un efecto: desviar la presión migratoria hacia otras zonas y generar aún más caos en los países de tránsito. Muchos jefes de Estado y de Gobierno, entre ellos el español, han pedido estos días “más Europa”. Pero no es ese el tipo de Europa que necesitamos. La que necesitamos debería tener una verdadera política de inmigración, refugio y asilo común gestionada por la Comisión Europea, no por 28 Estados miopes, electoralistas o incapaces. ¿Quién naufraga aquí?

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